Mauritania, Senegal, el terror busca nuevos frentes

Guadi Calvo

Línea Internacional

Desde su formación en 2017, Jama’at Nusrat al-Islām wal-Muslimîn (JNIM) (Grupo de Apoyo al Islām y a los musulmanes), la franquicia de al-Qaeda para la región del Sahel, es responsable de los altos niveles de inseguridad. Particularmente la que se registra en Mali, Burkina Faso y Níger. El JNIM surgió tras la unión de Ansar Dine, al-Mourabitoun, al-Qaeda para el Magreb Islámico (AQMI) y la Brigada Macina, que ya actuaban de modo autónomo desde por lo menos 2012. Es, junto al Ad-Dawla al-Islāmīya (Estado Islámico en el Gran Sahara).

Estos mismos grupos se han expandido en estos últimos años hacia los países costeros del Golfo de Guinea, particularmente a Togo y Beni, donde sus ataques, cada vez más frecuentes, ya registran centenares de muertos entre las fuerzas de seguridad, además de asaltos y saqueos contra pueblos y aldeas cercanas a la frontera con Burkina Faso.

La onda expansiva del terror wahabita, si bien había afectado, muy en sus comienzos, a Mauritania, cuando terroristas provenientes de Argelia, en junio de 2005, atacaron la base militar de Lemgheity, asesinando a unos quince efectivos.
En 2007, repitieron la incursión; esa vez asesinando a cuatro turistas franceses en la región de Aleg, en el sur mauritano, a unos 250 kilómetros al este de Nouakchott, la capital.

Esporádicamente, los ataques se volvieron a repetir hasta que, en 2011, una activa política antiterrorista se puso en marcha. Militarizando las fronteras y realizando trabajos de inteligencia que consiguieron desmantelar varias redes locales de infiltración, captación y reclutamiento, no solo logró contener la expansión, sino que, además, ha sellado sus fronteras a la activa presencia del terrorismo en los países vecinos.

Mientras que, en Mali, desde el 2012, cuando estalló la crisis de seguridad, comenzando a permear en distintas direcciones, la que jamás se ha vuelto a contener, a pesar de la presencia de tropas francesas y norteamericanas, extrañamente nunca consiguió cruzar la frontera mauritana. Por lo que existen sospechas de un acuerdo bajo cuerda entre Nuakchot y los muyahidines, aunque nada, obviamente, es concluyente.

Más allá de esos rumores, nuevas investigaciones sobre el JNIM señalan que, desde la región de Kayes al suroeste de Mali, se plantea ingresar no solo a Mauritania, sino llegar a Senegal, hasta ahora también uno de los pocos países de la región que se ha mantenido exento de la actividad terrorista.

Durante el periodo 2021-2024, en áreas cercanas a esas fronteras, las actividades del JNIM se incrementarán de manera exponencial. Generando emboscadas en las rutas que comunican a Bamako con Mauritania y Senegal. Tanto contra convoyes militares como caravanas comerciales, puestos aduaneros y unidades militares. Teniendo como principal objetivo impedir el abastecimiento de la capital maliense, con cerca de unos tres millones de habitantes.

No se conoce fehacientemente si por los cambios de gobierno en Mauritania, el relajamiento de las normas de seguridad o por la experiencia ganada en todos estos años por los muyahidines, o quizás la caída, si alguna vez existió, del acuerdo entre Nuakchot y los rigoristas. La porosidad de las fronteras parece estar tentando otra vez al JNIM.

Recientes investigaciones han señalado que los terroristas han conseguido conexiones con los diversos grupos étnicos presentes a ambos lados de la frontera, consiguiendo intervenir en el siempre muy activo tráfico comercial entre fronteras. Que se suman al aumento del discurso wahabita, en las muchas mezquitas y madrazas financiadas desde hace años por las monarquías del Golfo, que estarían operando como cabecera de playa para el ingreso de los takfiristas a áreas donde su presencia ha sido casi inexistente desde hace más de una década.

En diciembre del 2023 fue secuestrado Thierno Hady Tall, uno de los principales referentes de la rama omariana, perteneciente a la hermandad sufí Tijaniyya de Mali, en cercanías de la ciudad de Nioro, a unos veinte kilómetros de la frontera mauritana, donde su prédica tenía particular influencia. El hecho, que fue reivindicado por el JNIM, fue una demostración no solo de poder, sino de su extrema vinculación con el wahabismo. Que en su larga lista de enemigos tiene particularmente un odio acérrimo contra cualquier orden religioso, más si es islāmico, que no siga su línea. Intentando convertirse en la única opción religiosa en los países que apunta a conquistar.

Senegal, el otro blanco

Por varios motivos, Senegal puede ser un objetivo extremadamente apreciado por el terrorismo wahabita. Más allá de la permeabilidad de su frontera con Mali, ya muy vulnerada por las históricas bandas de contrabandistas, se le suma unas fuerzas armadas que, más allá de su orden y profesionalismo, son bisoñas frente al azote del terrorismo, ya que el país nunca ha sufrido ataque de este tipo. Incluso su población cercana a los veinte millones tampoco es consciente de este peligro.

Además, Senegal cuenta con la mayor comunidad sufí del mundo, con casi el noventa por ciento de su población perteneciente a alguna tariqa o cofradía sufista.

El sufismo, una de las versiones más moderadas del islām sunita, funge como una barrera de contención al discurso fundamentalista del wahabismo.

Por lo que se espera, tras la recurrente actividad del JNIM junto a su frontera con Malí, intente extenderse en Senegal, para lo que deberá lograr romper la unidad establecida entre el gobierno del joven presidente Bassirou Diomaye Faye. Un panafricanista y de izquierda, como él mismo se define, quien desde que asumió, en abril del año pasado, cumpliendo con sus promesas electorales, está decidido a romper con la influencia de las potencias (Francia y los Estados Unidos) que han dirigido sus políticas a lo largo de la historia. Con medidas como la de expulsar toda presencia militar de su territorio, además de plantear el abandono del franco CFA de África Occidental, la moneda colonialista que ha regido los destinos de este país y otros desde 1945.

Las pretensiones del presidente Faye lo acercan “peligrosamente” a la Alianza de Estados del Sahel (AES), la confederación formada por Burkina Faso, Mali y Níger, que ya ha roto con la influencia de Occidente. Motivos que los mandantes ocultos de los terroristas, en una presumible línea que une a Riad con París, Londres y Washington, con sus infinitos recursos, rompen sin muchas complicaciones la democracia y acaban, una vez más, con un presidente democráticamente elegido por su pueblo.

La llave de acceso para un proceso semejante podría ser la difícil cuestión social y económica que se vive por el rígido sistema de castas, en la región del Bakel, próxima a la frontera con Malí, que sufre un histórico aislamiento de la capital, Dakar, y tiene la mayor tasa de desocupación del país, a donde el sufismo no ha logrado establecerse y donde, más allá de la reciente flexibilización de este sistema, sus principios todavía influyen en las relaciones sociales, los matrimonios y las ocupaciones laborales. Lo que perpetúa la desigualdad y estigmatiza a grandes grupos poblacionales. Marco que se puede convertir en una eficiente ruta de acceso al discurso wahabita, además de una posible “salida laboral” para los jóvenes que quieran incorporarse a alguna khatiba, un fenómeno que ha sido el caballo de batalla para este tipo de organizaciones en todos los países africanos donde operan.

En áreas circundantes a las fronteras de Mauritania, Senegal y la región de Kayes (Mali), se estima que aún siguen existiendo unas ochocientas mil personas, consideradas socialmente esclavas, lo que es un aliciente más para la llegada del Jama’at Nusrat al-Islām wal-Muslimīn, que busca la expansión en nuevos frentes.

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