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Días malos en la historia

1 DE JUNIO DE 1809

Haydn, el gran (des)compositor

Joseph Carl Rosenbaum quedó consternado por la magra despedida que recibió su héroe musical Joseph Haydn el 1 de junio de 1809. Con Viena sitiada por Napoleón en aquel momento, el difunto compositor recibió pocos de los honores que podrían habérsele concedido en mejores circunstancias, ya que muchos de los posibles dolientes estaban ocupados en otras cosas.

Sin embargo, a pesar de la indignación de Rosenbaum por la poco ceremoniosa despedida, ese mismo día estaba conspirando con el cuidador del cementerio para profanar la tumba del compositor. Su propósito era noble, o eso creía. El discípulo quería que el mundo entendiera el genio del gran hombre. Y, para ello, necesitaba la cabeza de Haydn.

En el momento de la muerte del compositor, una «ciencia» relativamente nueva conocida como frenología había ganado una amplia credibilidad como medio para comprender la mente humana a través del examen de su cráneo. Se creía que las diversas formas y contornos del cráneo indicaban características humanas específicas. Una región agrandada en la parte posterior de la cabeza, por ejemplo, significaba que la persona tenía una propensión agresiva a engendrar hijos. La intención de Rosenbaum era trazar un mapa de la brillantez musical utilizando la cabeza del hombre que la poseía en tal abundancia.

Había esperado pacientemente su trofeo durante la última muerte de Haydn, y cuatro días después del entierro fue finalmente recompensado. Por desgracia, el calor del verano había acelerado la descomposición y desprendía un olor tan nauseabundo que, cuando Rosenbaum recibió la cabeza putrefacta en su carruaje cerrado, vomitó de inmediato. A pesar de todo, no se desanimó en su sagrada misión.

Tras haber experimentado sin éxito la extracción de la carne de la cabeza cortada de una actriz recientemente fallecida, Rosenbaum confió el procesamiento de su reliquia recién adquirida a Leopold Eckart, un médico a quien conocía y en quien confiaba como amigo y compañero frenólogo. En las manos expertas de Eckart, la cabeza de Haydn fue metódicamente despojada del músculo y la ligadura que ocultaban el cráneo que todo lo revelaba.

Nadie pensó entonces en la masa gris y putrefacta que era el cerebro de Haydn, en los secretos que podría contener, y ese órgano fue arrojado sin ceremonias al horno del hospital con el resto de la carne facial desechada.

Mientras tanto, Rosenbaum se alegró al ver que el 15 de junio se había organizado un funeral mucho más grandioso para su venerado ídolo. *

Fue, escribió, «de lo más solemne y digno de Haydn», pasando por alto de algún modo la incongruencia del hecho de que, mientras se celebraba al compositor de forma más apropiada, su cabeza estaba «sumergida en agua calcárea en un hospital cercano, como escribió el autor Colin Dickey en Cranioklepty.

El baño corrosivo hizo maravillas en el cráneo, transformándolo en un blanco reluciente y listo para ser colocado en la vitrina que Rosenbaum le había construido con tanto cariño. Y allí permaneció durante más de una década, como objeto de reverencia y admiración, aunque en secreto, hasta que el mecenas de Haydn, el príncipe Nicolás II de la Casa de Esterhazy, decidió que el famoso compositor, cuya magnífica música había llenado durante mucho tiempo su corte de Eisenstadt, necesitaba un lugar de enterramiento más digno.

Fue entonces cuando se hizo un descubrimiento espeluznante. Al exhumar la tumba -marcada con la irónica inscripción Non omnis moriar (No todo yo moriré)-, los agentes del príncipe hallaron un cadáver violado en un ataúd, del que sólo quedaba una peluca donde debería haber estado la cabeza. Enfurecido al conocer la noticia, el príncipe Nicolás ordenó una investigación exhaustiva, que no pareció molestar lo más mínimo a Rosenbaum. «Hablamos de que el Príncipe enviaría los restos de Haydn, menos la cabeza, a Eisenstadt», escribió, «y todo el mundo se está riendo a costa del Príncipe».

Al final, sin embargo, la policía atrapó al ladrón de cabezas, que se limitó a darles un cráneo de sustitución. Esta vez no les engañó, pero Rosenbaum les endilgó con éxito una segunda falsificación, mientras escondía la calavera real en la cama de su mujer, que fingía estar enferma. Así, «la reliquia más valiosa de Joseph Haydn», como la llamó Rosenbaum, permaneció con él el resto de su vida. No fue hasta 1954 —145 años después de ser desprendida— cuando la cabeza del compositor, que había pasado sin gloria de dueño en dueño, se reunió por fin con el resto de él.

* En el funeral de Haydn se interpretó el Réquiem de Mozart, una elección interesante, ya que la cabeza del compositor también había sido «rescatada» varias décadas antes. Según cuenta la historia, el sacristán de la iglesia de San Marcos de Viena colocó un alambre alrededor del cuello del cadáver de Mozart antes de enterrarlo en una fosa común, para poder identificarlo más tarde. Luego, en lo que el biógrafo Peter J. Davies describió como «un momento de animado entusiasmo musical», el sacristán desenterró la tumba, rebuscó entre los esqueletos hasta encontrar el que tenía el alambre y guardó el cráneo para la posteridad. Del mismo modo, los restos de Beethoven y Schubert fueron perturbados en la curiosa obsesión decimonónica por los cráneos de los grandes compositores.

Tomado del libro «Bad Days in History»