Enrique Gomáriz Moraga
A fines del 2021, tras la retirada poco glamorosa de Estados Unidos en Afganistán, se disolvieron las reticencias en la UE acerca de la necesidad de dotarse de una defensa propia. Esa convicción se concretó en la localidad eslovena de Brdo, a mediados de octubre de ese año, cuando se reunieron representantes de la UE a puerta cerrada, para establecer un plan que pusiera en marcha esa determinación. Sin embargo, tal vez con un poco de mala conciencia, en vez de producirse una definición europea de su defensa diferenciada de la que representa la OTAN, se produjo todo lo contrario, un acercamiento mayor. Como declaró Jens Stoltenberg, secretario general del organismo atlántico ese mismo mes, “las relaciones entre la OTAN y la UE nunca fueron tan estrechas”.Conforme las tensiones en torno a Ucrania fueron creciendo, la colaboración entre ambas entidades aumentó aún más, alcanzando un nivel superlativo tras la invasión rusa de ese país el 24 de febrero. En estos días, los funcionarios de ambas organizaciones no solo laboran juntos, sino que departen con frecuencia en los restaurantes y cervecerías del centro de Bruselas. Podría afirmarse que se ha conformado una verdadera comunidad de defensa.
En ese círculo se debaten las posibles opciones sobre como apoyar a Ucrania en la guerra y de su sector más confrontativo ha surgido la idea de que es posible ganar la guerra a Rusia, sin necesidad de llegar a la confrontación directa con Moscú. La derrota en Afganistán, primero de Rusia y luego de Estados Unidos, se usa frecuentemente como referencia. Desde luego, ese planteamiento implica dos cosas: una, que la derrota de Moscú tendría lugar sólo mediante el combate de las fuerzas ucranias en los campos de batalla, y la otra, que ello no podría obtenerse sino a mediano o largo plazo. Pero eso no parece disminuir la convicción de que es efectivamente posible una derrota militar de Moscú en esta guerra. Y esa idea ha ido extendiéndose rápidamente hasta colarse en un Twit personal del alto comisionado para las relaciones exteriores, Josep Borrell.
De inmediato, Moscú ha cazado al vuelo esa torpeza. Su ministro de asuntos exteriores, Sergei Lavrov ha subrayado que las palabras de Borrell acerca de que “esta guerra soló se ganará en el campo de batalla”, significan un “cambio radical de las reglas del juego”. Y que su ministerio estudiará detenidamente esta “declaración fuera de lo común”, entre otras razones, porque “hasta el momento, la UE nunca había operado como una organización militar”. Lavrov no ha desperdiciado la oportunidad de agregar un comentario burlesco: “Cuando el jefe de la diplomacia de un país o de una organización declara que un conflicto se puede resolver exclusivamente por la vía militar, eso quiere decir que o tiene algo personal o se ha equivocado o ha soltado algo que nadie le pidió que lo hiciera”.
No le falta razón. Si el alto funcionario europeo está realmente convencido de su afirmación, estamos ante un serio problema estratégico. Pero si no lo piensa por completo, entonces estamos ante una torpeza monumental, porque ningún jugador muestra sus cartas en un juego letal como el de esta guerra.
En el caso de que se trate de una afirmación convencida, el problema estratégico que genera es que deja la resolución de la guerra únicamente a la confrontación militar, lo que justifica plenamente a Moscú para llevar la guerra hasta sus últimas consecuencias. Toda iniciativa diplomática es una vía muerta, según esta proposición del representante de la UE. Así que un detenimiento pronto de la guerra resulta impensable. De lo que se deduce que hay que prepararse para una confrontación larga, siempre sobre el filo de la navaja de un uso táctico de las armas de destrucción masiva.
Se ha dicho que no hay nada mas penoso que llenar de razones al oponente. Si se afirma que la resolución de la guerra tendrá lugar en el campo de batalla, se asume que la lógica confrontativa de Moscú está plenamente justificada. La única critica posible a la invasión militar de Ucrania refiere a que se trataría de una guerra preventiva, como las practicadas por Estados Unidos en ocasiones anteriores, claramente contrarias al derecho internacional, así como los crímenes de guerra que aparecen con la retirada rusa.
Así, el objetivo central de esta estrategia no es detener cuanto antes la guerra, sino lograr una victoria sobre Rusia. Algo muy parecido a esa lógica tóxica de intentar la caída de Putin mediante la inmolación de la población ucraniana en aras de una hipotética victoria sobre Rusia.
Parece evidente que este planteamiento de un solo carril, el bélico, no es, en el fondo, muy solidario con la población ucrania que sufre cotidianamente la muerte y destrucción que causa la guerra. Cierto, parece que la otra opción de un solo carril, consistente en dejar la resolución de la guerra únicamente a las negociaciones diplomáticas, tampoco resulta muy eficaz para detener la guerra a corto plazo.
Una serie de expertos en seguridad, así como de mandatarios, han optado por una estrategia diferente, de doble carril: apoyar a Ucrania, también en el plano bélico, sancionar a Rusia, pero siempre poniendo esfuerzos en negociar una conclusión de la guerra, comenzando por un alto el fuego humanitario, como el que propone la ONU. Desde luego, el objetivo central de esta estrategia no es otro que detener la guerra cuanto antes, y no dejar su conclusión a una eventual derrota de Rusia en el plano militar. Aunque esa derrota sea el sueño húmedo de la comunidad de defensa emergente hoy en Bruselas, que parece haber arrastrado de forma gozosa a altos representantes de la Unión Europea.