Dr. Mauro Fernández
Hace un tiempo, nos vimos sorprendidos por el nombre de una novela. Sin tetas no hay paraíso, sorprendió porque era probablemente la primera vez que se daba tal permisividad lingüística, pero también, porque en cierta forma, revela la nueva ideología emergente en la sociedad occidental.Las diferentes civilizaciones han logrado surgir y sobrevivir gracias al esfuerzo y el trabajo de sus patricios, quienes hicieron de la austeridad y la abnegación su norte y con ello lograron el esplendor de las diferentes culturas. Hombres con espíritu de acero que doblaron las inclemencias de la selva. Hombres con espíritus indomables que nunca le dijeron no al trabajo.
Hombres con espíritus tenaces que se reían con sus hechos de los imposibles. Esos son los hombres que hay en nuestro pasado y esos son los hombres que configuraron la Costa Rica que hoy disfrutamos. Fueron ellos los que idearon la educación gratuita para todos, fueron ellos los que conceptualizaron los servicios médicos de cobertura universal, fueron ellos los que idearon una sociedad sin armas, fueron ellos los que pusieron un teléfono público en cada pueblo y luego un teléfono en cada casa, fueron ellos los que llevaron agua potable y luz eléctrica a todas las comunidades. Sí, fueron ellos los que nos legaron ese paraíso.
Luego, en nuestra sociedad, las cosas fueron cambiando. Las nuevas generaciones surgieron alérgicas al sudor. El trabajo dejó de ser un aliado, los labriegos y sencillos se fueron haciendo cada vez menos y surgió un nuevo perfil de persona: una que ostenta, que trabaja poco, que consume mucho y que no tiene agallas.
Hoy nos preguntamos qué pasó con ese paraíso que era nuestro país. No podemos entender por qué hay tanto asalto, por qué la droga está carcomiendo a nuestra población desde la más temprana edad. No sabemos por qué hoy, desde el seno del hogar, brota la violencia; por qué este país, que era un paraíso, se convirtió en lugar inseguro para el individuo honesto.
No hay duda que el principal motivo de este infierno que vivimos, es la pérdida del sentido de consecución. Hemos perdido lo que nos caracterizó por años, hemos perdido lo que nos permitió fortalecernos como nación. El luchar por la vida, el ganarse el pan con el sudor de la frente, dejó de ser una consigna nacional.
Hoy, grandes rubros de nuestra población andan tras la vida fácil. Muchos de nuestros ricos dejaron de ser honestos e inteligentes y muchos de nuestros pobres dejaron de ser trabajadores. Y aquella gran clase media, se concentró en sobrevivir con el menor esfuerzo posible.
En nuestras aulas es vergonzoso ser un verde, la excelencia dejó de ser la meta. Hoy la idea es pasar raspando y si no, no importa, se repite. La educación no nos la regalaron. Nuestro sistema educativo le costó alma, vida y corazón a nuestros próceres. Muchos pueblos todavía hoy, luchan por tener un sistema como el nuestro y, sin embargo, buena parte de nuestro estudiantado ve en el estudio una fastidiosa faena que los aleja de la fiesta y el vacilón. Las casuísticas nacionales revelan que entre uno y dos de cada tres estudiantes no termina la secundaria, que el 30% de los jóvenes no estudia ni trabaja, es decir, son mantenidos que han hecho de la vagancia su forma de vida.
El ahorro y el ser comedido están a punto de extinguirse. Porcentajes importantes de los ingresos familiares se van en modas y conciertos, en carros y en iPods, en celulares y en pantallas de plasma. Y no se crea que éste mal solo carcome a las clases altas. Hasta en hogares humildes y en precarios, se observan estas vanidades. Hoy, muchos de los subsidios gubernamentales al estudiantado, se gastan en celulares a vista y paciencia de unos padres siempre complacientes.
Entre las víctimas de esta pérdida de identidad, se cuentan también el Niñito Dios y San Nicolás. Antes traían caballitos de palo, carros ganaderos y muñecas de vestir. Hoy llenan a nuestros niños con juguetes de marcas por los que cobran una fortuna.
Nuestros centros universitarios son una paradoja. Unos, rodeados de bares donde sucumbe con facilidad el estudiantado y otros, parecen centros comerciales con food courts repletos de grasa. Todo en nombre de la libertad. Muchos de nuestros estudiantes hoy son amamantados con cerveza y se terminan de criar con un trago en cada mano, porque cuanto evento juvenil se programa, es patrocinado rápida y generosamente por la industria del licor.
De alguna manera, la educación dejó de ser una herramienta y se convirtió en un simple requisito. Dejó de formar y se conformó con enseñar. De alguna manera, la educación perdió su esencia, la que tan bien definiera Rodrigo Facio, si no trasforma no es educación. Hoy abundan los profesionales que simplemente son mal educados, que, como decían nuestros abuelos, pasaron por las universidades pero las universidades parece que no pasaron por ellos, porque se comportan como patanes y engreídos.
El ejercicio, cuando se hace, suele hacerse para lucirse y no por salud. El aspecto se volvió tan importante, que miles de quinceañeras piden suplicantes como regalo de cumpleaños unas prótesis de siliconas. Bajo la nueva ideología imperante, ya no es necesario que una mujer estudie, ya no es necesario que una mujer aprenda una destreza o un oficio. Si es bonita y pechugona, se le abren un sinfín de puertas. Y aunque no cabe duda que eso es cierto, también lo es que las puertas que se les suelen abrir son las del abuso, la explotación y el maltrato.
Nos volvimos consumistas. Andamos con tenis que cuestan medio salario base, con colonias de precios extravagantes y lucimos las marcas con el fin de buscar aprobación y estima, sin darnos cuenta que eso simplemente produce relaciones vacías e insulsas.
No se crea que el paraíso que siempre fue nuestro país y que era ejemplo en el mundo, se desgasta por generación espontánea. Precisamente lo estamos perdiendo por importar estilos de vida que son decadentes y corruptos, que desdichadamente afloran en los medios, llámense televisión, radio, Internet o revistas.
Hoy, la televisión enseña los valores de la desidia y el desdén, con personajes que se mofan de su ignorancia y de la presteza con la que viven el absurdo de la abundancia mal habida. Internet está repleto de sitios que contaminan nuestras pantallas con material sexual y llenan la cabeza de nuestros jóvenes con errados y peligrosos esquemas sexuales.
Por eso, entre el catorce y el veinte por ciento de los niños que nos trae la cigüeña, son de madres adolescentes. Por eso, solo el año pasado tuvimos cerca de ochenta escolares embarazadas. Por eso, los adolescentes son los que más padecen de enfermedades venéreas.
Por eso y por mucho más, es que este país se está quedando sin cultura, sin juventud y sin deporte. Cerca de la mitad de los costarricenses padece de obesidad. Nos volvimos echados, somos sedentarios, tenemos tiempo para todo pero no para nuestro cuerpo. No velamos por la salud, no podemos quitarle a la televisión, al ‘happy hour’ y al dos por uno un poco del montón de tiempo que le dedicamos, para destinarlo al ejercicio, para ir a correr tan siquiera cincuenta minutos diarios.
Por eso, por esa falta de fuerza de voluntad, nos estamos muriendo de infartos, derrames cerebrales, cáncer, descompensaciones diabéticas. Porque en el nombre de una vida fácil, hemos descuidado el mayor tesoro: la salud. Hoy los salubristas nos hablan de niños obesos, de jóvenes obesos, de adultos obesos y de ancianos obesos, porque es el país como un todo el que está cayendo hincado ante la grasa y el sedentarismo.
Ya nuestros niños no corren, no juegan quedó ni escondido, no levantan un papalote, ni se llenan de tierra, ni suben a los palos. Hoy, desde pequeños están encerrados de siete a tres en el kínder de la esquina y, al llegar a la casa, solamente ven televisión y juegan play station. Perdimos el contacto con la naturaleza. Muchos niños no conocen cómo se ordeña una vaca, cómo se apea una naranja, cómo es un palo de jocote, cómo se coge café. Muchos de nuestros niños no conocen esa Costa Rica.
En los hogares, en los medios, en las aulas y en la calle, dejamos de enseñar que solo en la lucha tenaz de fecunda labor que enrojece del hombre la faz, se consigue y se mantiene el eterno prestigio, estima y honor, que conquistaron aquellos labriegos y sencillos. Hoy, se dejó de enseñar que sin huevos no hay paraíso.
– Director del Instituto Costarricense de Sexología