Los golpes de la derecha: ¡por poco nos tumban!

Rodolfo Arias Formoso

Rodolfo Arias Formoso

Dicen que jugar ajedrez es boxear con el cerebro. O bien, que boxear es jugar ajedrez con los puños. Y con la cintura, las piernas, la cabeza…

Lo digo porque tras un análisis de la posición en el tablero, tal y como quedó hace cuatro años y tal y como se vino moviendo durante el gobierno de Luis Guillermo, la derecha de este país elaboró una estrategia muy clara para recuperar el poder. Hizo en mi opinión una lectura correcta –desde sus propios intereses- y lanzó un par de durísimos golpes que por poco nos tumban por completo.

No lo lograron a cabalidad, y en esencia fracasaron, pero vale la pena estudiar lo que hicieron porque urge armar una estrategia que los derrote en la segunda ronda en abril.

El PLN y el PUSC se originaron en los bandos de la guerra civil del 48. Sobradísima razón para que durante sus primeros decenios fueran rivales acérrimos. Pero setenta años después acabaron pareciéndose a esos viejos mercaderes que venden los mismos productos a los mismos precios, y que tienen sus bazares a ambos lados de la misma calle. Mercaderes que aparentan sentir un fuerte encono por el otro, pero que por debajo lo negocian todo.

Así pasó con el bipartidismo nuestro, una progresiva convergencia hacia posiciones más y más conservadoras. Era lógico: se enriquecieron mucho y entonces los sueños originales debían dar paso al pragmatismo requerido para la conservación de los privilegios logrados. Así, la social democracia verdiblanca, protagonista de la construcción de un estado potente y exitoso desde los años cincuenta hasta setenta del siglo pasado, optó por la apertura de los mercados y la liberalización de la economía, acompañada de un ajuste estructural que –visto en macro- favoreció al sector de servicios y dejó abandonado al agro. Y la “Unidad”, como se le conoce, pues hizo el necesario contrapunto en la comparsa.

Con el viraje a la derecha se frenó la construcción de obra pública, provocando el colapso absoluto del sistema vial, se descuidó la administración de los servicios de salud hasta crear una saturación inmanejable en el sistema hospitalario, se debilitó la educación, sobre todo en los niveles primario y secundario, se atascó la reforma tributaria en tanto se consolidaban las protecciones y privilegios para el sistema bancario. Y así por el estilo… es una larga lista de factores, decisiones, consecuencias, redefiniciones.

Resultado: un país cada día más desigual. Un país que crece económicamente, pero que crece también en violencia, en desesperación, en desorientación. Que crece en marginación y que decrece en oportunidades. Que cambia las leyes del que habría sido posible llamar el “sueño tico”. Por ejemplo, convirtiéndole ese sueño, a muchos jóvenes, en un proyecto de vida que requiere hablar en inglés y trabajar a deshoras atendiendo ludópatas gringos en un así llamado “sports book”. Es sólo un ejemplo, pero hay muchos otros igualmente a mano.

Mientras esto sucedía, nuestro pueblo actuaba con asombrosa paciencia. Se aguantó el gobierno de Abel Pacheco, que entregó las cuentas del estado con saldos buenos a base de no hacer casi nada. Y después, se ilusionó con la posibilidad de que la primera mujer presidente cambiara para bien el rumbo. Ella era joven, bien preparada, daba la sospecha de querer desmarcarse de esos viejos líderes (Óscar Arias, sobre todo) que habían escorado el barco del estado hacia la derecha, encallándolo… ¡y fue un fiasco! Torpeza y corrupción, promesas y decepciones, de todo se acumuló durante su mandato.

Entonces se desbordó el descontento. Fue en el 2014. El Frente Amplio, un partido de izquierda diminuto como todos los de su tipo, se vio de repente invadido de votantes. Y en vez de uno o dos diputados, tuvo de golpe y porrazo nueve. Y no tenía la menor idea de cómo actuar en plan de partido grande, con grandes responsabilidades ante el pueblo.

Con todo, la inundación de votos que ahogó al Frente Amplio no fue lo más importante que provocó esa marejada de descontento: fue la elección del PAC. Ese era, desde varias elecciones atrás, el destinatario de la disensión, ahí se vertía el desencanto que provocaban los dos viejos mercaderes, ahora llamados con sorna “PLUSC”.

En consecuencia, el panorama del PLUSC en la presente campaña no era fácil. Para nada. Debía empezarse por eliminar dos grandes obstáculos, dos amenazas complicadas:
Primera, la posibilidad de que el PAC se mantuviera en el poder. El gobierno había venido haciendo una labor respetable, con sus altas y sus bajas, con sus improvisaciones –explicables para un partido que debuta en el poder-, pero en general con un buen desempeño en el campo social y también con una imagen que se mantenía bastante limpia.

Segunda, la posibilidad de que el descontento ahora se desbordara hacia una opción populista. ¡Y esa opción surgió y creció! Y su líder, el abogado Juan Diego Castro, tenía verbo y enjundia y tenía también argumentos. Si usaba con habilidad y astucia el arsenal a su disposición, podía en efecto convertirse en un peligro real para el PLUSC.

¿Cómo hacer, entonces, para aniquilar al PAC? Y al mismo tiempo, ¿cómo hacer para detener al populista y anularle su verborrea?

Había que aprovechar cualquier elemento coyuntural. Cualquier descuido táctico cometido por el contrincante, como bien saben los ajedrecistas y los boxeadores. La combinación tenía que ser completa y clásica. Lo que cualquier peleador de ring sabe: un jab, un cruzado y un gancho, seguido de otro cruzado en caso necesario. Es la fórmula mejor conocida para el nocaut.
El jab iría directo al PAC, el cruzado al populista.

Luis Guillermo paseaba mucho… pero ese no era motivo suficiente. El déficit fiscal crecía, pero ya venía grande desde antes… no se avanzaba en la creación de empleo, pero sí había logros en salud… en fin, ¡no había por donde darle duro al PAC!

¡Y de repente surge la oportunidad: hay un enredo con un cemento chino!

Había pasado casi inadvertido en las primeras informaciones, pero era cuestión de alborotar por todos los medios el panal. Y se armó, como todos sabemos, la de San Quintín y medio gobierno salió pringado y gente importante fue a dar a la cárcel. Se le catalogó como el escándalo de corrupción más grande en la historia del país.

El cementazo es corrupción, claro que sí. Pero a lo largo de nuestra historia ha habido escándalos peores, asociados a hechos que le hicieron mucho más daño al país y que no resonaron tanto. Aquí, en principio, se trataba de algo que podría hasta haber sido bueno: romper un duopolio de la producción y venta de cemento que encarece indebidamente la obra pública y privada.

No voy a ahondar sobre el cementazo; han corrido ríos de tinta al respecto. Pero sí reitero su carácter boxístico: fue un jab al mentón, que mandó a la lona al PAC.

Entre tanto, el populismo crecía. Corrían los meses de octubre, noviembre… y Juan Diego Castro se disparaba en las encuestas. “La Nación” arremetía contra él, pero Teletica le hacía honor a la relación laboral que han tenido durante muchos años. Otros medios no atinaban qué hacer… y de pronto, ¡zas!, un fallo de la CIDH le ordena A TODOS SUS ESTADOS MIEMBROS (no sólo a nuestro país) que suscriben su competencia contenciosa, que reconozcan todos los derechos existentes en la legislación a las parejas del mismo sexo, incluyendo el polémico derecho al matrimonio.

Esos derechos ya están vigentes en otros estados latinoamericanos más avanzados socialmente: Colombia, Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, México… pero en la mojigata Costa Rica el tema es un tizón al rojo vivo.
¡Ojo, aquí está el golpe cruzado que se necesitaba para tumbar al populista!

Es una carambola curiosa, pero cuando los medios conservadores afines al PLUSC exacerban la reacción contra el fallo de la CIDH, don Juan Diego se va al suelo porque otro populista, el salmista evangélico Fabricio Alvarado, empieza un ascenso increíble, en todo sentido imposible de prever.
Le ha caído en las manos el billete premiado del gordo de la lotería, y él puede decir que “la familia” costarricense está en riesgo por culpa del demoníaco fallo de la CIDH, y que “sólo nosotros” (vale decir los extremistas evangélicos) “podemos salvarla” de esa asechanza de Satán.

Por supuesto que la familia costarricense tiene mucho, muchísimo, tiempo de estar amenazada por múltiples problemas: machismo, violencia doméstica, presión económica, adicción a las drogas (Internet entre ellas), excesivo tiempo de los padres fuera de la casa (entre el trabajo y las presas), y tantos factores más entre los cuales no se cuenta por supuesto el hecho de que ahora las personas del sector LGTB puedan legalizar su estatus.

¡En todo caso la razón qué importa! ¡Es momento de manipular las emociones, de exacerbar los tabúes, de aprovechar las dobles morales! ¡El el momento añorado por Fabricio y los suyos!

Rodolfo Piza del PUSC y Antonio Álvarez del PLN se han de haber percatado de inmediato: Juan Diego Castro –tan amenazante para ellos en tantos aspectos- se fue al suelo, a cambio del ascenso de un político extrañísimo, inédito, atípico. No tiene equipo, no tiene plan de gobierno, su esposa habla “en lenguas” con el Espíritu Santo… su jerarca en la iglesia es un tal Rony Chaves, de pésima reputación como estafador.

¡Y deciden que vale la pena ese cruzado a la mandíbula de don Juan Diego! ¡Y se lo lanzan entre ambos y lo tumban!

Vale la pena la movida, habrán pensado en el PLUSC, porque al inusitado Fabricio será fácil vencerlo en la segunda ronda. Entusiasmados, Álvarez y Piza reeditan la vieja rivalidad. Los mercaderes de nuevo se gritan de acera a acera y Piza le saca un enjuague bucal al otro… y todo se hace evidente: ¡están luchando por ser el que pase a la segunda ronda!

Todo iba bien, y la dupla de la derecha estaba feliz: el PAC noqueado con un jab contundente; Juan Diego, el hablantín, en la lona tras un cruzado, estrambótico pero efectivo al fin.

Los números de las encuestas funcionaban: Fabricio Alvarado de primero –pero eso no importaba…- los viejos mercaderes del PLUSC disputándose el segundo lugar, Juan Diego relegado al cuarto puesto… ¡y el PAC con el 5% en la intención de voto!

Entonces sucedió lo que nadie pudo prever: una buena parte del país, la de mayor cultura política y más alto nivel educativo, la que en alguna medida se podía hasta entonces dar el lujo de alzar los hombros cuando le hablaban de las elecciones –hartos, con justa razón-, esa parte de nuestra sociedad se percató a su vez de que había un peligro gigantesco que se cernía sobre la nación.

Y medio a lo remolón, muchos sin decir nada, sin ponerse camisetas de ningún color en particular… vinieron a votar ayer. ¡Y hoy tenemos la inmensa sorpresa: el PAC se levantó del suelo! ¡Se levantó antes del conteo hasta diez!

Yo en alguna publicación en este muro lo anticipé: Alvarado contra Alvarado en la segunda ronda. Fue hace un par de semanas como mucho. Todo ha sucedido con extraordinaria rapidez. Ha sido, de verdad, una historia de infarto.
Pero Costa Rica ha demostrado cuánto tiene, cuánto vale, cuánto puede.

¡Y cuánto debe! Sí, la verdadera deuda interna que tenemos no es con los bancos o inversores. ¡Nuestra verdadera deuda es con ese medio millón de personas que votó por Fabricio!
Ellos están desesperados. Ese país que giró a la derecha cuando se vino la oleada neoliberal y que lo hizo bajo la batuta del PLUSC, los ha castigado a ellos más de lo que uno, desde la burbuja en la que vive, puede imaginarse.

¡Y tienen todo el derecho a reclamar! Más aún: tienen todo el derecho a considerar, desde su lógica y con sus recursos para analizar la realidad, que la mejor opción para gobernar este país es un cantante de salmos. Y tienen derecho a argumentarlo con toda potencia, y a que los oigamos, y a que los tratemos de entender y encontremos los puntos de contacto con los cuales sea posible construir ese consenso que al país tanto le urge, y desde una nueva época de nuestra realidad política, con el PLUSC en el baúl de los recuerdos.

Para eso va a servir esta segunda ronda.

Del lado de Fabricio estarán ahora los dos viejos mercaderes, porque él es la escotilla que se les abre a última hora, y por la que querrán salir a respirar, otorgándole al evangélico ultra conservador un equipo de gobierno a cambio de poderlo controlar.

Del otro lado, lo digo con pocas palabras, nos ubicamos todos los que estamos convencidos de que lo anterior será, por donde se le mire, un desastre.

El combate sigue. Es una pelea honorable. Crucial. Una lucha cerrada, por nuestro querido país.

Licenciado en informática y computación, escritor y ganador de varios premios nacionales de literatura.

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Roberto Dobles

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