Philippe Marlière
Los laboristas canalizaron el ambiente de hartazgo frente a los conservadores -incluso de sectores empresariales- y consiguieron una enorme mayoría en el Parlamento. Sin provocar un gran entusiasmo en el electorado, el nuevo primer ministro, Keir Starmer, tiene ante sí el desafío de reconstruir los servicios públicos y recuperar el rumbo del país perdido tras el Brexit.
Tras sufrir una severa derrota en las elecciones generales de 2019, el Partido Laborista británico obtuvo el 4 de julio una de las mayores victorias electorales de su historia en términos de número de parlamentarios. Los laboristas obtuvieron una mayoría absoluta de 412 escaños (+211), muy por delante de los conservadores, con 121 escaños (-250). Los liberal-demócratas obtuvieron importantes ganancias con 71 escaños (+63). El Partido Laborista de Keir Starmer obtuvo seis escaños menos que el resultado histórico del Nuevo Laborismo de Tony Blair en 1997. Se trata, pues, de un rendimiento electoral excepcional.
Los laboristas tienen así vía libre para llevar a cabo una política que rompe con los 14 años de gobierno conservador, durante los cuales las desigualdades aumentaron de manera significativa. El nivel de pobreza en el país (en particular la pobreza infantil) es comparable al de la posguerra. Los servicios públicos han sido descuidados y se encuentran en muchos casos en ruinas: el Servicio Nacional de Salud, un servicio de salud público financiado íntegramente con el dinero de los contribuyentes, está agónico, las escuelas en mal estado se ven obligadas a cerrar y la privatización de los ferrocarriles ha sido un fiasco tal que Keir Starmer ha decidido renacionalizarlos.
Las políticas de recorte de impuestos a las empresas y a los más ricos han secado los recursos del Estado. El Brexit y la salida de la Unión Europea han empobrecido y aislado diplomáticamente al país, y complicado la circulación de personas entre las islas británicas y el continente. Más de 60% de los británicos creen ahora que abandonar la Unión Europea fue un grave error. El Brexit ha provocado una inestabilidad crónica en la cúpula del gobierno, con cuatro primeros ministros (conservadores) desde 2016. Liz Truss permaneció 49 días al frente del Ejecutivo, desalojada del poder tras aplicar unas políticas de recortes fiscales tan radicales y disparatadas ¡que los mercados financieros se asustaron!
Fue en este contexto de hundimiento conservador que Keir Starmer, jefe del Partido Laborista desde 2020, rompió con el corbynismo. Ha tranquilizado a un electorado escaldado por el amateurismo político y el giro izquierdista del equipo de Corbyn. Hay que decir que el Brexit no se produjo por casualidad. Fue el resultado de años en los que los medios de comunicación y gran parte del electorado se movieron a la derecha en cuestiones de inmigración y seguridad. Starmer, abogado de formación y procedente de la soft left [izquierda moderada] del partido, ha jugado la carta de la seriedad, la competencia económica y la honestidad, valores todos ellos pisoteados por los conservadores, que no han dejado de escorarse a la derecha tras el Brexit.
Esta estrategia de cautela no entusiasma, de hecho el Partido Laborista ha retrocedido en votos en términos absolutos respecto de la elección de 2017, pero ha tranquilizado a un electorado que se ha vuelto visceralmente anticonservador y decidido a castigar a los tories en las urnas.
Starmer hizo una campaña en la que se comprometió a devolver la solidez a los servicios públicos, pero sin gravar los beneficios del capital. También declaró que no daría marcha atrás en el ahora impopular Brexit, una postura de prudencia a toda prueba que ha sido cuestionada por los críticos de izquierda dentro y fuera del partido.
No son sus medidas propuestas de izquierda las que han desacreditado a Jeremy Corbyn a los ojos de una gran parte del electorado laborista, sino su estilo a menudo confuso y su escasa imagen de estadista combinada con las polémicas sobre el antisemitismo. No todo es sencillo en la situación actual. Diabolizado por sus adversarios e incapaz de unir a su partido, Corbyn se había vuelto inelegible. Pero si Starmer fue elegido, fue sin despertar el entusiasmo que Blair, pese a proceder del ala derecha del partido, había suscitado en 1997. La irresistible ola que aplastó a los tories estaba impulsada por un rechazo visceral de gran parte del electorado, que pasó a percibirlos como incompetentes, corruptos, racistas y extremistas. Desde el gobierno de Boris Johnson en adelante, los votantes británicos están decididos a deshacerse de un gobierno de «ricachones» y percibido como deshonesto.
Sin embargo, esta victoria excepcional también reveló debilidades preocupantes. Los laboristas obtuvieron dos tercios de los escaños pero solo 34% de los votos. La diferencia entre el número de votos obtenidos y la representación parlamentaria no tiene precedentes. El sistema de mayoría simple permite esta distorsión, que oculta la emergencia de un sistema multipartidista frente al bipartidismo del pasado, que se organizaba en torno a conservadores y laboristas. Tras la irrupción del independentista Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés) hace unos años, los Verdes y Reform UK (ex-Partido del Brexit), de extrema derecha, son los recién llegados a la escena electoral. Gozan de un fuerte apoyo popular, pero son subrepresentados en el Parlamento por el sistema electoral, que favorece a los viejos partidos.
Los laboristas ganaron por un amplio margen porque se centraron en circunscripciones donde los conservadores tenían una ventaja relativamente pequeña -marginal seats [escaños marginales]- y les ganaron en la gran mayoría de los casos. En 2017, el Partido Laborista de Corbyn obtuvo más votos en total que Starmer en 2024 (40% y casi 23 millones de votos). Pero ganó un número récord de votos en bastiones laboristas mientras que fue poco efectivo para ganar los escaños marginales (obtuvo 262 escaños ganados en total). Además, los conservadores tuvieron entonces un resultado muy alejado del derrumbe del jueves pasado: 42% frente a 23,7%.
El nuevo gobierno laborista es ultradominante en escaños, pero desde luego no es políticamente hegemónico. Además, ha sufrido reveses en circunscripciones laboristas de larga data. Ha sido derrotado por candidatos independientes, por ejemplo en Blackburn, Dewsbury and Batley y Leicester. Estas circunscripciones tienen una gran población musulmana, y estos votantes castigaron a Starmer por lo que consideran una postura excesivamente proisraelí.
Wes Streeting, figura laborista y próximo ministro de Salud (un puesto delicado en Reino Unido), estuvo a punto de ser derrotado en un bastión laborista. Solo conservó su puesto por 528 votos frente a un candidato independiente de origen palestino. Una vez más, la postura proisraelí del diputado lo perjudicó. Jeremy Corbyn, diputado por Islington Norte (Londres) desde 1983, donde se presentó como candidato independiente, derrotó a un candidato laborista oficial, recién llegado y ubicado en el ala derecha del partido.
La irrupción de Reform UK, liderado por Nigel Farage, él mismo diputado electo, fue de gran ayuda para los laboristas. El nuevo partido de extrema derecha arrebató un gran número de votos a los conservadores. Con 14% de los votos y 4 escaños, Reforma es el nuevo chico del barrio. Reino Unido cuenta ahora con un partido de extrema derecha reconocible, similar al Reagrupamiento Nacional o Hermanos de Italia en el continente. Este partido podría amenazar pronto a los laboristas en sus bastiones obreros del norte de Inglaterra. A esto se añade el hecho de que si los laboristas no han aumentado sus votos en Inglaterra con respecto a 2019, y solo han vuelto a ser el partido dominante en Escocia gracias al descrédito del SNP, minado por los escándalos y el desgaste del poder.
El Partido Laborista gobernará teniendo que cubrir su flanco izquierdo (con el empuje de los Verdes, populares entre los jóvenes) y su flanco derecho (conservadores revanchistas y Reform UK). Starmer tendrá que reparar los servicios públicos destruidos por los conservadores, sobre todo en los ámbitos de la salud pública, la educación y la vivienda. También tendrá que tomarse en serio las exigencias de un electorado popular en materia de inmigración y seguridad. No se trata de seguir las mismas políticas represivas y populistas que los conservadores, sino dar una respuesta progresista a estas cuestiones claves.
Si Starmer no cumple estas expectativas populares, su aplastante mayoría podría ser un destello en la historia electoral. Si fracasa, un Partido Conservador aún más extremista, flanqueado por la extrema derecha, podría volver al poder dentro de cinco años.
Traducción: Pablo Stefanoni para nuso.org