Federico E. Cavada Kuhlmann
El lamentable incendio ocurrido hace unos días, puso en el centro de la noticia y de la preocupación mundial el destino de la emblemática Catedral de Notre Dame de París, cuya construcción se iniciara en la Ile de la Cité en 1163 por iniciativa del obispo de París Maurice de Sully, cuya primera piedra fue puesta por el Papa Alejandro III.
Junto a Montmartre y la Torre Eiffel son los lugares más visitados de la Ciudad Luz, un lugar de la memoria francesa. Millones de turistas han recorrido sus naves admirando la belleza del gótico “medieval” francés. Eso de medieval es quizás una de los principales mitos de Nuestra Señora de París porque a través de sus más 800 años de vida ha sufrido decenas de restauraciones.
Los andamios que veíamos durante el incendio el 15 de abril han sido una característica de esta iglesia. Los primeros, desde que se inicia su construcción, estuvieron instalados hasta 1351 más o menos cuando se terminaron los últimos trabajos en el coro, esculturas o sus vitrales.
Su órgano original fue realizado en 1403 por Friedrich Schambantz, fue reemplazado en 1738 y luego durante la restauración de 1844, se instaló uno nuevo, usando tubería del anterior.
Su primera remodelación, fu propuesta ya en el siglo XVII, pero no se hizo nada. Después llegó la Revolución y la catedral fue víctima de la destrucción más grave que había sufrido en sus largos años de vida. Siendo lo peor el vandalismo ejercido sobre sus ornamentaciones, especialmente las estatuas. Las que embellecían la fachada occidental, las tres puertas, que eran esculturas de los reyes de Judá.
Después de ser guillotinado Luís XVI, fueron decapitadas, cuando los dirigentes de la revolución ordenaron la destrucción de todo aquello que fuera símbolo real. Para la turba, esos no eran los reyes bíblicos, sino que representaban a los reyes de Francia. Las 28 estatuas fueron decapitadas como el Rey Luís, pero a martillazos. Hace poco más de cincuenta años, 1977, en una casa parisina fueron descubiertas veintiuna cabezas de los reyes de Judá con las marcas de los golpes para su “decapitación”. Están hoy en el Museo de Cluny. En ese periodo fue consagrada al Culto de la Razón y después al Culto del Ser Supremo. La Diosa de la Libertad reemplazó a la Virgen María y se empleó como depósito para almacenar diversos productos, entre ellos alimentos. Las campanas. Fundidas para hacer cañones solo salvo la Emmanuel de unas trece toneladas en la Torre Sur. En ese periodo prácticamente quedo arruinada.
Frente a su ruinoso estado, el escritor Víctor Hugo –amante del arte medieval- inició una fuerte campaña para conseguir su restauración. En un artículo de 1832 clamaba “Un grito universal debe elevarse para llamar a la nueva Francia en auxilio de la antigua”. El autor reunió mucha gente a su alrededor –entre ellos a su amigo Prosper Mérimée- y logro poner en marcha un proyecto que devolvería Notre Dame a la vida y al centro de la cultura francesa.
Eugéne Violet-le-Duc, inicio los trabajos en 1844 y los terminó en 1864, cuando ya había muerto su colega y compañero de tareas Jean-Baptista Lassus. Obra de él es la Flecha que vimos caer derrumbada hace unos días, que reemplazo a la que habían eliminado en el siglo XVIII. Quinientas toneladas de madera y doscientos cincuenta de plomo le dieron vida. También son parte de su trabajo las gárgolas, quimeras y grotescos que adornan los muros, incluyendo a Le Stryge.
Quienes admiraban en su gira turística Notre Dame, admiraba la obra de Violet-le-Duc y no las obras realizadas en la Edad Media, que hacía muchos siglos que habían desparecido. En realidad la Catedral es mítica, especialmente por eso, no solo por Cuasimodo y Esmeralda que nacieron de la pluma de su salvador, Víctor Hugo.
ALAI, América Latina en Movimiento