Somalia: La guerra y la sequía

Línea Internacional

Guadi Calvo

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Tras dos semanas de bombardeos contra las células del Daesh, instaladas en Puntlandia, la región semiautónoma del norte de Somalia, el AFRICOM (Mando África de Estados Unidos), en coordinación con los gobiernos de Mogadishu, y el regional, anunció el fin de la operación.

Según el comunicado, los ataques tuvieron como principal objetivo los campamentos de las montañas de Golis, un punto clave a lo largo de las diferentes etapas de guerras e insurgencias del país. Estos ataques también incluyen Baalade y Almiskat, cerca de Boosaaso, en la región de Bari.

Según la oficina de Operaciones Antiterroristas de Puntlandia, la ofensiva también incluyó acciones terrestres en Almiskat contra una khatiba del Daesh, realizada con su propia fuerza militar Fuerza Darawish de Puntlandia.

Estas operaciones se enmarcan en la campaña conjunta del gobierno norteamericano, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y los gobiernos locales, que intentan desactivar las montadas en el norte del país de los combatientes del Daesh, llegados desde Yemen.

Desde hace poco más de un año, el valle de Baalade se ha convertido en un bastión de los integristas donde se planifican y ejecutan ataques contra las autoridades locales y las fuerzas de seguridad de Puntlandia.

La presencia del Daesh, al otro lado del golfo de Adén, responde al incremento de ese valor geoestratégico que ha tomado todo ese cuadrante a partir de las operaciones de los Houthies, en el mar Rojo y el golfo, contra embarcaciones comerciales que, de alguna manera, aunque sea tangencial, se concatenen con intereses sionistas.

Para el Daesh, generar una cabeza de playa en el norte somalí, además, significa la entrada a un área que ha tenido vedada prácticamente desde su creación en 2014, y donde, hasta ahora, únicamente al-Qaeda ha tenido injerencia, vía sus consignatarios regionales al-Shabbab, quienes no solo operan en Somalia, sino que también se extienden al norte de Kenia y en el este de Etiopía.

Para el Daesh, acceder al control de áreas por donde transitan rutas comerciales, desde y hacia Suez, vía el mar Rojo, es ingresar en una disputa de la que hasta ahora se ha mantenido al margen y en la que se puede sintetizar a Estados Unidos e Israel con los Houthies e Irán. Mientras que al-Shabbab, sigue abarcando el centro y el sur de Somalia, distante del golfo de Adén, pero siempre atento…
El general de la fuerza aérea norteamericana Dagvin Anderson, quien acaba de asumir el quince de agosto la comandancia del AFRICOM, insistió, al igual que todos sus predecesores, con que: “Las operaciones demuestran el compromiso de Estados Unidos con la protección tanto de los estadounidenses como de sus aliados somalíes frente a las amenazas extremistas”, lo que siempre deja abierta la puerta para continuar operando en la región, cada vez más inestable.

Puntlandia intenta evitar que los muyahidines del Daesh continúen acercándose a la ciudad de Boosaaso, el principal puerto del norte somalí y un centro comercial clave para el estado de Bari.

Más allá de que los informes de las acciones contra el Daesh, en las montañas de Golis, indican que los ataques causaron pérdidas significativas a los combatientes, el número de bajas provocadas y los daños “significativos” todavía no han sido revelados, aunque la ofensiva ha sido despiadada. Desde poco antes de que comenzaran las operaciones de bombardeo del AFRICOM e incluso mientras estaba en pleno desarrollo el Daesh, realizó tres operaciones en las que provocaron a la Fuerza Darawish de Puntlandia, medio centenar de bajas y decenas de heridos muertos, entre mediados de julio y el veintidós de agosto.

El camino de la debacle

Mientras el presidente somalí, Hassan Sheikh Mohamud, se ufana de las relaciones con Estados Unidos, a las puertas de Mogadishu se abre el más claro ejemplo de la crisis de seguridad y climática que vive el país.

Un campamento de desplazados, no reconocido, se ha instalado a lo largo de los treinta kilómetros del camino que une Mogadishu con la localidad de Afgoye, desde donde se abre la ruta hacia el Bajo Shabelle, una de las áreas de mayor producción agrícola del país.

A lo largo de esos treinta kilómetros, cerca de medio millón de desplazados de todo el país, se han ido instalando desde que el grupo integrista al-Shabbab, fue expulsado en 2011 de la capital, momento en que comenzó a irradiarse con mucha fuerza hacia el centro y el sur del país. En la actualidad, al-Shabaab junto al Jama’a Nusrat ul- islām wa al-Muslimin (Grupo de Apoyo al islām y los musulmanes), con epicentro en el Sahel, son las dos principales franquicias de al-Qaeda en el continente.

Las acciones de al-Shabaab, sumadas a las respuestas de las fuerzas represivas del Estado (Ejército, policías), las misiones militares internacionales de Naciones Unidas y de la Unión Africana, y las operaciones aéreas de los Estados Unidos, combinadas con la crisis climática, que provoca periódicas sequías, seguidas de inundaciones, han empujado a cerca de cuatro millones de personas a desplazarse en búsqueda de seguridad y alimentación, lo que ha generado el crecimiento de las tasas de urbanización más altas del continente. Calculando que para el año próximo la población urbana superará a la rural.

Prácticamente, ningún otro país del mundo ha vivido una crisis más compleja y prolongada y con esos niveles de desplazamientos a lo largo de tanto tiempo. Por lo que fenómenos como el del eje Mogadishu-Afgoye, son casi inéditos.

De estos asentamientos, el más conocido es el núcleo Sinka Dheer, a unos quince kilómetros de Mogadishu, donde miles de chabolas levantadas con plástico, lonas y chapas han generado un dédalo, intransitable para quienes intenten llegar con asistencia humanitaria. El trazado irregular de pasadizos y callejones, que durante la temporada de lluvias se convierte en lodazales, hace todavía más penosa la vida en esos campamentos.

Estos campamentos se han levantado en tierras productivas y con propietarios reconocidos, por lo que, desde el gobierno, para evitar el efecto que se podría causar la expulsión compulsiva de semejante población, no presta mayor asistencia, apostando a que se desplacen solas a otras áreas, donde la ayuda es mayor.

Por lo que, más allá de la limitada asistencia de algunas ONGs, carece de asistencia alimentaria, sanitaria e incluso de muy poca seguridad estatal, por lo que está siempre latente la posibilidad de la incursión de algún grupo armado de los clanes con injerencia en esas áreas, e incluso ataques de alguna khatiba de al-Shabbab.

Otro de los factores que ha incrementado el número de desplazados son los recurrentes ataques de las milicias de los clanes a las comunidades agrícolas del fértil valle de Shabelle. Lo que hace que cada año nuevas olas de desplazados se incorporen a los campamentos o al eje Mogadishu-Afgoye, buscando protección.

Un fenómeno que también se repite en ciudades como la de Baidoa, a unos doscientos veinte kilómetros al oeste de la capital, a donde cada vez son más recurrentes la llegada de desplazados tanto por la violencia integrista, como por el cambio climático, que ha producido sequías que se prolongaron durante los últimos tres o cuatro años, desbaratando cualquier posibilidad de producción agrícola y matando miles de cabezas de ganado.

Ya el cuarenta por ciento de los veinte millones de habitantes de Somalia, se encuentra en estado de necesidad de asistencia alimentaria y sanitaria extremas. La llegada de la escasa ayuda, a la vez, ha abierto una red de desvíos de recursos, que llegan casi a la mitad del total. Bien para beneficio propio de algunos funcionarios, e incluso de líderes de algunos clanes, que desvían esas provisiones para los suyos. Donde, además, guardias y funcionarios encargados de la seguridad y administración de esos campamentos, juegan un rol criminal, en esos desvíos, cobrando peajes, por cada carga “perdida”, por lo que a la guerra y la sequía se debe sumar la corrupción casi como un mal natural.

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