Silvia Melero Soriano, Universidad Europea
Este Halloween ha sido, quizás, el más terrorífico de todos. En el año 2023, la Franja de Gaza se ha convertido en el escenario de uno de los conflictos más mortíferos en más de una década. Tras el enfrentamiento iniciado el pasado 7 de octubre entre Israel y Hamás, han muerto más de 10 000 personas según datos del Ministerio de Salud de Gaza, de las cuales al menos 4 100 eran niños. La UNRWA advierte que, en promedio, un niño fallece y dos resultan heridos cada 10 minutos durante la guerra.
Miles de niños palestinos han sido testigos de cómo sus barrios han sido arrasados. Han perdido su hogar, sus escuelas y hospitales, y lo que es más desolador, a muchos de sus familiares, maestros y amigos. Asimismo, los incesantes ataques han provocado la vulneración de derechos tan básicos como el acceso a alimentos, agua, medicinas y combustible, así como la seguridad, educación y protección a la infancia.
La presente crisis humanitaria, cuyos orígenes realmente se remontan 75 años atrás, continúan teniendo un severo impacto en el bienestar psicosocial de los menores y sus familias.
Pesadillas de día… y de noche
Ante este escenario de asedio y constantes ofensivas, es indudable el profundo miedo y sentimiento de indefensión experimentado por los niños palestinos, quienes han tenido que vivir situaciones extremadamente traumáticas. Vivir bajo la incesante amenaza de la invasión, el sobrevuelo de aviones y el sonido de los bombardeos les mantiene en un constante estado de hiperalerta y miedo crónico, perjudicando gravemente su bienestar emocional y desarrollo.
De la misma manera, es común que las víctimas rememoren repetidamente las atroces escenas acontecidas, incluso en ausencia de una amenaza real, y que estos recuerdos se manifiesten en forma de pesadillas y terrores nocturnos.
El impacto psicológico que los menores están sufriendo en Gaza les hace vulnerables a desarrollar trastornos de estrés postraumático, problemas de ansiedad y depresión, sin que puedan ser abordados adecuadamente.
La exposición continua a la violencia, la destrucción de zonas residenciales y la desaparición de sus seres queridos bajo los escombros causa un profundo dolor y un gran agotamiento físico y mental, unidos a dificultades de concentración, apatía, quejas somáticas, nerviosismo, irritabilidad, ira, frustración y crisis de fe.
Gestionar el duelo por la pérdida de sus seres queridos se torna especialmente complicado para los más pequeños, cuyo cerebro aún no es suficientemente maduro para procesarlo.
Por ello, organismos como la UNRWA de la ONU, UNICEF y Save the Children exigen el cese de los ataques y destacan la necesidad de ofrecer atención psicológica y protección de la población infantil y juvenil en Gaza y Cisjordania.
¿Cómo explicar este conflicto a los niños?
La infancia es una etapa de desarrollo psicosocial en la que los niños necesitan un entorno seguro y emocionalmente estable en el que puedan crecer, aprender, jugar y construir relaciones sociales saludables. Lamentablemente, cuando estos derechos se ven transgredidos por situaciones bélicas, se produce una ruptura de la confianza y de la creencia en la bondad del ser humano, aumentando la desesperanza.
Ante este tipo de acontecimientos tan alarmantes, es habitual que muchos padres y madres se enfrenten a las preguntas de sus hijos sobre por qué tantos niños están siendo atacados en otras regiones del mundo. De igual manera, pueden aflorar sentimientos de injusticia, tristeza y miedo que como adultos debemos ayudarles a gestionar adecuadamente. Es esencial abordar estas emociones y preocupaciones con comprensión y naturalidad, ofreciendo explicaciones adaptadas a su edad.
En la actualidad son múltiples las fuentes de información mediante las cuales los menores pueden conocer los detalles del conflicto. Por ello, es importante que nos mostremos abiertos a conversar sobre el tema y resolver posibles dudas.
En primer lugar debemos normalizar y validar sus emociones y tranquilizarlos ante posibles miedos, especialmente a los más pequeños. En las primeras etapas de la infancia, las nociones geográficas no están del todo consolidadas y los pequeños pueden pensar que el conflicto está sucediendo cerca de ellos. Esto puede provocarles un miedo intenso y un apego excesivo hacia sus cuidadores. Una buena estrategia es explicarles el conflicto como un cuento, en el cual se incluyan tanto personajes negativos como personajes con fortalezas y valores positivos, y a través del juego o el dibujo.
En el caso de los niños más mayores, debemos fomentar la empatía hacia las víctimas de la guerra y aprovechar la oportunidad para educarles en la resolución pacífica de los conflictos. Para ello, podemos comenzar preguntándoles qué saben sobre la situación y qué opinan al respecto, permitiéndoles expresarse sin juicios.
Es importante enseñarles a ser críticos con la información obtenida en redes sociales y otras fuentes poco fiables, aclarando posibles bulos si fuera necesario. Asimismo, debemos proporcionar información clara y concisa, pero sin necesidad de exponerlos en exceso a imágenes demasiado explicitas e impactantes para ellos.
Se insta especialmente a la reflexión sobre sus valores éticos y morales en aras de que comprendan las nefastas consecuencias de la violencia y desarrollen una conciencia más humanitaria.
Una oportunidad para fomentar la capacidad de cooperar
La violencia y los conflictos armados en Gaza han deteriorado significativamente la salud mental de las víctimas, especialmente las más jóvenes, que suponen casi la mitad de la población. Es vital visibilizar, concienciar y apoyar la recuperación psicológica de los afectados brindando el acceso a servicios sanitarios de calidad, programas de apoyo emocional y psicosocial y de protección adecuados.
La conciencia colectiva y la acción solidaria también ayudan. Es fundamental sensibilizar tanto a adultos como a los menores sobre la situación de opresión y genocidio actual. Debemos fomentar la prosocialidad, es decir, la capacidad de brindar apoyo emocional, ayudar a los demás, compartir y cooperar. Implicar a los menores en acciones humanitarias como la defensa de los derechos humanos, la donación de alimentos y ropa, es una excelente forma de contribuir a la causa y fomentar en ellos valores como el altruismo, el respeto, la solidaridad, la igualdad, la tolerancia y la cooperación.
Este aprendizaje, a su vez, contribuirá en su contexto cercano, mejorando sus relaciones y previniendo el acoso escolar y otros problemas interpersonales.
Silvia Melero Soriano, Dra. en Psicología Infanto-juvenil. Directora del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria de la Universidad Europea de Valencia (Alicante), Universidad Europea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.