Luis Paulino Vargas Solís
Que decirles «maricones» es exactamente como decirles playos, culiolos, pájaros, platanazos, rabanazos o cualquier otro término por el estilo, igualmente florido y corrongo, dentro del larguísimo etcétera de adjetivos con que, en el lenguaje popular, se acostumbra «elogiarnos» a los hombres homosexuales.
Yo sé que Fonseca fue un excelente y exitoso futbolista. Tengo entendido que hoy es un exitoso hombre de negocios. Pero sí tengo la impresión que no es así, como un sujeto especialmente ilustrado, leído ni educado. Tal vez por eso don Fonseca no entiende que ser marica o maricón o playo o culiolo, no lo convierte a uno ni en un inútil ni mucho menos en un cobarde.
Vale decir: no hay nada que determine que un platanazo, por el solo hecho de serlo, sea, por esa sola razón, ni menos fuerte, ni menos intrépido, ni menos valiente, ni menos inteligente.
Alejandro Magno y el rey Ricardo Corazón de León, también fueron lo que, en el lenguaje contemporáneo del ilustre señor Fonseca, vendría a ser un par de maricones. Y, vea usted, también lo fue George Washington.
Puede el ilustre Fonseca estar seguro que ninguno de los tres habría salido corriendo aterrorizado ante la posibilidad de ser interrogado por dos diputadas costarricenses.
Otro, que se dice «macho alfa», sí huyó despavorido.
Y que se entere Fonseca, que genios inmensos como Isaac Newton, Miguel Ángel Buonarroti y Leonardo da Vinci, también fueron maricones.
¿Y cómo olvidar que Walt Whitman, Oscar Wilde y Federico García Lorca -tres gigantes de la literatura universal- entraban en esa misma categoría?
Lo que quiero decir con esto es que se puede ser maricón y ser un tipazo excelente. O no serlo, que también hay maricas odiosos, malos y despreciables o rematamente tontos.
Es que el sexo de la persona con la que uno comparte la cama, nada tiene que ver con lo buena o mala persona que uno sea. Ni con tu mayor o menor talento e inteligencia, ni con tu valentía o tu cobardía, ni con tu bondad o tu maldad.
Pero, sobre todo, Fonseca no debería olvidar lo que seguramente bien sabe y, de hecho, él mismo expresa: el fútbol masculino -como, en general, todos los deportes masculinos- cargan un pesado fardo de homofobia.
Todavía hoy día sigue siendo muy difícil para un muchacho gay participar en ningún deporte. Todavía sigue siendo una noticia sensacionalista, de esas que generan un oleaje impetuoso de murmullos, que algún deportista, más o menos célebre y exitoso, salga del clóset y «se declare» gay.
De modo que no, Fonseca, en esa Sele muy posiblemente no hay ni un solo maricón. Y si hubiere alguno, bien guardado en el ropero se lo tiene.
El problema es otro, señor Fonseca. Y comentaristas bocones como usted son una parte muy importante de ese problema.
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