Erika Denise Edwards
Mientras los aficionados siguen de cerca el éxito de Argentina en la Copa Mundial de este año, surge una pregunta familiar: ¿Por qué no hay más jugadores negros en la selección argentina? En claro contraste con otros países sudamericanos, como Brasil, la selección argentina de fútbol palidece en lo que respecta a su representación negra.La observación no es nueva. En 2014, los observadores lanzaron pullas sobre cómo hasta el equipo de fútbol de Alemania tenía al menos un jugador negro, mientras que parecía que Argentina no tenía ninguno durante la final de la Copa del Mundo de ese año. En 2010, el gobierno de Argentina publicó un censo que señalaba que 149.493 personas, muy por debajo del 1% del país, eran negras. Para muchos, esos datos parecían confirmar que Argentina era, de hecho, una nación blanca.
Sin embargo, unos 200.000 cautivos africanos desembarcaron en las costas del Río de la Plata durante el periodo colonial y, a finales del siglo XVIII, un tercio de la población era negra. De hecho, la idea de Argentina como nación blanca no sólo es inexacta, sino que habla claramente de una historia más prolongada de eliminación de los negros en el corazón de la autodefinición del país.
Los argentinos disponen de varios mitos que supuestamente «explican» la ausencia de argentinos negros.
Tal vez el primero y más popular de esos mitos sea que se utilizó a los hombres negros como «carne de cañón», lo que provocó una ingente mortandad durante las guerras de todo el siglo XIX. Los ejércitos revolucionarios, por ejemplo, reclutaron a personas esclavizadas para luchar en las guerras de independencia de Argentina (1810-1819) contra las fuerzas españolas, con la promesa de libertad después de servir durante cinco años.
Pero en lugar de morir en el campo de batalla, muchos desertaron simplemente y optaron por no regresar a su lugar de nacimiento, tal como ha argumentado el historiador George Reid Andrews. Las listas revelan que en 1829 la unidad militar afroargentina del Cuarto de Cazadores perdió 31 soldados por causa de muerte y 802 por deserción. Algunos de estos hombres se trasladaron muy al norte, hasta Lima, en el Perú. Aunque que algunos murieron y otros se marcharon, los hubo que regresaron a casa. Los datos del censo de Buenos Aires, la ciudad más poblada de Argentina, revelan que su población afrodescendiente aumentó más del doble entre 1778 y 1836.
Otro mito sostiene que, debido a la gran mortandad de hombres negros causada por las guerras del siglo XIX, las mujeres negras de Argentina no tuvieron más remedio que casarse, cohabitar o entablar relaciones con hombres europeos, lo que condujo a la «desaparición» de la población negra. Se cree que pasó factura el mestizaje, o mezcla interracial, a lo largo de varias generaciones, creando una población físicamente más clara y blanca. Según esta versión, las mujeres negras eran meras víctimas de un régimen opresivo que regía todos los aspectos de sus vidas.
Pero estudios más recientes han revelado, en cambio, que algunas mujeres negras de Argentina tomaron decisiones concertadas para hacerse pasar por blancas o amerindias con el fin de obtener para sus hijos y para ellas mismas los beneficios que otorga la condición de blanca. Aprovechando diversas medidas legales, algunas mujeres negras, como Bernabela Antonia Villamonte, pudieron nacer en cautiverio y morir no sólo libres, sino catalogadas como mujeres blancas.
Otros mitos sobre la falta de representación negra en la cultura argentina se han centrado en el brote de enfermedades, sobre todo de fiebre amarilla, de 1871. Hay quienes sostienen que muchos argentinos negros no pudieron salir de las zonas más contagiadas de Buenos Aires debido a su pobreza y sucumbieron a la enfermedad. También esto ha quedado desacreditado, ya que los datos muestran que los brotes no mataron a la poblción negra en mayor proporción que a otras poblaciones.
Estos y otros mitos sobre la «desaparición» de los negros en Argentina sirven para obscurecer algunos de los legados históricos más perdurables del país.
En realidad, Argentina ha sido hogar de muchos negros durante siglos, no sólo de la población esclavizada y sus descendientes, sino también de inmigrantes. Los caboverdianos empezaron a emigrar a Argentina en el siglo XIX con pasaporte portugués y luego entraron en el país en mayor número durante las décadas de 1930 y 1940 en busca de empleo como marineros y trabajadores portuarios.
Pero los líderes argentinos blancos, como Domingo Faustino Sarmiento, ex presidente de Argentina (1868-1874), elaboraron un relato distinto para borrar la negritud, pues equiparaban la modernidad con la condición de blancos. Sarmiento escribió «Facundo: Civilización y Barbarie» (1845), que detallaba el «atraso» de Argentina y lo que él y otros percibían como la necesidad de «civilizarse». Fue uno de los que compartieron una visión del país que lo asociaba más con la herencia europea que con la africana o amerindia.
Argentina abolió la esclavitud en 1853 en la mayor parte del país y en 1861 en Buenos Aires. Con su historia de esclavitud a la espalda, los dirigentes argentinos se centraron en la modernización, mirando a Europa como cuna de la civilización y el progreso. Creían que para unirse a las filas de Alemania, Francia e Inglaterra, Argentina tenía que desplazar a su población negra, tanto física como culturalmente.
En muchos sentidos, esto no era algo exclusivo de Argentina. Este proceso de blanqueamiento se intentó en gran parte de Latinoamérica, en lugares como Brasil, Uruguay y Cuba.
Sin embargo, lo que hace que la historia de Argentina sea única en este contexto es que tuvo éxito en su empeño por construir su imagen de país blanco.
Así por ejemplo, en la década de 1850, el filósofo político y diplomático Juan Bautista Alberdi, quizá más conocido por su frase «gobernar es poblar», promovió la inmigración al país de europeos blancos. El presidente argentino Justo José de Urquiza (1854-60) apoyó las ideas de Alberdi y las incorporó a la primera constitución del país. La XXV enmienda establecía claramente: “El gobierno federal fomentará la emigración europea”.
De hecho, el ex presidente Sarmiento comentó hacia finales del siglo XIX: «De aquí a veinte años será necesario viajar a Brasil para ver negros». Sabía que existían argentinos negros, pero sugería que el país no los reconocería mucho tiempo más. El paisaje de Argentina se transformó pronto, ya que cuatro millones de inmigrantes europeos respondieron a la llamada del gobierno para emigrar entre 1860 y 1914. Esa cláusula sigue figurando hoy en la Constitución argentina.
En cuanto a la población negra y amerindia de la nación que se encontraba en Argentina antes de esta inmigración europea masiva, muchos empezaron a identificarse estratégicamente como blancos si podían «pasar» o asentarse en categorías raciales y étnicas más ambiguas.
Entre esas categorías se contaban las de criollo (de origen anterior a la inmigración, a menudo asociado a la ascendencia española o amerindia), el morocho (de tono atezado), el pardo (de color marrón) y el trigueño (de color trigo). Aunque en última instancia estas etiquetas los convertían en «otros», también ayudaban a disociarlos de la negritud en una época en la que esto era un imperativo del Estdo.
A pesar de una historia, y de sus retazos, que han intentado borrar la negritud del país, la población negra de Argentina sigue existiendo, y cada vez son más los afrodescendientes que emigran a ella.
En la actualidad, los inmigrantes caboverdianos y sus descendientes suman entre 12.000 y 15.000 y viven principalmente en el área de Buenos Aires. En las décadas de 1990 y del 2000, los africanos occidentales empezaron a emigrar a Argentina en mayor número, a medida que Europa endurecía sus leyes de inmigración. Si bien el censo reveló que Argentina albergaba a casi 1.900 afrodescendientes en 2001, esa cifra casi se había duplicado en 2010. En los últimos 10 años, los afrodescendientes de otros países latinoamericanos como Brasil, Cuba y Uruguay también han entrado cada vez más en Argentina en busca de oportunidades económicas.
Esta historia deja claro que, aunque en la selección argentina de fútbol no haya afrodescendientes ni personas que la mayoría consideraría negras, tampoco es un equipo «blanco».
Aunque Argentina ha suprimido las categorías raciales en su afán por ser vista como una nación moderna y blanca, la presencia de personas calificadas de morocho supone un guiño a esta historia de eliminación de los negros y los indígenas. Morocho, una etiqueta inofensiva, sigue utilizándose hoy en Argentina. Este término, que hace referencia a los que son «atezados», se ha utilizado como forma de distinguir a las personas no blancas.
Quizá el morocho más famoso de Argentina sea Diego Maradona, leyenda del fútbol que saltó a la fama en las décadas de 1980 y 1990. El país vivió tres días de luto nacional cuando falleció en noviembre de 2020. Esta leyenda no blanca se convirtió en la cara del fútbol argentino e, irónicamente, en una «nación blanca».
Es probable que a varios jugadores del equipo de hoy se les describa como morochos en Argentina. Entender esta historia revela una Argentina mucho más diversa de lo que mucha gente suele asociar con ella. También señala los esfuerzos concertados para borrar y minimizar la negritud en los intentos de crear lo que muchos de los líderes de la nación percibían como una nación moderna.
Erika Denise Edwards profesora asociada de la Universidad de Tejas en El Paso, es autora del libro Hiding in Plain Sight: Black Women, the Law and the Making of a White Argentine Republic [Escondidas a la vista: las mujeres negras, el derecho y la creación de una república argentina blanca].
Fuente: The Washington Post, 8 de diciembre de 2022
Traducción: Lucas Antón para sinpermiso.info