Mario I. Franceschi
Realmente me he quedado de una pieza al leer exhortaciones de «preclaros» católicos a votar por un candidato cuyas propuestas concuerden con lo que la doctrina católica impone o, para ponerlo más sencillo, con lo que ESTOS FANATICOS creen que es lo que nuestra doctrina nos impone. Y es realmente preocupante el desmedido afán que muestran por imponerle a todos los costarricenses su abecedario ético-moral y, en el proceso, JUZGAR y condenar al odio y al castigo eterno, a todo aquello que «supuestamente» la Iglesia Católica dice que es abominable. El mensaje de amor, respeto, dignidad y perdón que Jesús nos vino a enseñar, así como el reiterado mensaje del Vaticano, y de todos los Papas desde Vaticano II, promoviendo el Estado laico, los han engavetado en los cavernarios sótanos de sus paranoias.
¡Nunca creí ver a mi país sumido en un conflicto de odio que, a todas luces, es de carácter religioso producto de la irresponsabilidad y la vanidad de mercaderes de la política y de la Fe!
A tal punto han llegado los temores de esta gente que, como comunidad, le piden a sus lectores votar por candidatos que, aunque NO sean católicos, son los más afines a sus luchas contra lo que perciben como abominaciones: unión civil homosexual, aborto terapéutico, FIV, anticonceptivos, etc. En verdad he sentido un escalofrío casi fantasmal al leer el fundamentalismo con el que se expresan y la forma tan despectiva y peyorativa que tratan a aquellos que opinan diferente.
Los problemas del país son inmensos, pero para estos fundamentalistas una resolución de la CIDH es el fin del mundo. Han hecho de este asunto el centro de sus vidas y se han lanzado a cruzadas personales por medio de las cuales quieren obligarnos a que todo un país se sume a SU guerra. Problemas como el déficit fiscal, seguridad ciudadana, pensiones de lujo, prebendas y abusos sindicales, corrupción, pobreza, infraestructura vial, competitividad, educación, costo de la vida, deterioro institucional y un largo etcétera, les son indiferentes o, por lo mínimo, no les merecen la urgencia y atención que, por su naturaleza y complejidad, exigen. En otras palabras, Costa Rica se puede ir por un caño mientras que la «pureza» de su interpretación doctrinal permanezca incólume y, por supuesto, que TODOS los demás nos sometamos a ella y desechemos a aquellos que HOY han provocado sus iras y temores.
¡Cómo si aquellos a quienes hoy condenan no fuesen seres humanos e HIJOS DE DIOS TAMBIEN!
Yo soy católico. Lo confieso, lo he dicho, lo he probado y lo he ratificado cientos de veces. Pero jamás creí tener la oportunidad de atestiguar, durante mi tiempo en el planeta, como a mi amada Patria éstos y otros intolerantes y fanáticos la rompen a pedazos. Esto NO es lo que aprendí en mi hogar, en el sistema educativo franciscano que me educó y a lo largo de las crisis de Fe que he pasado en mi vida. Esto NO es cristianismo.
Debemos de entender que Costa Rica es más, mucho más, que estos grupúsculos sectarios y fanáticos doctrinales, indistintamente del credo. Que estos son tiempos muy difíciles y necesitamos la unión de todos los costarricenses para sacar el país adelante. Todos juntos debemos de dar la lucha para levantarle las velas y oponerlas al viento. Pero estoy seguro de que oyendo y siguiendo a mesías de esta calaña (y otras autoritarias o populistas-estatistas que andan por ahí) promoviendo agendas de odio, de ignorancia y clientelismo no lo vamos a lograr. Dividiendo al país es la receta segura para el fracaso y la tragedia.
Tenemos, entre todos, que ayudarnos a ayudar al país. La Patria y la historia nos lo exige. HAGAMOS CONCIENCIA DE ELLO.