Pink Floyd no tiene una historia accesible, su camino se confunde entre laberintos de espejos, su marcha nunca fue explosiva. Sin embargo, su presencia en los pasillos de la música fue contundente, tal es así, que decir Pink Floyd, es remitirse directamente a uno de los aportes más notables que produjo la generación musical de los 70, una de las mil corrientes que simplificamos y englobamos bajo el término de rock: un río cuyos innumerables afluentes simbolizan gran parte de la cultura occidental de los últimos cincuenta años.
Para los gustosos de visiones materialistas podríamos remarcar todos los progresos que en términos de grabación y tecnología influyeron en la distinción del sonido de Pink Floyd. Para los más románticos está bien pensar que el propio experimentalismo sónico de algunos artistas fue ampliando el horizonte. Lo cierto es que la música, por entonces, parecía alcanzar una nueva dimensión, una profundidad diversa, una métrica más introspectiva que las galopantes canciones clásicas de ritmo fijo y estribillo.
Pink Floyd no sobrevivió como muchos hubieran deseado, para muchos cuesta creer que el Pink Floyd de los mega recitales exultantes de luces y efectos de todo tipo sean, casi casi, los mismo de ayer. Y la verdad es que no lo son. Como un enorme arrayán petrificado, hoy son la mueca monumental de lo que fueron.
Intentando un breve recorrido por su historia debemos reconocer que la corriente psicodélica, que a partir de mediados de los 60 partió de California, encontró rápido eco en algunos sectores universitarios de Inglaterra. La adopción de esa pulsión artística tomo revistes localistas en las islas británicas y para 1967 ya podía hablarse de una psicodélia inglesa. Pink Floyd fue parte de esos receptores psicodélicos que darían, a su vez, características personales a la percepción de los sonidos. Como aislados de algunas otras corrientes que iban tomando fuerza, su sonido persiguió otro cielo y cuando los críticos tuvieron que definirlos de alguna manera, el término Rock Sinfónico pareció ser el más ajustado.
Mientras grupos como Génesis (con Gabriel) o Yes (de aquellos tiempos) se dedicaban a escalas interminables de virtuosismo y climas casi barrocos envueltos en sonidos etéreos, Pink Floyd daba vuelta cintas, buscaba los límites, rompía para armar, jugaba con los extremos como si el fluir de la sangre o el flotar de una pluma pudiese musicalizarse.
Para 1966 Syd Barret, Roger Waters, Richard Wright y Nick Mason llevaban seis meses juntos. Para entonces ya sorprendían dándole a sus conciertos un toque distintivo no sólo a través de la música, sino también proyectando diapositivas y cintas de colores vivos haciendo entrar a la psicodélia por los oídos y los ojos. Relacionar aquellas puestas con los efectos del ácido lisérgico es algo demasiado obvio para ser remarcado, pero cabe destacar que aquellos experimentos habían abierto los brazos a una significativa manera de percepción: colores brillantes, formas sin formas, sonoridad sublimada, tiempos variables.
Waters, Wrigth y Manson habían intentado diferentes combinaciones hasta que el primero de ellos decidió invitar a un ex compañero de colegio que por entonces estaba en Londres: Syd Barret.
Syd había viajado a la capital a estudiar pintura, sin embargo nada de lo que hace a la expresión le era ajeno y termino tocando la guitarra. La llegada de Barret para conformar el cuarteto terminó de marcar el camino; él componía la mayoría de los temas, diseñaba las portadas de los discos y entre sesiones de LSD y viajes introspectivos daba personalidad a los primeros años de la que se transformaría en una banda mítica para la historia del rock.
A partir de entonces comienza a tomar forma la leyenda. El deterioro psíquico de Barret era notorio y el resto del grupo decide incluir a David Gilmour (que había tocado en dúo folk con Barret) pensando que esto ayudaría a contener al desequilibrado Syd. Gilmour y Barret pasaron dos meses juntos en Pink Floyd. La idea no dio resultado, Barret dejaría la banda en 1968 para recibir tratamiento médico. Después de grabar dos LP’s terminaría encerrádonse en el domicilio materno en Cambridge.
Hasta allí el hundimiento de Pink Floyd parecía inminente, pero el talento de Roger Waters demostró condiciones para tomar el timón de los náufragos. Waters sabría manejar la nave en los tiempos cambiantes que transcurrían. Acepto grabar algunas bandas sonoras y supo aprovechar la experiencia de los años complicados. Saldría el doble Ummagumma de largas y climáticas canciones grabadas en vivo. Este disco, teniendo en cuenta que estamos en 1969, pasaría de ser un proyecto curioso a un disco mítico. Atmósfera densa, espacial, hipnótica, un fluido sensorial.
Comercialmente, Ummagumma no merece el menor comentario, pero sería la entrada de Floyd a la década. Atom Heart Mother y Meddle mostrarían al grupo totalmente consolidado. Es allí donde aparece el Pink Floyd exagerado, el monumental, el de la desmesura y ampulosidad de los conciertos con que hoy en día se los sigue asociando.
Luego de aquella gran vaca que ilustrara la portada de Atom… y la súper oreja que hiciera otro tanto con Middle, apareció lo impensado. Explota la experiencia y con la colaboración del ingeniero Alan Parsons (un peso pesado de la década para los que recuerdanThe Alan Parson Proyect), dan luz a 12 canciones de altísimo nivel, pop comercial del que deja huella, uno de los discos más vendidos de todos los tiempos: The Dark Side Of The Moon. El lado oscuro de la luna rescataba la música entre sonido de despertadores, un helicóptero, el latido del corazón y la caja registradora que asociaremos con Money. El resultado: más de 300 semanas ininterrumpidas en el hit Parade de la Billboard y el tema Money, por primera vez desde el 67, conseguía para Floyd un éxito elocuente en formato simple.
Pink Floyd también inauguraría los largos recesos que por entonces no eran tan comunes. Casi tres años tardó en salir el sucesor de The Dark… Septiembre de 1975 aparecía Wish You Where Here, sorprendente, aunque nada le haría sombra al éxito alcanzado con el disco anterior, Pink Floyd demostraba que gozaba de una salud compositiva envidiable.
El arribo del Punk golpeó todo los estamentos y el que más el que menos, debió adaptarse. Animals es un ejemplo de esto (no imaginar que Floyd se volcó a la nueva tendencia, pero es notable cierto giro en busca de una economía menos sofisticada).
Superado el momento en que los gigs (conciertos punks) amenazaban con escupir estrellas a la velocidad de un volcán en erupción, Pink Floyd hace una especie de maniobra riesgosa para recuperar su senda. The Wall, quizás el disco más célebre de la historia del grupo, y mucho más aún asociado con la película que protagonizada por Bob Geldof y dirigida por Alan Parker llevaría a la banda a ser reconocida en el mundo entero. Millones, entonces, conocerían a Floyd, a Syd y hasta accederían al pasado discográfico del grupo gracias a The Wall. El LP doble que luego daría lugar a la película, daría sendos dividendos. Toda una generación recuerda aquella vez que fue al cine para sorprenderse con la visión sombría de un Waters que había basado sus composiciones en la soledad, el desconsuelo, la locura, la crítica social y la poesía a ese muro que levantamos para aislarnos del entorno. ¿La historia de Barret? Lo cierto es que musicalmente The Wall es impecable.Another Brick In The Wall se transforma en el himno crítico del sistema educativo: «Nosotros no necesitamos educación, nosotros no necesitamos ese control» fue bienvenido para transformarse en un clásico de la música de todos los tiempos más allá de la prohibición que sobre ella pesó en algunas emisoras.
The Wall, sin duda, merece un capítulo aparte. Conjunción magnifica entre música e imágenes, una estética destacable, aquellos dibujos que quedarían por siempre asociados a la banda y por qué no, a la historia del rock.
A comienzos del 83 aparece The Final Cut, la esencia está, pero hacer un disco después de The Wall, no puede ser una tarea fácil para nadie. Los deseos de Waters de que Pink Floyd descanse en paz no llegan a buen término (con pleitos incluidos por la propiedad del nombre). Sus trabajos solistas no le quitaron a los fanáticos los deseos de volver a ver a Pink Floyd nuevamente, como antaño. Mientras tanto Gilmour y el resto siguen enrolados bajo un Pink Floyd que apoyado sobre sus cenizas continúa sorprendiendo por sus mega shows, por sus luces infinitas, por sus terribles efectos, por sus chanchos voladores y sus pantallas gigantes. Pero eso no alcanza, Pink Floyd no fue lo que es por su gigantesca apariencia, sino por su gigantesca capacidad compositiva.
De su larga producción presentamos aquí una pequeña muestra significativa:
– Learning To Fly
– Wish You Were Here
– The dark side of the moon
Fuente: http://www.canaltrans.com/musica/pinkfloyd.html