Un día como hoy 06 de enero 2024

DÍA DE REYES
DÍA MUNDIAL DE LOS HUÉRFANOS DE LA GUERRA
DÍA MUNDIAL DE LA ASTROLOGÍA
Esta efeméride coincide con el Día de Reyes, dado que los Reyes Magos eran sacerdotes y sabios que eran capaces de interpretar los movimientos de las estrellas.

Días malos en la historia

6 DE ENERO DE 1540

Muy poco atractiva: Enrique VIII conoce a su pareja y mata a su casamentero

Thomas Cromwell fue el secuaz más hábil de Enrique VIII. Fue el despiadado artífice del divorcio del rey inglés de su primera esposa, Catalina de Aragón, de su separación de Roma y de la destrucción de su segunda esposa, Ana Bolena. Pero como casamentero, el por lo demás hábil ministro de Enrique fue un fracaso estrepitoso, un defecto que le costaría la cabeza.

Enrique se había casado tres veces por amor, pero tras la muerte de su tercera reina, Jane Seymour, el influyente ministro del rey decidió que era necesario un matrimonio político para ayudar a reforzar las alianzas protestantes de Inglaterra en Alemania. Cromwell se decidió por Ana, una princesa del ducado de Cleves. Aunque nunca la había visto, Enrique aceptó el matrimonio basándose en los elogiosos informes sobre su belleza y gracia que había recibido de su consejero más cercano y de otras personas, así como en un retrato algo halagador de la princesa realizado por el pintor de la corte Hans Holbein.

Tras haber logrado la alianza política con Cleves, Cromwell esperaba ansioso la respuesta romántica de su señor a su obra. No fue buena. Enrique había partido ansioso hacia la costa para encontrarse con su pretendida y, como él mismo dijo, «alimentar el amor». Pero al ver por primera vez a Ana, el rey palideció. «¡No me gusta!», espetó siniestramente, dejando sin duda temblando a Cromwell.

Qué tenía exactamente la pobre Ana de Cleves que tanto repugnaba al rey sigue siendo un misterio. Tal vez fuera simplemente química, una cualidad intangible que a Cromwell le habría resultado imposible detectar o transmitir. Lo único cierto es que Enrique era muy infeliz. «No veo en esta mujer nada de lo que los hombres dicen de ella», se enfureció, «¡y me maravilla que los hombres sabios hablen de ella como lo han hecho!». A Cromwell le dijo: «Si hubiera sabido tanto antes, no habría venido aquí [a Inglaterra]. Pero, ¿qué remedio hay ahora?»

Desafortunadamente, no había remedio sin poner en peligro la vital alianza de Cleves. El rey Enrique VIII, un monarca cuya voluntad rara vez se veía frustrada, ahora se encontraba atascado: «Si no fuera porque ella ha llegado tan lejos en mi reino, y por los grandes preparativos y el estado que mi gente ha hecho para ella, y por temor a hacer un alboroto en el mundo y de llevar a su hermano a los brazos del Emperador y del Rey francés, no me casaría con ella. Pero ahora ha ido demasiado lejos, por lo cual lo lamento».

Habiendo puesto el «cuello en el yugo» de su señor, como dijo Enrique, Cromwell sólo pudo lamentar mansamente que el rey «no estuviera mejor contento».

El día de su boda, el 6 de enero de 1540, Enrique apenas se había ablandado ante la idea de Ana. «Señores míos», dijo, deteniéndose ante la capilla del palacio de Greenwich, «si no fuera para satisfacer al mundo y a mi reino, no haría hoy lo que debo hacer hoy por ninguna cosa terrenal». Y si Cromwell esperaba que el humor del rey mejorase después de acostarse con Ana, a la mañana siguiente se llevó una gran decepción.

«Antes no me caía bien», le dijo Enrique, «pero ahora me cae mucho peor». De hecho, el rey dejó claro que la noche de bodas había sido muy poco sexy. «He palpado su vientre y su pecho, y por ello, según puedo juzgar, no debe ser doncella, lo cual me llegó tanto al corazón cuando los sentí, que no tuve voluntad ni valor para seguir adelante en otros asuntos. La dejé tan buena criada como la encontré».

Afortunadamente, Ana nunca sintió el aguijón del rechazo de su nuevo marido porque, al haber estado demasiado protegida de joven, ignoraba por completo lo que se suponía que había sucedido.

Enrique no hizo ningún esfuerzo por educarla más, lo cual, dado lo gordo y malhumorado que se había vuelto, probablemente fue una bendición. Aun así, hizo que Ana pareciera un poco tonta, creyendo como creía que su matrimonio se había realizado plenamente.

Cuando se acuesta, me besa», dijo a sus damas de compañía, «me coge de la mano y me dice ‘Buenas noches, cariño’; y por la mañana me besa y me dice ‘Adiós, cariño’…». ¿No es esto suficiente?»

Le tocó a una de las mujeres explicar a la reina que no, que no era suficiente en absoluto. «Señora, dijo, debe haber más que esto, o pasará mucho tiempo antes de que tengamos un Duque de York [un segundo hijo para el rey], lo que todo este reino más desea».

Seis meses después de que comenzara esta farsa de matrimonio, Enrique lo anuló por falta de consumación, así como por un supuesto contrato prematrimonial que la familia de Ana había concertado con otra persona. Sabiamente, la cuarta esposa del rey aceptó de buen grado la disolución de su matrimonio, a cambio de lo cual el agradecido rey la recompensó generosamente con una cuantiosa pensión y un estatus superior en la corte como su «buena hermana».

Cromwell, sin embargo, no tuvo tanta suerte. Aunque el rey elevó a su humilde ministro principal, hijo de un tabernero, a la categoría de conde tras la debacle de Cleves, esto no fue más que el preludio (y tal vez una trampa) de su perdición final. Los nobles del reino, siempre resentidos por el poder y la influencia del advenedizo Cromwell, se volvieron ahora violentamente contra él.

El otrora poderoso ministro fue arrestado bajo una falsa acusación de herejía, y desde su celda en la Torre de Londres prestó un valioso testimonio en el esfuerzo del rey por deshacerse de su cuarta esposa. Fue su último servicio al soberano al que había ayudado a convertirse en todopoderoso. Menos de tres semanas después de la anulación del matrimonio de Enrique con Ana de Cleves, Cromwell fue decapitado el 28 de julio de 1540.

Con la cabeza clavada en una estaca en lo alto del Puente de Londres, el ministro caído no pudo consolarse con el cambio de opinión de Enrique, ni con el lamento del rey, del que informó el embajador francés, de que «había dado muerte al sirviente más fiel que jamás había tenido».

Tomado del libro «Bad Days in History»