Se evapora la ilusión de un futuro mejor tras la pandemia

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Desde Desde el comienzo de la pandemia y durante buena parte del 2020, ha tenido lugar un tema de debate inevitable sobre si la salida de la emergencia mostraría un mundo mejor o peor que el existente inmediatamente antes. Tres posiciones se evidenciaron al respecto: a) la de quienes estaban convencidos de que aparecería un mundo mejor, sobre la base de las lecciones aprendidas en la propia pandemia; b) la de quienes pensaban todo lo contrario, puesto que las secuelas sanitarias y económicas iban a lastrar durante mucho tiempo la recuperación, con lo que se manifestaría con frecuencia el lado oscuro de la condición humana, y c) la percepción -que compartimos muchos- de que el mundo tras la crisis no sería ni peor ni mejor, sino que mostraría continuidades respecto del que teníamos en 2019, al mismo tiempo que incorporaría novedosas diferencias provocadas por la respuesta a la crisis.

Pues bien, el último Informe Especial de CEPAL sobre la situación creada por la COVID-19, emitido a principios de este mes de julio 2021, viene a intervenir descarnadamente en este debate. Y lo que muestra parece echar tierra sobre la esperanza de que la salida de la pandemia vaya a reflejar un mundo mejor, al menos en América Latina. El título del Informe ya es indicativo: “La paradoja de la recuperación en América Latina y el Caribe. Crecimiento con persistentes problemas estructurales: desigualdad, pobreza, poca inversión y baja productividad”.

Comienza el Informe dejando claro que el rebote económico que experimentará la mayoría de los países de la región, como producto de la contracción productiva del 2020, el conocido “efecto resorte”, no va a asegurar un crecimiento sostenido de sus economías. Su afirmación al respecto, es poco halagüeña: “Nada permite anticipar que la dinámica de bajo crecimiento previa a la crisis vaya a cambiar. Los problemas estructurales que limitaban el crecimiento de la región antes de la pandemia se agudizaron y repercutirán negativamente en la recuperación de la actividad económica y los mercados laborales más allá del repunte del crecimiento de 2021 y 2022. En términos de ingresos per cápita, la región continúa en una trayectoria que conduce a una década perdida” (p.4).

Desde luego, hay diferencias según países, pero la contracción en el 2020 afectó a toda la región. Cabe señalar el caso de Brasil, que muestra las peores cifras de mortalidad por COVID-19 en la región, pero que refleja un deterioro socioeconómico menor: mantuvo un crecimiento positivo (2%) durante ese año, sus exportaciones se han mantenido bastante y la pobreza por ingresos apenas ha aumentado un punto porcentual. Todo indica que la estrategia del gobierno Bolsonaro de mantener la maquina productiva en marcha, al costo de muchos miles de víctimas por la pandemia, ha conseguido en buena medida sus propósitos.

El enfrentamiento a corto plazo de la crisis ha significado un esfuerzo fiscal considerable, en relación con un fuerte endeudamiento público. Y las perspectivas no son mejores: “En 2021, América Latina enfrenta un mayor nivel de endeudamiento público. Al cierre de 2020, la deuda pública bruta del gobierno central alcanzó el 56,3% del PIB, lo que supone un incremento de 10,7 puntos porcentuales sobre el nivel del 45,6% del PIB registrado en 2019” (p. 16). La inyección de recursos financieros que necesitan lo países de la región se mantendrá a considerable distancia de los montos que presentan los fondos de la Unión Europea para la recuperación.

En todo caso, CEPAL ya había advertido que, aunque el aumento de transferencias hacía los sectores más afectados por la pandemia era insuficiente para satisfacer la demanda de necesidades creada, sí resultaron paliativos para impedir un deterioro que hubiera sido casi el doble sin ese gasto extraordinario.

Pero ello no impidió una caída de cobertura de los sistemas de pensiones, cuya recuperación será lenta. También se produjo una reducción del gasto en asuntos no considerados urgentes, como es el caso de las partidas sobre medio ambiente. En el campo de la educación, los recortes llevan a CEPAL a hablar del “riesgo de una generación perdida”. Por otra parte, el Informe señala la gran vulnerabilidad mostrada por los estratos medios en esta crisis, que han visto disminuir su nivel de ingresos en todos los países de la región.

El Informe se interroga acerca de dos asuntos medulares. El primero, por cuanto tiempo van a mantener los países latinoamericanos las medidas de respuesta, sobre todo en términos de transferencias por emergencia, para que la salida de la crisis no se frene abruptamente y se manifieste un bache en las condiciones sociales. Y la segunda, si habrá espacio en algún momento para retomar las estrategias de transformación productiva con equidad que estaban pendientes antes de la pandemia. Porque lo que se observa en el mediano plazo es una recuperación económica manteniendo -e incrementando en varias dimensiones-, los problemas estructurales de sus parámetros socioeconómicos.

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