Oscar Izquierdo
En el último año, hemos visto cómo los recursos destinados a educación, salud, protección social y cultura han disminuido, dejándonos en el punto más bajo de los últimos 12 años. Esto no es una simple variación económica, es una señal de alarma. Porque cuando se invierte menos en las personas, en su bienestar, en su futuro, los efectos se sienten en todos los rincones del país.Estos datos, presentados por el Centro Internacional de Política Económica para el Desarrollo Sostenible de la Universidad Nacional, nos muestran que el esfuerzo que hemos hecho durante la última década para aumentar la inversión en estas áreas, está siendo erosionado.
A manera de ejemplo, en el año 2020 se destinó un 24,2% del PIB para inversión social, el nivel más alto de la última década. Sin embargo, en solo dos años, este número se redujo a un 21,2%. Esto no es simplemente un porcentaje que baja; es un retroceso en nuestra capacidad para cuidar a nuestra gente.
Otro ejemplo: en educación hemos caído a un gasto de solo 5,7% del PIB, muy por debajo del 8% que nuestra propia Carta Magna exige, y también inferior al 6% recomendado por la OCDE. Este déficit en la inversión educativa es una sentencia de estancamiento para el desarrollo de nuestra Nación.
En protección social, tenemos un alarmantemente 14,5% del PIB, mientras que el promedio de los países de la OCDE es del 22,6%. ¿Y esto qué significa? Bueno, que estamos dejando atrás a los más vulnerables de nuestra sociedad.
Pensemos por un momento lo que significa para un niño recibir una educación insuficiente. Ese niño, que hoy tiene sueños y aspiraciones, se verá limitado en sus oportunidades. Cada recorte en educación es una puerta que se cierra, es una promesa incumplida.
Pensemos en nuestros hospitales, en el sistema de salud que todos necesitamos en algún momento. Reducir la inversión en salud es condenar a nuestra población a vivir con menos esperanza, con menos oportunidades de recibir el cuidado que merecen. No podemos “privilegiar el ahorro sobre la vida”.
Y, ¿qué decir de los programas de protección social? Son un salvavidas para quienes luchan cada día por salir adelante. Cada colón que se recorta de estos programas es una vida que se pone en riesgo, una familia que queda desamparada. Es un golpe directo al corazón de nuestra solidaridad como Nación.
Claro, reducir el gasto social se debe a políticas fiscales que, aunque son necesarias para controlar el gasto público, están impidiendo que invirtamos en áreas vitales para el bienestar de nuestra población. Debemos encontrar un equilibrio, UNA RUTA que nos permita seguir siendo fiscalmente responsables sin sacrificar el desarrollo y el bienestar social que tanto necesitamos.
No es suficiente con contener el gasto; debemos invertir con visión de futuro y con la certeza de mejorar la calidad de vida de nuestra ciudadanía.
No permitamos que la ilusión de la posverdad comprometa el futuro de Costa Rica: disminuir la inversión social es sinónimo de sembrar las semillas de la desigualdad, la pobreza, la delincuencia y la desesperanza.
Este no es solo un llamado a la acción, es un llamado A LA CONCIENCIA. Porque al final del día, no seremos juzgados por cuánto hemos ahorrado, ni por los discursos pronunciados, sino por las vidas que mejoramos, por las oportunidades creadas y por la equidad que promovimos. Y en eso, ¡no podemos permitirnos fallar!
Es hora de reconocer que el verdadero progreso no se mide solo en términos económicos, sino en la calidad de vida que ofrecemos a nuestros ciudadanos.
Finalmente cierro diciéndoles que, el desarrollo social es la piedra angular sobre la cual debemos enrumbar nuestro país. Sin salud, educación y vivienda digna, no hay desarrollo económico que valga.
– Diputado