Gilberto Jerez Rojas
Con autoridad moral intentaré reflejar en este escrito una fuerte crítica hacia el estado actual del Partido Liberación Nacional (PLN), una organización que alguna vez fue el pilar de la política costarricense, destacándose por su influencia en el fortalecimiento del tejido social del país…Estuve ahí, pase por ahí y conozco muy bien lo bueno que es sentimiento de añoranza y lo malo que actualmente es sentimiento de vergüenza ajena.
Con el tiempo, el partido ha sucumbido a las dinámicas de la ambición, el oportunismo y la pérdida de valores esenciales, transformándose en una sombra de lo que fue, y adoptando prácticas que han contribuido al deterioro de su legitimidad.
El enfoque central de mi crítica es la falta de estándares y trayectoria como requisitos fundamentales para quienes aspiran a la presidencia de la República.
Al contrario pareciera una costumbre instaurada no para ganar, sino para que algunos aspirantes sin chance ni posibilidades, a través de negociaciones espurias mantengan su estatus de vividores políticos y malos ejemplos, razón fundamental del porqué tantos pericos han migrado hacia el partido más grande que tiene hoy Costa Rica: LOS SIN PARTIDO.
Esto se ejemplifica con la proliferación de precandidatos sin méritos claros, donde incluso alguno quien no ha militado nunca seriamente en el partido puede proclamarse aspirante y ser simple y llanamente aceptado por el Tribunal de Elecciones Internas como LIBERACIONISTA.
Esta situación refleja el desespero y la mediocridad de una cúpula partidaria que, lejos de renovar ideales y compromisos con el pueblo, se conforma con opciones superficiales y carentes de sustancia en el afán de mantenerse en el estrado político que pueda proveer algún rédito de supervivencia personal ya que la política ha sido su modus vivendi toda su existencia.
Triste panorama y un perverso atentado a la propia dignidad partidaria además de poner obstáculos a los nuevos brotes que podrían dar mucho mejores frutos de los que ellos dan ya desgastados, sin credibilidad y, lo que es peor, sin posibilidades de obtener logro alguno que contribuya con la crisis moral que azota a la política costarricense.
Contundentemente he de decir que el PLN se ha convertido en un “partido taxi” simbolizando una organización que, sin importar trayectoria, ideología o compromiso, abre sus puertas a cualquiera que tenga la ambición y los recursos necesarios para aprovechar su infraestructura electoral.
Esta crítica no solo señala el desprestigio del PLN, sino también el desprecio implícito que este tiene hacia la ciudadanía, obligada esta a elegir entre opciones que no representan los valores o las necesidades del país.
Vale aquí introducir una reflexión sobre el fenómeno de los “niños prodigio”, jóvenes que, pese a su potencial, logran destacarse únicamente cuando cuentan con el apoyo de figuras poderosas o estrategias premeditadas para colocarlos en posiciones de privilegio.
En el caso de uno de los 7 candidatos es notable cómo, algunos padres o figuras influyentes, diseñan cuidadosamente una trayectoria para sus hijos, moldeándolos como “productos” políticos, independientemente de su mérito personal o su conexión con las bases populares.
Ignorando que sus frutos, para el pueblo, son solo espejismos que no los vemos ni en la salida ni en la puesta del sol, solamente cuando el circo mediático o los titiriteros del micrófono reciben la orden (₡) de sonar las fanfarrias.
Por ahí va la procesión.
Con esta actitud y permisividad, el PLN es un partido que pasa de zapato a chancleta donde sus “pseudo líderes” montados a dedo en su cúpula no son otra cosa que mutantes afectados por la mediocridad, el servilismo y la falta de visión política que enfatizan el deterioro de sus fundamentos ideológicos y su incapacidad de adaptarse al contexto de la política actual costarricense.
En lugar de recuperar su grandeza, el partido parece haber normalizado la mediocridad y la permisividad, alejándose de su papel histórico como defensor de los sueños y justas aspiraciones de muchos buenos e igual de valiosos liberacionistas.
En un partido así en el que no se mide con la misma regla a los elementos “prodigiosos” por sus resultados y trayectoria es sumamente difícil que un buen liberacionista responda por su hambre con la certeza de que a la balanza solo la inclinarán sus logros y su, REPITO, trayectoria.
Este bochornoso acto, de invisibilizar la trayectoria de un candidato aceptándolo como LIBERACIONISTA, es causal de una reflexión sombría sobre el futuro del partido y de la democracia costarricense en general:
Hace varios años ya, ante los fracasos electorales, desde Rolando Araya en adelante, con dos excepciones, una donde por la mínima perdió Otón Solís y otra donde quien ganó por tercera vez fue Óscar Arias y no la escogida a dedo por él, se viene comentando la posibilidad de un “funeral político” para el PLN…
Esto simboliza la culminación de un proceso de decadencia que, si no se revierte, amenaza con perpetuar un sistema donde las decisiones no se toman en función del bien común, sino del interés personal y la conveniencia de las élites que coparon al partido, congelándolo y dejando como prioridad a su “maquinaria electoral” que es el motivo principal de quienes, hoy, decidieron usar y convertir al PLN en un PARTIDO TAXI.
Esto deja abierta una pregunta crucial:
¿Será el PLN capaz de transformar su rumbo y recuperar su relevancia, o seguirá siendo un instrumento señalado por corrupto y portapapeles de ambiciones individuales que ignoran las verdaderas necesidades del pueblo?
¿Usted que piensa?