¿Por qué importó tanto que quemaran a unas niñas en Vietnam y no en Gaza?

Jehad Abusalim

SP

[Fotografía de la izquierda: Phan Thi Kim Phuc corre gritando después de que el ejército de Vietnam del Sur lanzara napalm en 1972. Foto de Nick Ut/AP/Dominio público; Fotografía de la derecha: Ward Jalal al-Sheikh Khalil intenta escapar de las llamas después de que Israel bombardease una escuela que albergaba a palestinos desplazados en Gaza. Foto: Captura de pantalla vía Twitter]

La foto de la «niña del napalm» conmocionó al mundo y contribuyó a poner fin a la guerra de Vietnam, pero un vídeo viral de una niña rodeada de llamas y otras imágenes similares en Gaza ni siquiera logran provocar un alto el fuego.

Cuando la foto de la «niña del napalm» apareció en los medios de comunicación estadounidenses e internacionales en 1972, conmocionó al mundo. La imagen mostraba a una niña vietnamita, Phan Thi Kim Phuc, corriendo desnuda y gritando de dolor, con el cuerpo quemado por el napalm lanzado por el ejército survietnamita respaldado por Estados Unidos. La foto capturó la cruda e ineludible verdad de la guerra y obligó a la gente, especialmente en Estados Unidos, a enfrentarse al coste humano de las acciones de su Gobierno en Vietnam. Se convirtió en un catalizador, un punto de inflexión, un símbolo de una guerra que había perdido su justificación moral.

Ahora, más de 50 años después, el mundo vuelve a ver imágenes de niños quemados vivos. Pero esta vez, la respuesta es diferente. Esta vez, las imágenes no parecen traspasar el poder de la misma manera. El dolor en Gaza es innegable, las pruebas abrumadoras. Pero falta la rendición de cuentas.

El lunes, se difundieron imágenes desde Gaza tras un ataque aéreo israelí contra la escuela Fahmi al-Jirjawi en la ciudad de Gaza. La escuela albergaba a cientos de familias palestinas desplazadas, muchas de las cuales dormían en tiendas de campaña improvisadas en el patio y en las aulas. Según Al Jazeera, al menos 36 personas murieron en el bombardeo, y muchas de ellas (casi la mitad) eran niños. Decenas más resultaron gravemente heridos, con cuerpos calcinados hasta quedar irreconocibles.

Una imagen en particular conmovió a muchos. Mostraba a una niña de 5 años, Ward Jalal al-Sheikh Khalil, tratando de escapar de un aula en llamas, con su pequeña silueta rodeada de llamas. El vídeo de 11 segundos, grabado desde la distancia, se difundió rápidamente en Telegram y otras plataformas. Apenas se distinguía su figura entre el fuego. De alguna manera, Ward sobrevivió. Pero su madre y al menos cinco de sus hermanos murieron. Su padre se encuentra en estado crítico.

VIDEO: Cómo una niña de cinco años escapó de un ataque aéreo israelí contra una escuela en Gaza:

Cuando vi ese vídeo de Ward, pensé inmediatamente en Kim Phuc. Al igual que Ward, Kim sobrevivió a un incendio que tenía como objetivo matarla. Sobrevivió a la guerra que la quemó y más tarde se convirtió en activista por la paz, embajadora de la UNESCO y ganadora de prestigiosos premios. Su sufrimiento, su supervivencia y su transformación cobraron sentido en parte porque su dolor fue visto y creído.

Pero, ¿qué hay de Ward?

Hoy en día, escenas como la de Ward no son raras, son cotidianas. En Gaza, hay docenas de momentos «Napalm Girl» cada día, y no llegan filtrados a través de agencias de noticias lejanas o coberturas retrasadas. Llegan en directo. Este genocidio está siendo retransmitido en directo por periodistas palestinos y por gente corriente que se niega a que su sufrimiento pase desapercibido. Niños quemados, padres gritando, bebés decapitados: estas imágenes no solo son reales, son implacables.

Entonces, ¿por qué el mundo no reacciona de la misma manera? ¿Por qué una foto de un niño quemado ayudó a poner fin a una guerra, mientras que cientos de vídeos que muestran a niños palestinos quemados ni siquiera logran provocar un alto el fuego?

Impunidad política

Durante la guerra de Vietnam, los estadounidenses vieron el fracaso de su propio Gobierno y, finalmente, presionaron para que se pusiera fin a la guerra. Pero en Gaza, gran parte de la clase política occidental está protegiendo activamente a Israel para que no rinda cuentas. Las atrocidades se minimizan, se niegan o se silencian. Las imágenes circulan, el horror es innegable, pero el discurso oficial se mantiene intacto: Israel solo se está defendiendo.

La frase «defenderse» se ha convertido en un escudo moral detrás del cual puede ocurrir cualquier cosa. Incluso la muerte de miles de niños. Incluso los ataques a hospitales, escuelas y campos de refugiados. Incluso la hambruna masiva. Ese escudo se mantiene, independientemente de lo que muestren las cámaras.

Sería erróneo decir que a la gente común no le importa. Sí le importa. De hecho, hemos sido testigos de algunas de las mayores protestas del siglo XXI en apoyo a Gaza y Palestina. El movimiento estudiantil en Estados Unidos y en todo el mundo ha sido histórico. En las redes sociales, Gaza domina las conversaciones. Millones de personas están presenciando, lamentando y organizándose. La diferencia hoy en día no es la indiferencia pública, sino la impunidad política.

Los gobiernos se han adaptado a la indignación, especialmente tras las revueltas árabes y los movimientos «Occupy». Ya no intentan silenciar por completo las protestas, sino que las absorben, las contienen y las superan. Se puede marchar, publicar, corear, escribir, pero la guerra continúa. Las alianzas se mantienen. Las bombas siguen cayendo. Mientras tanto, los aliados de Israel en Occidente trabajan activamente para desmantelar el marco mismo —el contexto— en el que las protestas y otras formas de expresión genuina y democrática pueden impulsar el cambio. En lugar de perseguir las protestas una por una, intentan desmantelar la estructura que les da importancia en primer lugar.

Esa es la cruel ironía de nuestro tiempo: nunca antes hemos tenido tantas pruebas de crímenes de guerra, y nunca antes esas pruebas han parecido tan insignificantes para detenerlos. Las imágenes de Gaza no son menos impactantes que las de la niña del napalm, solo que son menos útiles políticamente para quienes están en el poder.

No necesitamos otra foto icónica para demostrar que este genocidio es injusto. Ya tenemos miles. Lo que necesitamos es un mundo en el que imágenes y vídeos como los de Ward no solo se vuelvan virales, sino que obliguen a asumir consecuencias, cambien las políticas y rompan la inmunidad política que protege al poder de la rendición de cuentas.

[Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las de Zeteo]

Jehad Abusalim de Deir el-Balah, Gaza, es director ejecutivo del Instituto de Estudios Palestinos de Estados Unidos y coeditor de Light in Gaza (2022).

Fuente: Substack de Zeteo

Traducción: Antoni Soy Casals para sinpermiso.info

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