En las potencias la gente apoya la política imperial
Enrique Gomáriz Moraga
Como es fácil de observar ambos planteamientos políticos son completamente opuestos. Sin embargo, los dos coinciden en un error fundamental: consideran que los gobiernos de ambos países son capaces de conducir las políticas geoestratégicas engañando o confundiendo a sus respectivas poblaciones. En el texto de Claudín, tanto Trump como Putin aparecen como dictadores, de espaldas al interés de su ciudadanía. Algo que es totalmente falso. En ambos casos, los presidentes cuentan con el apoyo de la mayoría de su población, tanto si se mide mediante sondeos de opinión, como mediante comicios electorales. Repetir que Trump y Putin no nos gustan, no conduce a ninguna parte. Es necesario identificar cual es la causa de que tengan el apoyo de la mayoría de su ciudadanía.
En el caso de Jeffry Sachs el discurso es un poco más complejo, pero no demasiado. Según su relato, en Estados Unidos es la estructura gubernamental, atravesada por los lobbies privados, la que dirige por décadas la política imperial del país, ante una ciudadanía engañada o, como poco, inerme. Tampoco es cierto. Esa concepción progresista de que Trump ha ganado las elecciones engañando a la mayoría de la población ya no tiene mucho recorrido. Ha llegado la hora de identificar que los mandatarios de las potencias militares (Estados Unidos, Rusia y China) se basan en una visión de mundo compartida con la mayaría de su población.
En el caso de Estados Unidos, el “America First” que ha atraído a tanta gente guarda directa relación con la concepción de que Estados Unidos es la primera potencia mundial y tiene derecho a impulsar una política unilateral. Es solo una modalidad distinta de la que han impulsado los gobiernos del partido demócrata durante más de treinta años respecto del papel de Estados Unidos en el mundo. Ello no significa desconocer las diferencias notables que existen a nivel nacional entre los gobiernos de ambos partidos. Pero la cuestión central es que la mayoría de la población estadounidense apoya la hegemonía geopolítica de su país; es decir, se siente a gusto siendo parte de una potencia que domina el mundo.
En el caso de Rusia la percepción de la gente es menos unilineal. El sentimiento de que Rusia ha sido humillada por occidente desde la desaparición de la Unión Soviética es mayoritariamente compartido por la población. Y ese es el principal capital político de Putin: devolverle al pueblo ruso el respeto internacional que se merece un país que, a fin de cuestas, sigue siendo una potencia nuclear.
Una versión diferente de esa reivindicación histórica también sucede en China. La subordinación a que fue sometida por las potencias occidentales (y por Japón) tiende a desaparecer ahora que también es una potencia económica, militar y nuclear. Todo indica que, después de comprobar que eso no podrían hacerlo (convertirse en potencia), al tiempo que transitaban hacia la democracia, parece que la población ha aceptado que tiene que elegir, y prefiere ser parte de una potencia mundial aunque no sea democrática. Desde luego, en el caso de China no puede hablarse correctamente de manipulación, porque su sistema es de partido único, es decir, se basa en la no elección política.
En suma, parece que es infundado seguir manteniendo que las políticas imperiales de las potencias militares no tienen el apoyo mayoritario de su población. La mayoría de la gente de esos países se siente cómoda perteneciendo a naciones que se disputan la dominación del mundo. Eso recuerda la vieja discusión acerca de si la mayoría del pueblo alemán apoyaba la política imperial de Hitler o simplemente fue engañada por el régimen nazi. Hoy pocos historiadores refutan que, sobre todo al comienzo de la guerra mundial, Hitler tenía el apoyo mayoritario de la población alemana. Eso no significa desconocer que una parte apreciable de la ciudadanía alemana no participo del planteamiento nazi, ni tampoco desconocer que el régimen se esforzó por manipular las mentes y los corazones de su población. Pero la mayoría compartió los sentimientos del desagravio respecto de Versalles que significaba convertirse en una potencia militar capaz de dominar Europa y el mundo.
Y para agotar el vaso de amarguras, hay que aceptar que el apoyo popular a las políticas hegemónicas de las potencias puede incluir el apoyo a las guerras. Como se ha dicho, el cambio hacia la guerra moderna que significó la guerra franco-prusiana de 1870 (mecanización, artillería estratégica, etc.) fue acompañado por la demanda popular del chovinismo francés, acostumbrado a la grandeza del imperio napoleónico, de aplastar de una vez a Prusia. Las calles de París y otras capitales francesas se llenaron de nutridas manifestaciones al grito de ¡A Berlin! ¡A Berlin! Como se sabe, esta guerra se convirtió en una verdadera catástrofe para Francia, que vio llegar a las tropas prusianas hasta Paris y tuvo como consecuencia geopolítica la caída del imperio francés y en nacimiento del imperio alemán.
Desde luego, el apoyo popular que tiene lugar en las grandes potencias a sus políticas imperiales no implica automáticamente la adscripción al belicismo, existe una cantidad de mediaciones entre ambos posicionamientos. Pero la relación existe. O dicho desde el ángulo opuesto, el valor-paz se mantiene, pero compite con otros valores e intereses en coexistencia y aun en competencia. Y todo depende de cual sea el resultado de esa correlación de fuerzas. Lo que ya no puede mantenerse es que el apoyo de la gente a las políticas imperiales sea el simple producto del engaño de unos líderes muy habilidosos y sus gobiernos.
– Analista político