“Si usted puede alquilar Venecia para su boda, puede pagar más impuestos”
Carlos Revilla Maroto
Viendo la boda de Jeff Bezos (el dueño de Amazon, con una fortuna valorada en 200 mil millones de dólares), y al ver tanta ostentación —incluso alquiló prácticamente la ciudad de Venecia en Italia— se me ocurrió plantearla a la IA un artículo sobre el tema con los prompts sobre el tema.La consulta a la IA fue «contrastar la reciente boda de jeff bezos que costó 50 millones de dólares con, por ejemplo, la hambrunas en diferens partes del mundo, la pobreza en el propio EEUU, la creciente desigualdad, y el recorte de impuestos a los más ricos prouesto por Trump«, y este fue el resultado, que me gustó mucho y que retoqué para terminar de darle forma.
La reciente boda del magnate Jeff Bezos, valorada en 50 millones de dólares, ha sido celebrada por las revistas del espectáculo y criticada por analistas sociales en igual medida. El extravagante enlace, lleno de estrellas, champán exclusivo y excentricidades de superlujo, se ha convertido en símbolo de una desconexión abismal entre las élites económicas globales y las realidades que enfrentan millones de personas.
Mientras unos tiran la casa por la ventana, otros no tienen casa, el contraste no podría ser más brutal. Según el World Food Programme, más de 800 millones de personas en el mundo padecen hambre crónica. En Yemen, Somalia, Afganistán y Haití, por mencionar algunos países, las familias sobreviven con raciones mínimas o incluso pasan días sin comer. Los 50 millones de dólares gastados en una sola boda podrían haber financiado durante un año el programa alimentario escolar en múltiples países africanos.
Pero la desigualdad no es solo un fenómeno lejano. En Estados Unidos, el país de Bezos, más de 11 millones de niños viven en hogares con inseguridad alimentaria. Las imágenes de filas interminables en bancos de alimentos no son cosa del pasado pandémico; son parte del presente de millones de estadounidenses. Mientras tanto, uno de los hombres más ricos del planeta celebra su fortuna en un paraíso exclusivo, sin que su estilo de vida se vea siquiera rozado por las dificultades que atraviesan sus conciudadanos.
A esta obscena desigualdad se suma un nuevo ingrediente: la propuesta de bajar aún más los impuestos a los más ricos, impulsada por Donald Trump y actualmente a punto de ser aprobada por el Congreso. De concretarse, esta reforma fiscal beneficiaría principalmente a multimillonarios como Bezos, Musk y otros miembros del club de las cien fortunas más grandes del mundo. Es decir, mientras millones luchan por pagar su renta, alimentarse o pagar una consulta médica, el Estado podría estar renunciando a ingresos vitales con tal de seguir engordando los bolsillos de quienes ya tienen más de lo que podrían gastar en cien vidas. En otras palabras premios para los más ricos, recortes para el resto.
Bezos ha realizado donaciones a causas sociales a lo largo de los años. Pero, al igual que con otros multimillonarios, estas acciones a menudo parecen más una estrategia de relaciones públicas que un compromiso con una redistribución real de la riqueza. La escala de sus donaciones palidece en comparación con su fortuna, que supera los 200 mil millones de dólares. Para ponerlo en perspectiva: gastar 50 millones en una boda para él es como para una persona promedio gastar unos 50 dólares en una fiesta.
Más allá de lo personal, la boda de Bezos es un espejo del sistema que permite y normaliza la acumulación obscena de riqueza, incluso cuando esa riqueza crece a expensas de trabajadores mal pagados, evasión fiscal legalizada y estructuras económicas que perpetúan la pobreza. La celebración de esta boda, sin contexto ni crítica, es una forma más de aceptar una narrativa peligrosa: que los ultra-ricos merecen disfrutar sin límites, mientras los demás deben conformarse con migajas, si acaso.
Bezos no tiene la culpa de todos los males del mundo. Pero su boda —como símbolo— es un recordatorio brutal de la desigualdad estructural que rige nuestras sociedades. ¿Qué dice de nosotros como humanidad que una sola fiesta cueste más que el presupuesto anual de algunas organizaciones humanitarias? En un planeta donde millones viven con menos de dos dólares al día, donde el cambio climático amenaza la vida y donde los recursos públicos son cada vez más escasos, esta celebración es una bofetada. Y la reforma fiscal de Trump, un aplauso a esa bofetada.
No se trata de envidia. Se trata de ética. De dignidad. De sentido común. Y de hacernos una pregunta incómoda pero urgente: ¿Qué clase de civilización somos si aplaudimos el banquete de unos pocos mientras millones se mueren de hambre?