Madrid: una campaña lanzada al populismo y sus mentiras grandilocuentes

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

¡Comunismo o libertad! gritan unos. ¡Fascismo o democracia! vociferan los otros. Y, aunque lo parezca, no, no asistimos a la campaña electoral de aquel invierno de 1936, sino a unas elecciones regionales en la primavera del año 2021. Sin embargo, las consignas extremas han regresado. No importan demasiado la gestión de la gobernanza de la Comunidad de Madrid, ni los proyectos económicos y sociales. Lo que impera son las amenazas ideológicas. Cierto, no hay que pasarse de ingenuo. Por debajo de estas alharacas está la necesidad de movilizar a su propio electorado. Y si se percibe una cierta apatía, nada mejor que la estrategia del miedo: ¡que viene el comunismo! ¡que viene el fascismo!

Esa estrategia no tendría ningún espacio en una sociedad con cierto sentido. A nadie se le ocurre que pueda llegar a la Puerta del Sol un gobierno comunista o un ejecutivo regional fascista. Pero entonces cabe la pregunta: ¿Cuál es la causa de que las fuerzas políticas acudan a esos gritos desquiciados?

La respuesta hay que buscarla en la cultura política tanto de los dirigentes políticos, como del propio electorado. Como se señaló, entre los dirigentes políticos prima la necesidad de agitar la campaña, ante la posibilidad de que pierda el que menos moviliza. Alguien ha recordado aquella frase pronunciada ante un indiscreto micrófono abierto por Rodríguez Zapatero a Iñaqui Gabilondo: “Nos interesa que haya tensión. A partir de este fin de semana vamos a dramatizar”.

Pero ese interés en tensionar no tendría eco en una sociedad que despreciara la estrategia del miedo. Sin embargo, una alta proporción del electorado valora la cultura política de banderías, la dinámica de la crispación. Es cierto que otro sector de la población rechaza esa dinámica política, impulsada por la dialéctica de los extremos, pero no es suficientemente mayoritaria. En realidad, eso ya sucedió en la segunda República: además de las dos Españas enfrentadas, había una tercera España que repetía la frase orteguiana del “no es eso, no es eso”. Por cierto, que el artículo de Ortega y Gasset donde publicó esa idea, terminaba con una frase premonitoria: “La República es una cosa. El radicalismo es otra. Si no al tiempo”. ¡Y eso lo publicaba en Crisol el 9 de septiembre de 1931!

Este salto actual hacia el populismo y sus mentiras grandilocuentes fue dado en primer lugar por la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso, quien, ante la aparición de Pablo Iglesias en la arena electoral madrileña, cambió su eslogan de atribución partidaria (Socialismo o libertad) por el rotundo “Comunismo o Libertad” de significado más societal. Y pareció que ese salto panfletario le daba otro empujón en las encuestas.

Pero las campañas electorales siempre tienen sus sorpresas. Y cuando ésta sobrepasaba su ecuador aparecieron unos sobres con balas y amenazas de muerte para Pablo Iglesias, el ministro del Interior y la directora general de la Guardia Civil. Para agitar más las aguas Vox califico el hecho de montaje. Pero Iglesias no iba a dejar pasar su oportunidad y lanzó el grito, ¡fascismo o democracia! Y, lamentablemente, el candidato del PSOE, Ángel Gabilondo, que ya se había desdicho de su rechazo a una alianza con Iglesias (“querido Pablo”), en un giro político a lo Sánchez, ha abrazado la consigna populista y se ha sumergido en la estrategia del miedo. Y así, paradojas de la vida, el personaje semiculto que hizo toda su carrera política contra la transición (Pablo Iglesias), hoy aparece como adalid de la democracia constitucional, repartiendo carnets de demócratas a quien le parece más apropiado.

Esta campaña de mentiras grandilocuentes (alertas de comunismo o de fascismo) sólo tiene en Edmundo Bal, de Ciudadanos, un referente que reclama la vuelta al sentido común. Pero parece que es la voz que clama en el desierto. Y si Ciudadanos no logra entrar en Asamblea de Madrid, se habrá dado otro paso para sepultar esa fuerza política a escala nacional.

Ante esta situación, merece la pena recordar algo. Cuando tuvieron lugar las dos campañas anteriores en Cataluña se dijo que la primera víctima de la contienda política era el “seny”, la cordura en catalán. Todo parecía indicar que eso era un fenómeno excepcional propio de esa Comunidad. Yo discrepé entonces de esa excepcionalidad y en varios medios (desde la revista Claves a medios periodísticos) sostuve que el problema de la cultura política de baja calidad, que impide un sentido democrático robusto, afectaba al conjunto del país. Lo que está sucediendo en la campaña de Madrid confirma mi previsión sobre la pérdida de sentido más allá de Cataluña. Lamento haber acertado.

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