Ucrania, un año después: balance y perspectivas (I)

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Cuando se cumple el primer aniversario (24/02/2023) de una guerra no por sorprendente menos dañina y peligrosa para la seguridad en Europa y el resto del mundo, provocada por la agresión militar de Rusia a un país vecino, Ucrania, que viola los principios del derecho internacional, parece oportuno realizar un primer balance de su recorrido, para después examinar sus principales perspectivas. En esta entrega se busca mostrar el balance.

La guerra se prolonga y escala. Luego del fracasado intento inicial de realizar una guerra relámpago para hacer caer el gobierno de Kiev, sobre supuestos políticos y militares sensiblemente erróneos, Rusia traslada la guerra al este del país recuperando la opción previa de producir una división de Ucrania. Y tras las tímidas tentativas de unas negociaciones en marzo de 2022, la guerra sigue un curso donde se alternan el estancamiento y la escalada. Con el apoyo de occidente, que ha logrado que Ucrania no sea aplastada, Kiev lanza una contraofensiva en septiembre que obliga a las fuerzas de Moscú a realizar un repliegue táctico considerable. Progresivamente, el conflicto adquiere la perspectiva de que los contendientes consideran que el fin de la guerra pasa por la derrota del oponente, lo que implica el tránsito de una dinámica defensiva a otra ofensiva.

La escalada de la guerra va asociada a una implicación militar más directa de los aliados occidentales de Kiev. Pese a que, en el plano de la doctrina, no se ha cambiado la estrategia de Washington y Bruselas (solo aceptada parcialmente por Londres) de mantener un equilibrio entre el apoyo militar a Kiev, aunque evitando un enfrentamiento directo con Rusia, lo cierto es que la confrontación ha ido superando los límites iniciales en cuanto al envío de armamento pesado, la capacitación de militares ucranios y los gastos consiguientes. El último límite no superado se refiere a los aviones de combate estratégicos, aunque ya se entrena a pilotos ucranios en su uso. Importa subrayar que esa limitación no ha operado respecto del ámbito de la inteligencia militar y los servicios de información. Moscú ha declarado oficialmente que esta implicación creciente de los aliados occidentales de Kiev en el combate se aproxima a una declaración formal de guerra.

Se reduce la posibilidad de negociaciones y de un pronto alto el fuego. Abandonada la ventana de oportunidad que se abrió en marzo del 2022, donde ambas partes afirmaban que se había alcanzado un acuerdo en los dos tercios de sus puntos (cuyo principal obstáculo fue puesto por la Inglaterra del Brexit) se ha ido reduciendo la posibilidad de entrar en negociaciones sobre un alto el fuego, ni siquiera de carácter humanitario como ha planteado Naciones Unidas. No obstante, la posibilidad fáctica de negociaciones efectivas sigue existiendo, como demuestra las que han tenido lugar para la exportación de granos desde Ucrania. Es evidente que lo que falta es voluntad política de las partes para llegar a un alto el fuego, empeñadas en lograr la victoria militar en el campo de combate.

La opinión pública en Europa y Estados Unidos se posicionó mayoritariamente contra Rusia. Aunque al comienzo de la agresión, existió una percepción dividida sobre quien era el verdadero causante de la guerra, el progresivo descubrimiento de las atrocidades cometidas por las tropas rusas en el abandono del cerco de Kiev, inclinó claramente a la opinión pública occidental contra Rusia, lo que respaldó la actuación de sus gobiernos en la condena de Rusia, la imposición de sanciones y el apoyo militar a Ucrania. Pese a que en los últimos meses se aprecia una fatiga de ese posicionamiento en la población occidental, el apoyo a la unidad de acción de los gobiernos occidentales contra Rusia sigue siendo mayoritaria. El movimiento contra la guerra es impulsado principalmente por los sectores de extrema izquierda, aunque se aprecia un repunte del pacifismo socialdemócrata, que fue tan activo en conflictos pasados (crisis de los euromisiles, guerra de Irak).

La prolongación de la guerra eleva la relevancia de la fabricación de armamento. Progresivamente, los distintos aspectos de la confrontación dejan paso a la relevancia de la situación de los arsenales bélicos. Si bien las sanciones contra Rusia (diez paquetes hasta la fecha) han afectado gravemente a la economía de ese país, lo cierto es que Moscú está mostrando una resiliencia productiva apreciable, conforme se inclina hacia una economía de guerra y cambia de compradores de su oferta energética. Pero la prolongación de la guerra está reduciendo rápidamente la disposición de armamentos (se gasta más de lo que se produce), lo que hace que los gobiernos occidentales incentiven la industria de armamento a ambos lados del Atlántico. Algo que incrementa la influencia de estos sectores en las políticas de seguridad en una perspectiva belicista.

La autonomía estratégica de Europa en la encrucijada. La guerra en suelo europeo está replanteando la condición de Europa en términos de seguridad y autonomía estratégica. Se manifiestan dos orientaciones divergentes: la que hace de la OTAN el espacio privilegiado de seguridad europea, pese a la percepción de que ello limita la autonomía europea, y la que, sin abandonar el respaldo de la OTAN, pugna por construir una defensa regional como base de la seguridad europea. Únicamente sectores minoritarios plantean la recuperación de plataformas no militares de seguridad colectiva, como la que ha representado la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). La configuración de una seguridad europea basada en un defensa regional consistente, de difícil realización, plantea también la cuestión sobre el tipo de potencia que quiere ser Europa en el futuro.

La guerra en Ucrania es también un síntoma del regreso a un mundo dividido. Tras una etapa de convivencia basada en la globalización y la interdependencia económicas, especialmente entre la Unión Europea y Rusia, la confrontación hegemónica a nivel mundial parece mostrar el regreso a un mundo dividido; entre dos polos: de un lado, la convergencia de dos potencias nucleares; Rusia y China, de orientación autoritaria, y de otro, las potencias del norte occidental, lideradas por Estados Unidos que pugna por mantener su anterior hegemonía. Este retorno a un mundo dividido, que se creía superado con el fin de la guerra fría en 1990, ofrece un horizonte de tensiones y confrontación que se extenderá por buena parte del siglo XXI.

La posición incipiente de los no alineados de facto. Mas allá de cual haya sido su votación en Naciones Unidas cuando se ha planteado la condena de Rusia, desde el sur global se aprecia el malestar que ocasiona la guerra respecto de sus principales preocupaciones de desarrollo. La posición de India y, en América Latina, de Colombia, Brasil y México, se orienta hacia la búsqueda de plataformas que permitan una negociación internacional, preferiblemente bajo el liderazgo de Naciones Unidas, que logre un pronto alto el fuego y obliguen a las partes a negociar una paz duradera. El peso de este no alineamiento de facto todavía no es muy relevante frente a los partidarios rusos y occidentales de resolver la guerra en el campo de batalla, pero podría cobrar importancia en el futuro.

Sobre la base de estos rasgos principales, la proyección del conflicto a corto y mediano plazo muestra unas perspectivas poco edificantes. No es posible descartar una primavera todavía más sangrienta y destructiva como producto de esta guerra, al mismo tiempo que el aumento de las presiones internacionales para iniciar negociaciones. Sobre esas perspectivas tratará la próxima entrega.

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