Abelardo Morales-Gamboa
Recibir ayuda y darla a otros países frente a una emergencia nacional que impacta las condiciones de vida de amplios números de habitantes en todo el territorio nacional, es un acto humanitario y propio de la solidaridad y hermandad entre los pueblos. Esto no tiene que ver, de ningún modo, con el régimen político y el carácter democrático o autoritario de los mandatarios de los respectivos países.Pero convertir ese gesto solidario y humano en una jugada política, en un acto proselitista para burlar las leyes, montar un escenario y desquitarse de sus adversarios, es perverso y cobarde. Es perverso porque, sí, necesitamos de la ayuda, pero es cobarde porque es valerse de la calamidad y de la necesidad de los más necesitados para los más ruines fines políticos.
También eso es grave, pero más grave aún es que cuente con el aplauso de un sector de la ciudadanía. Esa clase de animalismo político no era propio de los costarricenses, pero hemos entrado en una metamorfosis de la que Kafka se habría inspirado.
Distintos desastres en la región y en nuestro país han contado con el apoyo de brigadas de otros países centroamericanos, del gobierno de Estados Unidos y de la región latinoamericana. Cuando en Costa Rica esa ayuda ha sido suministrada por ingenieros militares de los Estados Unidos o de Venezuela, años atrás, el Poder Ejecutivo, respetuoso de la constitución, ha solicitado y ha recibido la autorización de la Asamblea Legislativa como corresponde. Esto no tienen ningún misterio.
Debemos agradecer la ayuda ofrecida por el gobierno de El Salvador, como la que pueda ofrecer cualquier otro gobierno sin reparar en su signo ideológico, a menos que se puedan tener pruebas de una amenaza grave a la seguridad del país. Hace algún tiempo, no recuerdo frente a cuál situación de emergencia, el país se vio favorecido por la ayuda de miembros del Ejército de Nicaragua. Vinieron, hicieron su trabajo y se fueron. Paradójicamente, el gobierno de Nicaragua rechazó en 2018 la ayuda del cuerpo de bomberos de Costa Rica para apagar los incendios forestales de la reserva Indio Maíz en el sur de ese país. Ese es otro caso de mezquindad política en otro sentido.
En cada país, las agencias que atienden las emergencias tienen su propia organización; algunas están dentro de las competencias de cuerpos de defensa civil y otras de las fuerzas armadas. En este último caso, especialmente en países en los que las políticas neoliberales desmantelaron las agencias civiles. Lo vimos en Valencia, España, recientemente, cuando las estructuras locales no fueron capaces de reaccionar frente a la amenaza y, frente al desastre, se pedía a gritos la intervención de elementos militares. Costa Rica es quizás una de las excepciones al contar con un sistema de prevención de riesgos y atención de emergencias, altamente profesionalizado y dirigido por autoridades civiles.
El país no se puede gobernar al margen de las leyes y de las normas. En caso contrario, se estaría impulsando una autocracia, una dictadura y, en este caso, el irrespeto de la constitución. Nadie puede objetar ignorancia de la ley. Nada le costaba al Poder Ejecutivo y al presidente de la República acatar los procedimientos que indica la constitución. Su falta de empatía con la Asamblea Legislativa no es justificación. Ese acto de malacrianza ya no tiene que ver solo con la falta de azote, sino con una enorme inmadurez emocional de quien ostenta tan alto cargo.
Contradictoriamente, pese a la gravedad de las inundaciones, deslizamientos, derrumbes y cortes de carreteras, el mandatario no declaró la situación de emergencia. Resulta extraño, ¿no les parece?
Pero mientras miles de costarricenses se enfrentaban a las vicisitudes de la catástrofe, él cenaba, celebraba y fotografiaba alegremente con su admirado ídolo, el presidente salvadoreño. Pese a que eso representa y significa un decadente acto de luces y cámaras, o una muestra mediática de la miseria en la que ha caído la cultura política de esta que una vez fuera una democracia tropical, algunos costarricenses lo celebraban, lo comentan y lo ovacionan.
De verdad que nuestra cultura educativa ha caído muy por debajo de lo educados que creemos que somos. ¿A qué vino en realidad Bukele?
Todo esto me lleva a preguntar, cuál es el mensaje y contenido de fondo de esa nueva bufonería del presidente; con su ídolo, el autócrata salvadoreño; soldados extranjeros entrando sin permiso con la justificación de venir en misión humanitaria. El salvadoreño no es cualquier ejército, tiene el historial de haber sido una de las instituciones más genocidas del hemisferio. Todo eso ocurría cuando en el país estábamos con el agua al cuello. Las imágenes de la escena política y de la emergencia son dos caras de la misma tragedia.
Pero, además, lo que no he comentado, es que el acto cimero de la visita fuera la visita a una Penitenciaría, es decir, toda esa inversión, todo ese escándalo mediático para visitar una cárcel. No fue para que el presidente salvadoreño fuera a mirar cómo funciona en Costa Rica el sistema de gestión de emergencias.
Me comentaba un amigo salvadoreño, «que lástima que la visita no fue a una escuela». Las escuelas estaban cerradas, se me dirá; y por una razón evidente. Lo que demuestra además que la visita era inoportuna en ese momento.
¿Será que ya se está consumando el hecho de que vamos a dejar de lado la política, la negociación y los consensos, el apego a las normas y a las leyes, por la sociedad de las cárceles? En las listas de la política punitiva de las cárceles salvadoreñas no se distingue entre inocentes y presuntos delincuentes, todos son sospechosos y culpables sin que éstos, los de la segunda lista, tengan la posibilidad de demostrar lo contrario. Esa es la función del ejército en aquel país y no la de los tribunales. ¿Habrá quienes aplaudan que los soldados ocupen las calles de Costa Rica con el pretexto combatir al narcotráfico y la delincuencia? Miremos a México y a Colombia o los regímenes militares del continente para ver lo han logrado y si nos conviene.
Los que hoy aplauden, pueden estar mañana en la segunda lista, sobre todo cuando quien nos preside, pese a las apariencias y a los abrazos, no tiene amigos, ni aliados, sino solo distingue entre siervos y adversarios. Que lo digan quienes estuvieron a su servicio y después cayeron en desgracia.
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