Lago Guatavita
¿Dónde? | Andes colombianos, Colombia |
¿Qué? | Hogar acuático de la legendaria ciudad del oro |
DENTRO DEL cráter circular casi perfecto, rodeado por laderas boscosas y volutas de niebla, el lago brilla con un glorioso color verde esmeralda oscuro. Pero durante mucho tiempo se creyó que brillaba con algo aún más precioso.
Porque este elevado caldero, en lo alto de las impresionantes montañas, esconde muchos secretos. Ahora tan tranquilo y silencioso, con el aire frío solo agitado por la brisa y los pájaros, fue en su día el centro de una gran civilización precolombina. Y también fue el centro de la más seductora y perdurable de las leyendas, que desató una codicia que devastaría gran parte del continente…
Los muiscas, junto con los aztecas, los mayas y los incas, fueron una de las cuatro civilizaciones formativas de América. Su corazón se encontraba en los Andes colombianos, en la zona del Altiplano Cundiboyacense, un poco al norte de la actual capital, Bogotá. En el apogeo de la civilización, su población podría haber llegado a alcanzar los tres millones de personas. Aunque el conocimiento sobre ellos es limitado, un ritual muisca se hizo muy famoso y pasó a la leyenda: el de la proclamación de un nuevo cacique, o jefe muisca.
Se dice que el futuro nuevo gobernante, tras haber superado una serie de pruebas que se le habían impuesto desde su infancia, era cubierto con una sustancia pegajosa, tal vez aceite o miel, y luego se le rociaba con polvo de oro. Brillando así, remaba hasta el centro del lago Guatavita a bordo de una balsa ceremonial. Rodeado por cuatro sumos sacerdotes, magníficamente ataviados con plumas, coronas y baratijas, el futuro jefe hacía entonces una ofrenda de objetos preciosos —gemas y joyas, colgantes y figurillas de oro— a Chie, la diosa del agua, arrojándolos al lago, antes de saltar él mismo al agua para absorber poderes semidivinos.
En el siglo XVI, las historias de un lago literalmente repleto de tesoros llegaron a oídos de los ambiciosos conquistadores españoles. Así nació el mito de El Dorado, «el dorado». Con el tiempo, se fue embelleciendo, como un juego del teléfono sinfín a escala épica. Primero, «el dorado» era un hombre, luego un pueblo, y después toda una ciudad cubierta de metal precioso: la mina de oro de América Latina. Se convirtió en un premio que impulsaría a los avaros a explorar durante siglos.
El primero en llegar a las orillas del lago Guatavita, alrededor de 1537, fue Gonzalo Jiménez de Quesada y su ejército de 800 hombres en su expedición hacia el sur desde la costa caribeña. Quesada había recibido el encargo de encontrar una ruta terrestre hacia Perú, pero se desvió de su rumbo, adentrándose en la hostil cordillera oriental, tentado por los rumores sobre la legendaria ciudad. Cuando se encontró con los muiscas, quedó deslumbrado por su artesanía, sobre todo por sus exquisitos tunjos, ofrendas votivas (normalmente figuras planas de humanos o animales) fundidas en oro.
Posteriormente, se realizaron numerosos intentos para recuperar las riquezas que yacían bajo las aguas de Guatavita. En la década de 1560, el acaudalado empresario Antonio de Sepúlveda excavó un abismo en un lado del cráter para drenar el lago, pero no funcionó (aunque el agujero aún se puede ver) y solo encontró «232 pesos y diez gramos de oro fino». A lo largo de los siglos se realizaron más intentos, pero sin resultados significativos, y en 1965 el Gobierno colombiano declaró el lago bajo protección nacional.
Así pues, ya no se permite a nadie dragar el lago ni nadar en sus frías y verdes aguas. Sin embargo, sí se permite visitarlo con un guía local. La localidad de Guatavita, creada a mediados de la década de 1960 para los habitantes desplazados por la construcción de un embalse cercano, es un pequeño conjunto de casas pseudocoloniales encaladas y calles empedradas, a 90 minutos en coche al norte de Bogotá. El lago en sí se encuentra a una distancia aún mayor, tras un accidentado trayecto en coche, pasando por colinas irregulares y campos de patatas, hasta llegar al inicio de un sendero, donde unos 150 escalones conducen a través del páramo hasta el borde del cráter. Es una subida agotadora: Guatavita se encuentra a unos 3000 metros sobre el nivel del mar. Pero la falta de aire no se debe solo a la escasez de oxígeno: la crudeza del paisaje, el resplandor de la laguna y la comprensión de cómo este lugar silenciosamente espectacular, un sitio muisca de espiritualidad y poder, se convirtió en un caldero de frenética codicia, también influyen.
Basado en Lugares Místicos de la Guía del viajero inspirado de Sarah Baxter