Tormenta sobre Columbia. Entrevista con Nadia Abu El-Haj

Nadia Abu El-Haj

Gaza

El 24 de diciembre de 2023, el New York Review of Books Online publicó un ensayo de Nadia Abu El-Haj acerca de la represión del discurso propalestino en la Universidad de Columbia y el Barnard College, donde ostenta la cátedra Ann Whitney Olin en el departamento de Antropología y codirige el Centro de Estudios Palestinos. «Desde el comienzo de la última guerra entre Israel y Palestina», escribió, «se ha convertido en algo de rigor que las universidades censuren los discursos que critican el sionismo y el Estado israelí, especialmente cuando se trata de grupos de estudiantes». Al apelar a interpretaciones «extraordinariamente amplias» de palabras como «seguridad», «protección» e «intimidación», argumentaba, Columbia y otras universidades estaban «eludiendo los principios de la Primera Enmienda de la universidad, sus compromisos fundacionales con la libertad de expresión».

Ese ensayo fue resultado de la decisión de Columbia en noviembre de suspender a dos grupos estudiantiles, Estudiantes por la Justicia en Palestina (SJP) y Voz Judía por la Paz (JVP). Ahora, la táctica que analizó Abu El-Haj ha vuelto al centro de la vida pública. En la mañana del miércoles 17 de abril, un grupo de estudiantes universitarios de Columbia estableció una constelación de tiendas de campaña en uno de los jardines centrales del campus y decidió quedarse hasta que la universidad se desligara de «las empresas e instituciones que se benefician del apartheid, el genocidio y la ocupación israelíes en Palestina». Ese mismo día, la presidenta de la universidad, Minouche Shafik, declaró ante el Congreso que no dudaba «en absoluto en aplicar» las políticas de Columbia, recientemente endurecidas, que regulan los actos, las manifestaciones y la expresión. A la tarde siguiente cumplió su palabra y llamó a la policía, que desalojó el campamento y detuvo a más de un centenar de estudiantes. En su carta a la policía de Nueva York utilizaba cuatro veces la palabra «seguridad».

Desde entonces, ha resurgido el campamento de Columbia, y con él por encima de cuarenta más en centros de todo el país. Estas protestas también han sido a menudo objeto de una dura represión policial; en la Universidad de Nueva York y en Emory se ha detenido a miembros del profesorado junto con sus alumnos. El viernes llamé [yo, Max Nelson, del NYRB] a Abu El-Haj para hablar de estos últimos acontecimientos. Conversamos acerca de los últimos diez días en Columbia, la erosión de la gobernanza del profesorado, la retórica de la seguridad y el futuro del movimiento estudiantil. Hemos editado nuestra conversación ha sido editada en beneficio de su extensión y claridad.

Max Nelson: ¿Cómo ha sido estar en el campus esta última semana?

Nadia Abu El-Haj: Ha sido duro. Los estudiantes levantaron el campamento durante la noche del miércoles de la semana pasada. Fue el mismo día en que la presidenta Shafik testificó ante el Congreso sobre la supuesta crisis de antisemitismo en el campus. Llegué temprano por la mañana, y la policía ya había empezado a proferir amenazas, primero de que desalojarían el campamento a las 11 de la mañana y luego de que entrarían a la 1:30 de la tarde. De manera que otros profesores y yo pasamos allí todo el día. Los estudiantes estaban muy tranquilos. Dieron charlas, escuchaban música y dieron alguna que otra clase. Pero la amenaza de la intervención policial pesaba por encima de todo.

Me fui a casa a la una de la madrugada. Al día siguiente, a primera hora de la tarde, nos llegó un aviso de que iba a entrar la policía. Volví al campamento. En aquel momento no estaban solo los estudiantes dentro; debía de haber un millar de estudiantes rodeándoles. Yo estaba justo contra el seto que rodea el césped, y había seis filas de estudiantes detrás de mí. Era inquietante y daba miedo. Allí estaba la policía antidisturbios: entraron con sus cascos y porras.

Lo primero que hizo la policía fue rodear el campamento mirando hacia afuera. No me preocupaba que los estudiantes que estaban dentro del campamento hicieran algo, por así decirlo, para que les dieran una paliza. Estaban muy bien preparados. Se quedaron allí sentados. Sabían lo que iban a hacer. Pero los estudiantes que estaban alrededor del campamento no se habían preparado para esto, y estaban realmente disgustados. No todos estaban allí por sus políticas pro palestinas. Muchos estaban allí porque llamar a la policía al campus era algo desmesurado. No dejaba de pensar que si uno de los estudiantes que se encontraban fuera del campamento decidía atravesar el cordón policial, se desataría el infierno. Por suerte, no fue el caso. La única razón por la que ese día no se desató la violencia fue que los estudiantes mantuvieron la calma. Eran los únicos adultos del recinto, todos ellos.

Se trataba de teatro político dirigido al Congreso. La administración de Columbia había prometido mano dura y, al día siguiente de testificar, la presidenta Shafik llamó a la policía, por primera vez desde 1968. ¿Pero en qué planeta pensaban que traer a la policía antidisturbios iba a calmar el campus? No puedo dar fe de ello, pero alguien relacionado con las altas esferas de la administración me dijo que les sorprendió que el profesorado estuviera tan disgustado por la decisión de llamar a la policía. Pero esa decisión fue la gota que colmó el vaso: galvanizó al profesorado que, por lo demás, no sólo no estaba implicado en la política propalestina, sino que en algunos casos estaba en desacuerdo activo con los estudiantes. Bajo la bandera de la Asociación Norteamericana de Profesores Universitarios, tanto en Barnard como en Columbia, el profesorado ha organizado una manifestación y ha criticado a ambos presidentes.

Lejos de resolver el problema, una vez que la policía antidisturbios detuvo a los estudiantes y el personal de Columbia desalojó el campamento inicial, los estudiantes se trasladaron a un césped adyacente e instalaron un campamento mucho mayor que el primero. Está increíblemente bien organizado. Hay una zona de comida, la gente va por ahí recogiendo la basura y tienen un código de conducta que has de aceptar antes de entrar, que incluye prohibiciones de acoso, de tirar basura, de drogas y alcohol. Es extremadamente tranquilo y algo festivo. La tensión en el campus proviene de la amenaza constante de si van a volver a llamar a la policía -aunque por ahora no creo que eso ocurra- y de la militarización y las manifestaciones ante sus puertas.

La visita del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, llamó aún más la atención sobre Columbia. Su descripción del campus como un lugar peligroso y antisemita se ha difundido por todo el país. El campus sufrió ese día la invasión de todos los medios de comunicación posibles, desde los más convencionales hasta Fox News y de gente dudosa con carnés de prensa. El fundador de los Proud Boys [grupo ultraderechista] andaba por allí, rondando el campamento. Y el jueves por la noche hubo una concentración a las puertas del campus organizada por nacionalistas cristianos blancos. Se mostraron muy agresivos, intentando escalar las puertas, gritando «volved a Gaza» y llamando «monos» a los estudiantes que estaban dentro.

En resumen, ha sido tenso, pero no por culpa de los estudiantes. Hace unos días, cinco estudiantes entraron en el campamento con una enorme bandera israelí y carteles con fotos de los rehenes. Se les pidió que aceptaran el código de conducta, aceptaron y entraron. Se quedaron dos horas. Nadie les molestó y ellos no molestaron a nadie. Realmente no es inseguro.

Los estudiantes están muy molestos, tanto con la policía como con las condiciones de las suspensiones. La presidenta de Barnard, Laura Rosenbury, no sólo suspendió a los estudiantes, sino que los desalojó de sus dormitorios. Cuando salieron de la cárcel a altas horas de la noche del jueves pasado, encendieron sus teléfonos para descubrir que les habían desalojado. Tuvimos que buscarles sitios donde dormir, a las 11 de la noche y a las 12 de la mañana, a la una de la madrugada. Los echaron literalmente a la calle. Para ser justos, Columbia ha sido menos dura: los estudiantes suspendidos pueden estar en sus dormitorios e ir al comedor, pero no a ningún otro lugar del campus.

¿De qué modo se apartaba esa respuesta extrema de los requisitos administrativos habituales para una suspensión?

En primer lugar, para poder acusar a los alumnos de allanamiento en su propio campus, es necesario suspenderlos. Tenían que haber sido suspendidos antes de que llegara la policía. Ese procedimiento no se siguió en la mayoría de los casos. Barnard empezó a suspender a la gente de antemano, pero la mayoría de los estudiantes recibieron su suspensión provisional después de haber sido detenidos y acusados. No está claro, pues, si era siquiera legal. Por lo que me han contado, una de las razones por las que las administraciones no pudieron suspender a los estudiantes hasta después de las detenciones fue que -con la excepción de algunos organizadores destacados que conocían los decanos de Barnard- no tenían los nombres de la mayoría de los participantes. No estoy seguro de cómo recopilaron los nombres al final, si fue de la policía o de alguna otra fuente.

En términos más generales, la administración no está siguiendo las normas que durante décadas han regido la conducta de los estudiantes a ambos lados de la calle. Por el lado de Barnard, tal como informó el Columbia Daily Spectator, la universidad cambió unilateralmente su página web del Código de Conducta Estudiantil -no está claro exactamente cuándo- para que los estudiantes ya no puedan tener un abogado en las audiencias de conducta. Por parte de Columbia, sacaron recientemente las audiencias disciplinarias del cauce normal, que pasaría por el Consejo Judicial de la Universidad, y las entregaron al Centro para el Éxito y la Intervención Estudiantil. Al hobrar así, privaron a los estudiantes del derecho a disponer de un abogado, y han contratado a abogados de Debevoise & Plimpton para que se ocupen de los casos. El problema a lo largo de todo el año ha sido que las administraciones se inventan las normas sobre la marcha, a menudo sin ni siquiera anunciar los cambios. Nosotros, como miembros del profesorado, nos enteramos de que las normas han cambiado cuando los estudiantes se ven arrastrados a un procedimiento que antes no existía.

Columbia cuenta con un Senado, y después de 1968 se estableció un sistema de procedimientos, uno de los cuales es que la administración debe consultar con el Senado antes de llamar a la policía al campus. La aprobación del Senado no es absolutamente vinculante, pero es la norma, la única excepción es el «peligro claro y presente». Sospecho que esa es la razón por la que la presidenta Shafik utilizó ese lenguaje para describir el campamento en sus cartas a la comunidad de Columbia y a la policía de Nueva York. Se había dirigido al Senado para obtener su aprobación, y su Comité Ejecutivo respondió unánimemente que no. Shafik llamó a la policía de todos modos. Y después de las detenciones, el jefe de patrulla de la policía de Nueva York sugirió que no estaba seguro de por qué se había llamado a la policía, que los estudiantes «estaban diciendo lo que querían decir de manera pacífica».

En su artículo del pasado mes de diciembre, usted planteaba el argumento premonitorio de que la administración se estaba basando en usos escurridizo del concepto de «seguridad» para justificar la represión del discurso propalestino. ¿Cómo ha visto esa retórica de la seguridad en las últimas semanas?

Así es como hemos llegado hasta aquí. La retórica de la seguridad -y muy específicamente la seguridad de los «estudiantes judíos»- ha ido impulsando la represión.Shafik nunca se ha reunido con los estudiantes de Voz Judía por la Paz y Estudiantes por la Justicia en Palestina. La administración sencillamente aplicó la suspensión de ambas organizaciones. Y siguen castigándolas. El Grupo de Trabajo sobre Antisemitismo ha estado funcionando sin una definición de la propia palabra, lo que significa, en primer lugar, que cualquier información de antisemitismo se toma al pie de la letra. Mi opinión es que la gran mayoría de los supuestos incidentes de antisemitismo son simplemente manifestaciones y discursos propalestinos. En realidad, no tenemos ni idea de lo extendido que está el antisemitismo en el campus, ya que nadie ha intentado analizar los incidentes que los estudiantes, basándose en cómo se sienten, han calificado de antisemitas.

Permítame ser clara: he oído hablar de algunos incidentes de insultos antisemitas en el campus. Se también que alguien dibujó una esvástica en el edificio de la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos. No dudo de que haya casos de antisemitismo. También he oído muchos informes de estudiantes musulmanes a los que se les ha arrancado el hiyab, o de estudiantes que llevaban kufiyas a los que se ha llamado terroristas, y de estudiantes judíos antisionistas a los que sus compañeros judíos han insultado y llamado kapos. Estas cosas seguirán ocurriendo. Pero es esencial reconocer que el acoso no sólo afecta a los estudiantes judíos, y que no es tan generalizado en los campus como sugiere la cobertura de prensa.

Volviendo a la cuestión de qué cuenta y qué no cuenta como prueba de antisemitismo: el Grupo de Trabajo ha celebrado «sesiones de escucha» con estudiantes, invitándoles a hablar de sus experiencias de antisemitismo en el campus.

En varias ocasiones, los estudiantes judíos han acudido, han argumentado que no estaban sufriendo antisemitismo y le han pedido al comité que distinguiera entre antisemitismo y antisionismo, sólo para encontrarse con que los miembros del Grupo de Trabajo les cerraban la puerta.

La respuesta ha sido, en efecto: No nos interesa vuestra política. Nos interesa vuestra experiencia. Y estos estudiantes les decían: «pero si esta es mi experiencia; os digo que no creo que esto sea antisemitismo», y sus sentimientos, sus experiencias, han quedado desestimadas.

David Schizer, que copreside el Grupo de Trabajo, sugirió durante las audiencias del Congreso que había un problema de «coherencia».

Mientras que a los estudiantes conservadores se les insta a no «articular una posición particular porque hace que otros se sientan incómodos», cuando la incomodidad la expresan estudiantes judíos, «ese tipo de lenguaje no se ha aplicado».

Pero si es sólo una cuestión de coherencia, ¿por qué no ha habido una respuesta significativa al acoso y, en ocasiones, peligro real que han denunciado estudiantes musulmanes y palestinos? Tengo una estudiante a la que amenazaron en su apartamento por alguien que encontró su dirección, y apenas pudimos obtener una respuesta de la misma administración que afirma preocuparse por la seguridad de todos.

Schizer y algunos otros sugieren que, en todos los demás casos de discursos potencialmente odiosos, lo que sienten los estudiantes ha sido el factor determinante. La incoherencia es que no ha sido así en el caso de los estudiantes judíos.

Creo que eso tergiversa la situación en dos sentidos. En primer lugar, hasta ahora no se había considerado creer simplemente en la palabra de alguien. Ciertamente, ha habido conversaciones en el pasado sobre la retórica y cómo hace que se sientan ciertos estudiantes. Pero normalmente, si un estudiante se siente inseguro, discriminado o acosado, acude a la oficina de Igualdad de Oportunidades y Acción Afirmativa, que investiga la denuncia. Tiene que haber pruebas. No se toma al pie de la letra la denuncia de nadie, ya se trate de acoso sexual en virtud del Título IX o de discriminación racial y acoso en virtud del Título VI. Pasé dos años en un comité de Barnard tratando de averiguar qué íbamos a pensar sobre la libertad de expresión y la libertad académica en relación con este desafío, y fuimos unánimes en que lo que sienten los estudiantes no es el criterio. Se puede investigar, pero no es prueba de acoso o discriminación prima facie.

En segundo lugar, la respuesta actual de la institución a las acusaciones de antisemitismo en torno a la protesta propalestina es mucho más grave que cualquiera de sus respuestas a otras acusaciones de racismo sistemático que se hayan producido a lo largo de los años.

¿Cuándo se han dedicado tantos recursos a investigar el presunto racismo? Nunca ha habido un grupo de trabajo sobre el racismo contra los negros en Columbia, por ejemplo. Eso no significa que no haya antisemitismo. Significa que los estudiantes negros nunca han sido capaces de impulsar una respuesta institucional de esta envergadura, como tampoco lo han hecho los estudiantes palestinos, árabes o musulmanes, ni ninguna otra minoría racial o religiosa. Contrariamente a lo que sugiere Schizer, la respuesta de la universidad a las acusaciones de antisemitismo es mucho más contundente, a nivel institucional, que cualquier cosa que hayamos visto antes, al menos durante mis más de veinte años aquí como profesora.

Desde que Shafik envió a la policía, hemos visto estudiantes de todo el país que establecían campamentos en sus campus, pidiendo a sus respectivas instituciones que desinviertan de las empresas implicadas en la guerra de Israel contra Gaza. Se ha convertido en un movimiento mucho más amplio. ¿Qué opina de esta evolución?

Si los estudiantes del campamento de Columbia se marcharan hoy, habrían ganado igualmente. Se trata de una victoria extraordinaria.

Han sacudido Columbia y Barnard a escala administrativa de una manera muy seria. Han reavivado la oposición del profesorado al comportamiento de la administración. Y lo que es más importante, han lanzado un movimiento nacional y, cada vez más, internacional. Lo que me resulta chocante es el número de medidas represivas de la policía en todo el país para disolver sus propios campamentos de estudiantes, ¿porque había funcionado tan bien en Columbia? Cabe preguntarse si es que estas administraciones no aprenden nada. ¿De verdad se creen que esto va a hacer que los estudiantes se echen atrás, en lugar de movilizarse más aún?

Yo creo que algo va a salir de todo esto. Aunque no se esté de acuerdo con la política de los estudiantes, hay que reconocer que se trata de un movimiento político serio y que están haciendo un trabajo terriblemente bueno. Es una generación que entiende el genocidio de Gaza como la gran crisis moral de nuestro tiempo, y traer a la policía antidisturbios al campus de Columbia fue la chispa final.

The New York Review of Books, 27 de abril de 2024

Nadia Abu El-Haj es Catedrática Ann Olin Whitney de Antropología en el Barnard College y la Universidad de Columbia, y codirectora del Centro de Estudios Palestinos de Columbia. Es autora de “Facts on the Ground: Archaeological Practice and Territorial Self-Fashioning in Israeli Society”; “The Genealogical Science: The Search for Jewish Origins and the Politics of Epistemology”; y, más recientemente, “Combat Trauma: Imaginaries of War and Citizenship in post-9/11 America”.

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