Meir Margalit
Meir Margalit no es un observador cualquiera de la transformaciones experimentadas por Jerusalén en décadas recientes. Judío israelí nacido en Argentina, entre 1998 y 2014 fue miembro del consistorio por el partido de izquierda sionista Meretz. Fundador, entre otros, de la asociación ICAHD, comité contra la demolición de viviendas palestinas por parte de las autoridades israelíes, en su libro Jerusalén, la ciudad imposible (IV Premio La Catarata de Ensayo, La Catarata, Madrid, 2018), describía a Jerusalén como lo que denominaba “no-ciudad”, un modelo de desigualdad institucionalizada. Lo entrevista Chiara Cruciati para el diario italiano il manifesto.
¿Cómo ha cambiado Jerusalén en décadas recientes?
Ha cambiado a peor, por la conjunción de tres peligrosos elementos: Trump y la presión del evangelismo fundamentalista, el gobierno de Netanyahu y la presión de los pequeños partidos de derechas, que quieren demostrar que son más nacionalistas que él, y la administración de Moshé León, el alcalde nacionalista religioso. Tres elementos que han provocado la humillación de los palestinos a una escala nunca antes vista.
Esta es la razón por la que esa explosión era solo cuestión de tiempo; los palestinos no sólo se han visto profundamente afectados económica y socialmente por la pandemia, puesto que muchos de ellos trabajaban en el sector turístico, en restaurantes y hoteles, y han perdido una fuente de subsistencia que no han recobrado, sino que también han ido experimentando durante años una humillación sin precedentes.
Además, en los últimos meses, los colonos han ido llevando a cabo grandes esfuerzos por ocupar viviendas palestinas antes de que la administración Biden pudiera organizarse en lo que respecta a esta cuestión. Ha habido un esfuerzo colosal en Sheij Yarrah, en Silwan, en la Ciudad Vieja. Están convencidos de que las cosas van a cambiar pronto, de manera que están recurriendo a una violencia sin precedentes.
Describe en su libro la política israelí de Jerusalén como una malla de micropoderes, burócratas y funcionarios anónimos, y como un laboratorio de control social.
Esta ocupación no podría haberse materializado sin un ejército de funcionarios que se ocupen de reprimir a los palestinos a diario, empujándoles a abandonar la ciudad y a mudarse Cisjordania, reforzando de este modo la mayoría judía. Muchos de esos funcionarios no son mala gente, muchos votan incluso a la izquierda, pero esta es la dinámica: durante el horario laboral obedecen directivas políticas, obediencia que el empleado habrá aprendido en sus años de servicio militar: haz lo que te digan. Luego trasladan esa cultura al lugar de trabajo.
Así pues, en cada una de las oficinas públicas municipales y del Estado, todo el mundo trabaja para la derecha. Y puesto que la derecha lleva en el gobierno años, o bien la derecha elige gestores entre los suyos, o bien los empleados mismos se mueven a la derecha para ascender en la escala. Es un modelo muy brutal, pero silencioso: nadie le dice al empleado que trate mal a los palestinos, pero el empleado sabe qué es lo que quiere el gobierno o el alcalde.
Como resultado, pasan cosas como las que vimos esta semana: la policía impidió que los palestinos se sentaran en los escalones frente a la Puerta de Damasco. No porque se lo ordenase nadie, sino porque es lo que espera el Ministerio de Seguridad Interior. Lo cual tiene como resultado situaciones paradójicas.
La ocupación militarista de Jerusalén adopta distintas formas: administrativa, cultural, política, arquitectónica. ¿Se puede hablar de dos ciudades, una israelí y otra palestina?
Jerusalem es una no-ciudad, porque una ciudad necesita un denominador común entre sus habitantes, algo que aquí no existe. Lo que hay son tres ciudades: una palestina, otra judía laica, y otra judía religiosa. Se trata de planetas distintos: existen contactos, puesto que algunos palestinos trabajan en el lado occidental, pero no hay relaciones humanas. La guerra es continua y los periodos de tranquilidad entre una y otra batalla son efímeros porque la ocupación sigue existiendo.
Esto está teniendo su efecto sobre los israelíes: si un país vive así durante más de setenta años, la gente evoluciona en medio de la violencia. Acaban deshumanizados. Esa es la razón por la que los israelíes son indiferentes al sufrimiento palestino: la violencia se ha normalizado, se ha naturalizado. Y por eso es tan fuerte la derecha en Israel. Necesitaríamos una vacuna contra la militarización, o una terapia psiquiátrica para todos los israelíes. Es verdad que sin la comunidad internacional no saldremos de este marasmo.
Si Jerusalén es un modelo de lo que pasa en el resto de Palestina, ¿cuál es la solución? Hay quienes hablan de rebasar la solución de dos estados en favor de un solo Estado, democrático y secular.
Jerusalén es un microcosmos del conflicto a lo largo y ancho de Oriente Medio. Considero el final de la ocupación y la solución de dos estados la única posible. Buena parte de la izquierda se siente frustrada y ya ha levantado bandera blanca frente a la realidad, pero yo trato de seguir siendo parte de esta lucha. Si me pregunta a qué se asemeja mi utopía, a buen seguro le diré que a un solo Estado democrático y laico para todos. Pero ahora mismo creo que es más realista pensar en una division en dos estados independientes. Y si acaso, pensar en una confederación en el futuro. Jerusalén podría convertirse en micromodelo de una ciudad unificada, pero dividida en dos capitales: la capital israelí, occidental, y la capital palestina, oriental, abierta y unida. Un micromodelo complejo y único, una division funcional y no territorial: sería insensato pensar en trazar una frontera dividida por un muro.
Volviendo a estos días, con las tensiones que se extienden a Gaza, ¿qué es lo que espera? Una vuelta a una ocupación más tranquila o un enfrentamiento visible?
No puedo decir qué va a pasar mañana. Lo que me preocupa es que en este momento hay en el lado israelí un choque entre liderazgos de machotes, lo que está contribuyendo desde luego a que Netanyahu reaccione de un modo más violento; y por el lado palestino, el aplazamiento de las elecciones ha producido un clima de mayor división, de modo que que Hamás puede presentarse como el único capaz de luchar por Jerusalén, dejando más espacio de acción a los partidos de la ultraderecha israelí. A menos que intervenga la comunidad internacional y diga “basta ya”, sin una intervención exterior, europea, norteamericana, si depende solo de Israel, la ocupación no terminará jamás.
Fuente: il manifesto global vía sinpermiso.info