Tiempo para armar la seguridad de Europa y preparar una paz justa
Mariola Urrea Corres, Universidad de La Rioja
La consecución de una tregua entre Ucrania y Rusia no anticipa por sí sola un escenario de paz ni ofrece garantías suficientes de seguridad para Europa. El final de las hostilidades durante 30 días –solo en el sector energético– es, con todo, una buena noticia que permitirá a ucranianos y europeos comprar tiempo para trabajar en conseguir dos objetivos.
El primero está encaminado a aliviar la precaria situación de Ucrania para seguir defendiendo su soberanía sin contar con la ayuda de Estados Unidos, aunque se mantenga la de los europeos.
El segundo de los objetivos que favorece la tregua temporal se conecta directamente con Europa y con la necesidad de acelerar la construcción de un escudo de seguridad propio ante la falta de garantías de quien ya no es un aliado fiable.
En estos dos aspectos se condensa lo que podría ser la verdadera utilidad de un acuerdo necesariamente frágil e inquietante en no pocos de sus detalles. Pero ¿cómo y en qué condiciones se ha llegado a esta tregua? La respuesta es relevante y permite tomar conciencia de los cambios sistémicos a los que asistimos en el ámbito de las relaciones internacionales y, como consecuencia de ello, la exigencia de adaptación a un mundo multipolar, más hostil y menos seguro.
El objetivo de Trump
Desde el momento en el que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos dejó claro que su objetivo era terminar con la guerra en Ucrania y en Gaza. Lograrlo no incorpora necesariamente la aspiración de hacerlo de manera justa. Tampoco parecía importar demasiado ni el cómo ni los costes asimétricos para las partes en conflicto. Se trataba, más bien, de una operación política encaminada a reordenar prioridades y recursos para hacer realidad el ya conocido Make America Great Again.
En este sentido, los primeros movimientos políticos de la administración Trump sirvieron para expresar sin disimulo un cambio de las alianzas y la ruptura con los principios que han ordenado las relaciones entre Estados desde la II Guerra Mundial. El presidente de Estados Unidos abandonó el multilateralismo y, en el marco de las guerras ya citadas, abrazó los postulados de Rusia y de Israel sin condenar el uso de la fuerza como instrumento para atentar contra el principio de respeto a la soberanía territorial.
En lo que se refiere a la búsqueda del final de la agresión ilegal a Ucrania, la administración Trump quiso negar a la Unión Europea un papel relevante, asumió las pretensiones de Rusia y recibió en la Casa Blanca a Volodímir Zelenski para cobrarse toda la ayuda prestada y obligarle bajo amenazas a aceptar el final de las hostilidades.
Pues bien, en un contexto tan poco esperanzador como el descrito, ¿por qué la tregua anunciada puede celebrarse de manera positiva? La razón conecta con la necesidad urgente de poner fin a las hostilidades para que Europa pueda centrar todos los esfuerzos en redefinir una estructura de seguridad propia que garantice también para Ucrania un escenario futuro de paz. Algo así no se improvisa y exige tomar decisiones nada fáciles en, al menos, tres ámbitos: el presupuestario, el industrial y el de las opiniones públicas.
Desde esta perspectiva se entiende la rápida decisión de la Comisión Europea para comprometer 800 000 millones de euros a través de fondos estructurales, recursos económicos provenientes del Banco Europeo de Inversiones y la creación de un nuevo instrumento financiero de préstamos para compras conjuntas.
No será menor el esfuerzo que tengan que hacer los Estados con cargo a sus presupuestos nacionales. Ahí está la voluntad de España de acelerar el cumplimiento del gasto del 2 % del PIB asumido con la OTAN en 2014 o de Alemania y su significativa reforma constitucional que le permitirá incrementar sus inversiones en defensa sin toparse con límites jurídicamente insuperables.
Tampoco tardará mucho en abrirse paso el debate sobre la conveniencia de aprobar instrumentos de financiación mancomunados para garantizar la provisión de un bien público como el de la seguridad.
Seguridad europea para defender la democracia
Pero mayor desafío que el presupuestario es todavía el que representa para Europa mapear su industria de defensa y ponerla a producir de manera que ofrezca resultados tecnológicamente compatibles, además de suficientes y adecuados en términos de disuasión, para hacer frente de manera autónoma a los desafíos de seguridad y defensa.
Con todo, de poco servirá lograr los propósitos descritos en términos presupuestarios e industriales si en el proceso no somos capaces de explicar a las opiniones públicas que la soberanía europea en materia de seguridad está al servicio de la mejor defensa de nuestra democracia y el estado de bienestar.
Solo de esta manera podremos garantizar que las decisiones que ya están siendo adoptadas por quienes ostentan nuestra representación en las instituciones cuentan también con el blindaje que representa el apoyo directo de una ciudadanía consciente de la gravedad del momento y dispuesta a hacerse cargo de la solución. De lograrlo, Europa revelará su verdadero poder, además de dar prueba del privilegio que representa hoy ser europeo.
Mariola Urrea Corres, Profesora Titular de Derecho Internacional y de la Unión Europea, Universidad de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.