Pensamientos sobre Costa Rica

Carlos Murillo

Costa Rica

Qué difícil es desentenderse de la delicada situación por la que atraviesa nuestro terruño. La que hemos siempre creído que sería nuestra mejor carta de presentación ante el mundo, nuestra ejemplar democracia, se ve agredida día a día por un importante sector de nuestros gobernantes y otros sectores de la sociedad. Y parece que esa preciosa carta se está desmoronando: las encuestas señalan una clara disminución en la preferencia de la población por los esquemas democráticos de gobierno.

El verso de una popular canción que dice algo como: “a dónde fue a dormir tanta promesa, a dónde fue pequeña, tu grandeza” parece encajar en cierta forma con nuestra forma tradicional de ser. A veces uno cree que nos están quitando lo que nos hizo grandes, aún siendo una pequeña nación inmersa en una convulsa región.

Es claro que no es Costa Rica la única nación que sufre de este fenómeno y es impropio culpar sólo a una o dos personas de lo que está ocurriendo. Parece que nos hemos ido deslizando poco a poco por esa peligrosa ladera del desencanto, de la desesperanza, del derrotismo. Hemos dejado que se nos escape nuestra esencia de país casi idílico porque lo descuidamos, porque nos hemos hecho menos solidarios y menos igualiticos. Porque nos hemos acostumbrado a ver la pobreza pasar frente a nuestros ojos sin inmutarnos y sin entender que el distanciamiento social que ha sido característico de otras sociedades en nuestra América, ya está entronizado en Costa Rica. Y eso genera un caldo de cultivo para la envidia, para la polarización, para el rencor, para el deseo de ver caer a los que parece que se han beneficiado de las opciones que ofrece la patria, en detrimento del nivel de vida de los menos favorecidos. Sin percibir una luz al final del túnel, los que de alguna forma se sienten marginados, cambian la otrora esperanza de surgir y mejorar, por un resentimiento contra los que sí lo han logrado y ese es un formidable ingrediente para la violencia.

Entonces, los gobernantes o los aspirantes a gobernar encuentran que la gente cree menos en las promesas de un mejor futuro, que en el discurso de odio y violencia; si yo no puedo surgir, entonces hay que joder a “los de arriba”. Y las diatribas de los políticos populistas, entre más ataquen a los que han sido en el pasado protagonistas políticos, sociales o económicos, mejor recibidas son. El populista no sabe gobernar, pero es un maestro volcando el rencor de la gente contra los que están más cerca de saberlo hacer. Lo que antes era repudiado por la mayoría, como los insultos, la grosería, la descalificación sin base, la burla y el irrespeto, ahora es acogido con júbilo por una parte de la población porque siente que el populista se está expresando como ella quiere expresarse, con la diferencia de que el populista ya ha logrado audiencia.

Ciertamente atravesamos tiempos convulsos, pero no podemos dejarnos avasallar. Quedan aún muchos ciudadanos pensantes, los que han ayudado a construir esa bella democracia respetuosa que nos ha caracterizado y jóvenes conscientes de los peligros que nos acechan y a quienes toca recoger y levantar la bandera de la decencia, la libertad de expresión y el prestigio que ahora peligran. Debemos pensar que estamos a tiempo de revertir las cosas y apuntar hacia derroteros más a lo costarricense y a lo que nos ha pertenecido por derecho propio por tanto tiempo. Y eso deberemos hacerlo dentro de los espacios que ofrece la democracia y no la violencia; pero dentro de la primera, la patria merece y requiere acciones y no solo palabras.

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