Putin y la violación del Memorando de Budapest

Puntos cardinales

Pablo J. Innecken Z.

Dedicado a Valeriia G, Iryna, Polina y Valeriia H. amigas ucranianas.

Pablo J. Innecken

La primacía del multilateralismo luego de la II Guerra Mundial, es decir, el diálogo conjunto de los Estados en el concierto internacional, mediante negociaciones, que desembocan en acuerdos y que conforman lo que podemos llamar “normas supranacionales”, ha permitido el mantenimiento de la paz en términos universales y generales. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar la barbarie bélica y de terribles masacres que han tenido lugar en sitios como Ruanda, la antigua Yugoslavia, o los conflictos que parecen perpetuos en nuestra querida América Latina, a raíz de gobiernos dictatoriales o antidemocráticos, grupos beligerantes o insurrectos, y ahora también, narcotraficantes y crimen organizado. La paz, por ello, es una aspiración siempre en movimiento.

La existencia de la Guerra Fría con sus conflictos tipo y la extensión de los glacis de seguridad de cada lado de las superpotencias del momento, Estados Unidos y la Unión Soviética, se plasmó en acuerdos y alianzas militares, dos de ellas muy relevantes: la Organización Tratado del Atlántico Norte (OTAN) del lado de los Estados Unidos y el bloque capitalista, y el Pacto de Varsovia del lado de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del (mal) llamado bloque comunista.

Con el fin de la Guerra Fría y el desmembramiento de la URSS en 15 repúblicas, el tema de la seguridad, la integridad territorial y la soberanía fue siempre una cuestión difusa. El Tratado de Belavezha del 8 de diciembre 1991, firmado por Yeltsin de parte de Rusia, Shushkévich de parte de Bielorrusia y Kravchuk en nombre de Ucrania, declaró la disolución formal de la URSS y la creación de las repúblicas libres.

A los pocos meses, y en plena formación de los gobiernos, empezaron a surgir disputas diplomáticas, no ajenas a las amenazas bélicas, sobre situaciones no resueltas con la disolución de la URSS. Una de ellos, y quizá de las más problemáticas en ese momento, era qué hacer con las ojivas nucleares que habían quedado distribuidas en las diferentes ex repúblicas soviéticas y que incrementan en términos exponenciales el “selecto club” de países con capacidad nuclear del mundo, constituyéndose en un eventual peligro para la seguridad internacional.

En 1970, entró en vigor el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT, por sus siglas en inglés), el cual divide al mundo en países con capacidad y un cuestionado derecho y legitimidad de la posesión de armas nucleares y un gran número de países sin derecho a la posesión de las mismas. Este derecho de posesión, ampliamente cuestionable desde mi óptica de que las armas nucleares deberían extinguirse totalmente y no ser consideradas jamás como instrumento de guerra, sirvió varias décadas para el mantenimiento de la seguridad internacional. Estados Unidos, la Unión Soviética, China, Francia, Reino Unido y Rusia, según el NPT, tienen legítimo derecho de posesión de armas nucleares, pero el resto no. Es por esto que países que desarrollaron a la postre programas de creación de armas nucleares, como India, Pakistán, Israel y Corea del Norte, no son parte de los 190 países que conforman hoy el NPT.

Ucrania, era, después de Rusia, la ex república soviética que más material nuclear con fines bélicos poseía. Para solventar el dilema y que Ucrania se adhiriera al NPT como “Estado parte no nuclear”, evitando la creación de nuevos países con capacidad nuclear, se creó el llamado Memorando de Budapest o “Memorando sobre las garantías de seguridad en relación con la adhesión de Ucrania al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares” (Memorandum on security assurances in connection with Ukraine’s accession to the Treaty on the Non-Proliferation of Nuclear Weapons.

El documento, presentado a la Asamblea General de las Naciones Unidas y al Consejo de Seguridad mediante resolución A/49/765 el 19 de diciembre de 1994, fue firmado por tres potencias nucleares: Rusia (Boris Yeltsin), Reino Unido (John Major) y Estados Unidos (Bill Clinton), así como por Ucrania (Leonid Kuchma).

El texto acoge con satisfacción la adhesión de Ucrania al NTP como Estado no poseedor de armas nucleares, y celebra el compromiso de Ucrania de eliminar todas las armas nucleares armas nucleares de su territorio en un plazo determinado, como mecanismo para preservar la seguridad internacional y crear las condiciones para una profunda reducción de las fuerzas nucleares (en entredicho realmente debido al surgimiento de nuevos países con capacidad nuclear y la reticencia de las potencias nucleares de avanzar en esquemas de desarme nuclear total y completo).

El Memorando, es explícito en los siguientes mandatos voluntariamente aceptados por las partes firmantes:

  • Rusia, Reino Unido y Estados Unidos se comprometen a respetar la independencia y la soberanía y las fronteras existentes de Ucrania.
  • Las tres potencias reafirman su obligación de abstenerse de la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de Ucrania, y que ninguna de sus armas será jamás utilizarán contra Ucrania, salvo en defensa propia o de otro modo, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas.
  • Las potencias en cuestión, se consultarán en caso de que surja una situación que plantee una cuestión relativa a estos compromisos.

Los acuerdos expresados por la voluntad de las partes, siguen surtiendo efecto a no ser que una de ellas o todas ellas, se separen formalmente del instrumento. Tal cosa no ha ocurrido, por lo cual el Memorando sigue teniendo vigencia hasta la fecha.

La invasión de Rusia contra el territorio ucraniano que hemos visto en los últimos días, cercena la credibilidad del Estado ruso y su palabra (y firma) como parte del Memorando de Budapest. Con ello, reduce la fiabilidad que se tiene de Putin sobre los compromisos adquiridos incluso en el seno de las Naciones Unidas.

Pero, además, muchas veces se olvida que el gran favorecido con el Budapest Memorándum fue precisamente Rusia, cuyos arsenales nucleares aumentaron con la sesión de Ucrania de más de 5.000 ojivas, 176 misiles balísticos intercontinentales y 44 aviones capacidad nuclear a largo alcance.

Más allá de la clara y flagrante violación de este tipo de instrumentos internacionales por parte de Putin, el fantasma de la II Guerra Mundial vuelve a los ojos de quienes aún recuerdan tan terribles acontecimientos. El sufrimiento de seres humanos, víctimas en un conflicto armado y que no tienen nada que ver con él, es decir, civiles en medio de la acción bélica, sobrepasa y violenta los principios del Derecho Internacional Humanitario.

Me viene a la mente el estudio de Michael Walzer sobre “¿Guerras justas e injustas? Un razonamiento moral con ejemplos históricos”, que leí hasta ya bastantes años y que me brindó mi profesora y muy querida amiga Laura Arguedas Mejía, y en el que Walzer mencionaba que, dadas las consecuencias catastróficas sobre la vida humana que tiene un conflicto bélico, se puede deducir que ninguna guerra es enteramente justa, porque implica un conflicto intrínseco y transversal sobre la moralidad del derecho a decidir sobre la vida de otros, y que este dilema moral repercute en los combatientes mismos.

La paz es ciertamente uno de los bienes más preciados. Como costarricense son pocos los días que no doy gracias a Dios y a la vida, así como a los líderes políticos visionarios, que supieron entender la realidad de los tiempos y la innecesaria justificación -incluso económica- que tenía la existencia de un ejército en Costa Rica.

Por desgracia, los cimientos de las Naciones Unidas, principalmente el llamado a la cooperación internacional y el mantenimiento de la paz, seguirán siendo vulnerados por aquellos que violentan su palabra, que anteponen sus intereses a los de la humanidad y que siguen viendo el mundo en términos absolutamente geoestratégicos, económicos y con hambre y sed de revancha.

Espero mejores tiempos y que la estabilidad de la paz se reconstruya y resurja como el fénix. Dedico este artículo a mis muy queridas amigas Valeriia G., Iryna, Polina y Valeriia H., ucranianas quienes están en este momento viviendo esta injustificada agresión militar y sufriendo en carne propia lo terrible de una guerra.

Dichosos somos los costarricenses nacidos después de ese 1º de diciembre de 1948, día de la abolición permanente de nuestro ejército que no hemos visto la brutalidad de los conflictos armados.

Internacionalista y Máster en diplomacia

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