Por Michael Evers (dpa)
Los kioscos de libros junto al Sena, en el corazón de París, representan una atracción turística tanto para los visitantes de la capital francesa como para los amantes de los libros antiguos.
Sin embargo, la pandemia de coronavirus frenó la afluencia de visitantes, y los amantes de la literatura y los visitantes de todo el mundo ya no revuelven las cajas verdes con libros en los muelles como solían hacerlo.
A la vez, la venta de una gran cantidad de souvenirs y pósteres baratos en estos puestos, en lugar de los clásicos de la literatura francesa, altera su ambiente original.
Los kioscos lucen vacíos, por lo que la ciudad inició una licitación y llamó a la población a apoyar a los buquinistas, para lo cual entre otros se lanzó una petición.
«Salven a los libreros, ¡esto es un desafío para la civilización!», se titula esta petición, que ya recibió el respaldo de miles de personas online.
Allí se indica que los buquinistas se encuentran desde hace casi cinco siglos a orillas del Sena y que en 2019 fueron reconocidos como Patrimonio Mundial de la UNESCO, pero que actualmente se ven amenazados por una muerte silenciosa.
«Por lo tanto, bibliófilos de París y otros lugares del mundo (…), sean ‘flaneurs’ a lo largo del Sena (…) y deténganse un momento ante las cajas verdes y déjense seducir por el cálido llamado de los miles de libros que contienen», señala el poético llamamiento para respaldar a estos vendedores.
Los propios buquinistas habían tomado la iniciativa con una pequeña revolución en medio de la crisis derivada del coronavirus, cuando erigieron una plataforma de Internet para el encargo de libros, mientras los puestos se encontraban cerrados por el confinamiento. «¡Los buquinistas los necesitan!», promovió el ayuntamiento esta iniciativa en su página web.
Actualmente se licitan 18 puestos vacantes de un total de 220 y se aceptan solicitudes hasta el 18 de febrero. Para ello rigen claras condiciones para el contenido de las respectivas cuatro cajas en cada kiosco.
Principalmente se trata de libros antiguos, papeles viejos y grabados, y en las cajas pueden ofrecerse souvenirs en la medida que sean de naturaleza artística o cultural.
«Se venden demasiados suvenires chinos, hay que vender libros y no torres Eiffel», se lamenta una vieja buquinista. «La gente que ama los libros va a los muelles», asegura. Entre sus clientes, cuenta, hay bibliófilos extranjeros que buscan libros que no pueden conseguir en sus países de origen.
También hay estudiantes que tienen una lista de obras recomendadas por sus profesores. Y esta mujer relata que cuando pudieron reabrir durante la pandemia, se registró un incremento en el interés de las personas por los libros. Y asegura que la gente que quedó confinada en su casa redescubrió la lectura.
Las cajas de libros en su forma actual existen desde 1891, según información proporcionada por la ciudad, cuando a los libreros se les permitió conservar su mercadería dentro de cajas con cerradura por las noches en los muelles.
Desde 1900, las cajas tienen su actual tonalidad verde, en sintonía con los colores que por entonces tenían los vagones del metro. A lo largo de tres kilómetros, actualmente se alinean unas 900 cajas con una oferta de aproximadamente 200.000 libros.
Su nombre, «buquinistas», se lo deben al concepto neerlandés para libro, actualmente denominado «boek», y previamente «boeckin», para llamar a un libro pequeño en neerlandés medio. En francés, se convirtió en «bouquin». El término francés «bouquiniste» se refiere de esta manera a los vendedores de libros antiguos y de ocasión.
dpa