Los hijos del Estado Benefactor

o de cómo se quiere imitar el torcido caminar del cangrejo

Edición no apta para gente de derecha o que no mantenga la concentración más allá de un corto párrafo

Franco Benavides

Los hijos del Estado Benefactor

Tenía razón el tal Nietzsche: no es cierto como lo pintaban los Filósofos Ilustrados y a su manera el melenudo Marx; no es cierto, digo, que la historia sea una línea ascendente hacia el “Progreso” (ni siquiera tendencialmente hablando). La historia se parece más bien a un perro que procura morderse el rabo y lo peor es que ese perro es de rabo amputado. Es, dicho con más finura, “El eterno retorno de lo mismo” (ojo a la profundidad filosófica de la introducción).

Esta historia, la que vamos a contar, es para los nacidos de los años ochentas del siglo pasado en adelante (¿ó para atrás? ¡La verdad no sé!). Es la historia de sus papás o sus abuelos, la historia de los Hijos del Estado Benefactor.

Es la historia de los que conocimos a los lecheros de a caballo y latón con leche sin pasteurización ni ninguna vara de esas. La de los que conocimos a las tortilleras y las moliendas de maíz (porque aunque ustedes no lo crean las tortillas no siempre han venido del Super y envueltas en coquetos empaques de plástico). La de los que nos vestimos con los sastres y las costureras de “hechura a la medida” y nos calzamos zapatos de los zapateros de verdad, de esos que sabían desde alistar el cuero y cortarlo, pasando por montarlo en hormas, hasta teñirlo y convertirlos en cachos a la medida y gusto del cliente.

Y, digámoslo de una vez, no es la Historia de Heidi y su empalagoso Copo de Nieve. No es que todo fuera más lindo que ahora. Baste decir que sus papás estrenaron la moda de no andar descalzos entre semana y la mayoría supo en carne propia lo que eran las paperas, el sarampión y la tosferina y algunos hasta la poliomielitis. Los cincuentones y sesentones de ahora, sus papás o abuelos, jugaban fútbol en las calles de tierra porque muy de vez en cuando pasaba un carro y todavía eran más comunes las carretas jaladas por esos toros capados que se llaman bueyes. Y conste que la bola no era como las que patea ahora el tal Messi; no, no, era una de segunda, tirada en el basurero de algún rico (porque ricos si había) o una pelota de papel periódico apretujada y envuelta en un pedazo de gangoche (la tela de los sacos en que se almacenaba el café).

Baste decir, para que vean que las cosas no estaban tan bien como dicen algunos, que apenas unos años antes hasta hubo una guerra –que ahora dicen que fue por un “fraude electoral” (no le prestamos mucho oído a esa versión porque de todas maneras los fraudes eran la moda por aquellos tiempos). La guerra esa, llamada “Revolución del 48”, no fue tanto como eso, como una “revolución”, pero culminó un conjunto de cambios muy importantes en la vida del costarricense: por esa época se creó la CCSS, la Universidad de Costa Rica, se emitió el Código de Trabajo, se abolió el ejército y se nacionalizaron los depósitos bancarios y la electricidad. Cómo quien dice, se empezó a “domesticar” la Bestia del Capitalismo Liberal-Cafetalero, se empezó a construir, no sin fuertes luchas sociales y horrorosos “vicios”, entre los que el “clientelismo político” y la corrupción requieren mención destacada, se empezó a construir, digo, el famoso “Estado Benefactor”. Ese Estado que –esta es la versión idílica pero inexistente que cantaban los patriarcas liberacionistas- se creó para darle “un jalón de orejas” al capitalismo desbocado y para repartir con más justicia la riqueza creada principalmente por la empresa privada pero bajo el ala protectora del Estado y hasta con su intervención directa: electricidad, telefonía, muelles, carreteras, acueductos, trenes, bancos, escuelas, hospitales, universidades, todas al servicio del “Desarrollo Nacional” (aunque aquí hay que decir que se colaron bajo el “ala protectora” las Multinacionales, incluyendo las compañías bananeras gringas).

Casi todo el país era campo. La ciudad era unas pocas cuadras; el resto era cafetal. La televisión era tan rara que nada raro era ver a un grupo de carajillos haciendo molote alrededor de la ventana de la casa de Don Platudo, para ver los muñecos esos que se mueven y que ahora se conocen como dibujos animados. La mayoría de las casas se alumbraban con candela, se cocinaba con carbón y se lavaba en batea. La mayoría de las casas eran de adobe (si, barro con paja)…, ¡Ah!, y hasta se creí en el mito de la virginidad!].

Bueno, pero aunque no creamos en las Fábulas del Bienestar General; lo cierto es que aquí, en nuestro país, como en el resto del Mundo llamado Occidental, Cristiano y Democrático (aunque esos calificativos no son necesariamente territoriales, religiosos o políticamente ciertos), el Capitalismo sufrió una Reforma Social que si no lo domesticó como a un perrito faldero, lo hizo un poco más soportable y hasta agradable para un poco más de gente: la “clase media” se abultó y hasta se pringó del progreso a algunos sectores obreros y campesinos. El “ascenso social” por medio del estudio fue el sueño “americano” de los que no somos “americanos de verdad”. Y no era un sueño descabellado; muchas familias pasaron de una clase a otra gracias a la universidad pública y gratuita(1) (que no se les olvide esto a algunos “Tecnócratas” que empezaron sus estudios en la UCR y los terminaron en Harvard y que aún hoy en día viven a costillas del Estado, directamente, como ministros o gerentes de algo, o como consultores o concesionarios de cualquier mierda: son los clientes políticos permanentes de esa “élite” que no es una verdadera burguesía, sino una especie de parásito político, una especie de cuadrilla de peones al servicio de los intereses estadounidenses)(2).

Pero que el Capitalismo realmente no estaba domesticado nos lo vino a confirmar el finado Papa Juan Pablo II. “Capitalismo Salvaje” le llamó a eso que está procurando ocupar el lugar del Estado Benefactor y al que correspondía, como dicen los abogados, contrario censo, algo así como un “Capitalismo Civilizado”. A este capitalismo que quiere ganancias, claro, pero que siempre reserva un pedacito del pastel para la mayoría, el políticamente correcto conforme a la correlación de fuerzas nacionales e internacionales, especialmente para la clase media que es la que tiene más galillo para hacerse oír, al Civilizado lo sustituye el Salvaje, de gusto desbocado por la maximización de la ganancia. Y lo que el Civilizado había guardado del ansía mercantil (agua, educación, vivienda popular, electricidad, salud, carreteras, muelles, etc.), el Salvaje lo reclama para su voracidad con una furia que da miedo.

Y con esto volvemos al perro que quedó mordiéndose el rabo: cuando creíamos que ya el capitalismo liberal al que correspondía un Estado principalmente encargado del “orden” (del orden social, que no del orden económico, que éste lo regula la “mano invisible” del mercado), es decir, de mantener a raya a los que no viven de la ganancia o sus sub-productos (entre los que destaca el chorizo estatal a la tica), cuando creíamos digo, que ya lo del salvajismo del Siglo XIX estaba superado, ¡zas!, se viene el Capitalismo Neo-liberal. Los poderosos ven la Reforma Social de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado y les parece mal. Entonces emprenden una reforma de la reforma, que en buen sentido es realmente una Contra-Reforma. Y aquí es donde estamos, en el momento en que el perro está a punto de morderse el rabo: privatizar, desregular y eliminar el gasto público social: la Santísima Receta Trinitaria de los Sumos Pontífices del Credo Neoliberal. ¿Casas baratas (INVU); precios de sustentación para la producción de alimentos (CNP); créditos regulados por el Estado (Depósitos bancarios nacionalizados), agua (AyA), electricidad y telecomunicaciones(ICE) a precios no mercantilizados, pólizas de riesgos del trabajo de carácter social (INS), salud y pensiones solidarias (CCSS)… ¡no, no! Esas son trabas para el libre mercado. ¡A la mierda “el salario social”(3)! ¡Que cada cual se la juegue a como pueda!

Están arriendo la bandera de la Solidaridad para poner a ondear la de la Competencia, bajo los pujantes vientos del “libre mercado” internacional. Aunque realmente no hay tal competencia, porque no es cierto que exista eso que llaman libre mercado(4).

Entonces, ¿vamos dando la vuelta al círculo vicioso de la Historia? ¿O será que “la historia la hacen los hombres y las mujeres” (versión de una sentencia de don Engels, con malicia de género) y por eso (esto no es de ese señor) no es ni recta ni curva, sino como le salga al maestro de obra? ¿O será una espiral ascendente, dialécticamente progresiva? ¿Y si Marx no estaba tan perdido en su sueño(5)? ¿Y si es posible construir algo distinto a una sociedad en que la ganancia esté por encima del bienestar humano?

Lo que es indudable es que no tenemos porqué quedarnos de brazos cruzados viendo como desmantelan ante nuestros ojos lo que se había avanzado desde 1942 hasta 1980. Al menos tenemos que resistir la Contra-Reforma Social(6) que dirigen los partidos y gobiernos de las últimas décadas.

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Notas:

(1) Mi familia, por ejemplo, era una típica familia de mediados del siglo pasado: 10 hijos; un padre sastre y una madre ama de casa. Nos vacunaron y nos curaron en la Unidad Médica, de manera gratuita y sin estar asegurados. Adquirimos una casa proveída por el INVU, con el pago mensual fijo durante 30 años de 90 colones. Estudiamos en las escuelas, colegios y universidades públicas.

(2) Este caracterización de nuestra “clase dominante” se la he escuchado poco más o menos así de cruda, a algunos académicos muy respetables de la UCR, de manera que no crean que es hija de un criticismo exagerado. La tesis sociológica es más o menos esta: en nuestro país en lugar de una burguesía clásica, al estilo inglés o gringo, lo que se tiene es una sub-especie, no desarrollada, parasitaria, sin verdadera vocación empresarial y enteramente dependiente de los intereses de las Multinacionales. Los escándalos de las contrataciones y compras de la CCSS, Crucitas, la Trocha Fronteriza y la carretera San José-San Ramón, son expresión de esa a tesis de la “élite-parasitaria”.

(3) Así le han llamado algunos estudiosos a los efectos redistributivos de la riqueza que, real o ilusoriamente, procuraba el Estado Benefactor y el Capitalismo Civilizado.

(4) Así le han llamado algunos estudiosos a los efectos redistributivos de la riqueza que, real o ilusoriamente, procuraba el Estado Benefactor y el Capitalismo Civilizado.

(5) En lo de las concesiones de obra pública es donde mejor se ve que hasta la “mano invisible del mercado” está embarrada de sobornos y se mueve no por las fuerzas de la “oferta y la demanda”, sino por el poder oligopólico convertido en tráfico de influencias privadas y públicas, que tiene su epicentro en las grandes Multinacionales. Para confirmar que estás no son jetonadas sin fundamento, basta que lean a algunos economistas como Joseph Stigliz, que para nada son comunistas y hasta aparecen regularmente en las páginas de opinión de “La Nación”.

(6) Este concepto no solo resume sino que explica lo que está sucediendo en nuestro país y en parte del mundo desde mediados de los años ochentas. Y, ¡sí!, lo confieso con vergüenza, lo usan sobretodo estudiosos que renquean y escriben con la izquierda.

Vía Rupturas

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