Las vacas

Gabriela Vargas Vargas

Gabriela Vargas

Hace algunos meses mientras viajaba en el carro con mi hija camino a la guardería, me preguntó -¿mamá, dónde están las vacas? Usualmente, veíamos una gran cantidad de vacas pastando tranquilamente en las fincas a ambos lados del camino, pero ese día no aparecía ninguna.

Esa semana, cada día, observé a mi hija asomarse en la ventana en búsqueda de los animales, pero no los encontró. A la semana siguiente, una noche cuando nos preparábamos para cenar, me preguntó -¿de dónde viene la carne que comemos? Y yo, estúpidamente, le respondí: -De las vacas.

Tres días después, de nuevo al momento de cenar llegó el balde de agua fría. –No comeré más carne de vaca. Ante mi pregunta de por qué me decía eso, argumentó dos razones muy sencillas: -Mamá, si nos comemos las vacas ¿quién va a producir la lechita que tomamos y el quesito de las mañanas? Vea, todo eso tiene muchas vitaminas, pero si nos comemos las vacas ya no hay ni leche, ni queso, ni vacas.

Y como si eso no hubiese sido suficiente, añadió: -La caca de las vacas contamina mucho, vea, se ocupan muchas vacas para darle comidita a la gente, entonces hay muchas caquillas por todo lado y eso ensucia mucho. Vamos a tener un planeta todo sucio.

Y frente a esas palabras, lo cierto es que, como popularmente decimos, “me dejó callada”. La familia y las amigas se han reído montones cuando les cuento el evento, pero ella sigue firme en su deseo de no comer carne.

Pero, pasado el asombro inicial y para ser honesta, creo que, a sus 5 años, tiene mucha razón.

El sector pecuario, la amenaza ambiental y la exclusión social

Estimaciones de la FAO (2006)(1) indican que al menos el 18% de los gases de efecto invernadero son responsabilidad del sector pecuario (un porcentaje mucho más alto que el sector transporte), además utiliza el 8% del total mundial del agua apta para el consumo humano y ocupa el 26% de la superficie terrestre, con las graves consecuencias como la erosión y la deforestación.

Por otra parte:

el ganado constituye un 20% del total de la biomasa animal terrestre, y la superficie que ocupa hoy en día antes era hábitat de especies silvestres. En 306 de las 825 ecorregiones clasificadas por el Fondo Mundial para la Naturaleza, el ganado se considera una «amenaza actualmente», a la vez que 23 de las 35 «zonas mundiales de gran concentración de la biodiversidad» de la lista de Conservation International -caracterizadas por una grave pérdida de hábitats- resienten los efectos de la producción pecuaria.” (FAO, 2006)

Al pensar en esto, lo que dijo mi pequeña tiene mucho sentido, y hoy leyendo a Martín Caparrós (2016)(2) su infantil pero fuerte voz, resuena en mi cabeza con total claridad.

El consumo de carne es una forma tan clara de concentración de la riqueza. La carne acapara recursos que se podrían repartir: se necesitan cuatro calorías vegetales para producir una caloría de pollo; seis, para producir una de cerdo; diez calorías vegetales para producir una caloría de vaca o de cordero. Lo mismo pasa con el agua: se necesitan 1.500 litros para producir un kilo de maíz, 15.000 para un kilo de vaca. O sea: cuando alguien come carne se apropia de recursos que, repartidos, alcanzarían para cinco, ocho, diez personas. Comer carne es establecer una desigualdad bien bruta: yo soy el que puede tragarse los recursos que ustedes necesitan. La carne es estandarte y es proclama: que solo podemos usar así el planeta si hay otros –miles de millones– que se resignan a usarlo mucho menos. Si todos quieren usarlo igual no puede funcionar: la exclusión es condición necesaria –y nunca suficiente–.” (Caparrós, 2016, p.12)

Y esto que señala Caparrós (2006) es parte de la realidad costarricense. Semanas atrás un medio de comunicación daba cuenta de los niños y niñas indígenas que mueren en Talamanca por falta de alimentos, mientras que organizaciones como Rutas de Esperanza denuncian la existencia de cientos de familias, la mayoría con jefatura femenina, que sobreviven con una o dos comidas al día, en el país más feliz del mundo; comidas, cabe rescatar, ausentes de proteína animal pero ricas en harina.

Casi 400 mil personas viven en pobreza extrema en Costa Rica según el INEC(3), es decir, personas cuyos ingresos no alcanzan para cubrir sus necesidades básicas. De estas, al menos una tercera parte están en condición de inseguridad alimentaria grave, o lo que es lo mismo, en condición de hambre.

¿Y qué tiene que ver esto con las vacas?

El problema es que, no se trata de eliminar el sector pecuario y que todos y todas nos volvamos vegetarianos (aunque el planeta nos lo agradecería enormemente), sino de revisar la forma actual de producción de alimentos y el acceso a ellos.

Pienso, que es fantástico que una familia en zona rural tenga dos o tres vacas en su parcela para sacar la leche, el queso y otros derivados que consumen, incluso, el Estado debería apoyarles con tecnología para que tuviesen biodigestores donde procesar el estiércol contaminante del ganado y producir electricidad a partir de ello. Pero ciertamente, el problema no son las 2 o 3 vacas de una familia rural.

Hay que pensar en las enormes extensiones de tierra dedicadas al ganado ¿es tan fantástico que alguien concentre tal cantidad de tierra y utilice tantos litros de agua potable para la producción de carne que tan sólo una parte de la población podrá adquirir, sobre todo cuando pensamos que hay comunidades que no tienen acceso a agua potable, ni a tierra para vivir? Claramente para mi hija no, y en las últimas semanas, cuando termino una investigación sobre hambre en Costa Rica, me doy cuenta que tampoco tiene sentido para mí.

Supongo que, una no imagina el nivel de conciencia que puede tener un niño o una niña. Pero agradezco a la Vida por mostrármelo a través de mi hija. Y bueno, comenzamos esta etapa de la vida donde ninguna de las dos comeremos carne, y cuando me pregunte ¿por qué lo estoy haciendo, podré responderle que tenía razón y será un gran ejemplo para hablarle de sororidad.

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1. FAO. (2006). Las repercusiones del ganado en el medio ambiente. Recuperado de: http://www.fao.org/ag/esp/revista/0612sp1.htm
2. Caparrós, M. (2016). El hambre: un problema ajeno. En Rincón, M y Grieco, F. (Ed). Ni pan ni circo. Historias de Hambre en América Latina. Buenos Aires, Argentina: Friedrich-Ebert-Stiftung.
3. INEC (2015). Principales características de los hogares y de las personas por nivel de pobreza según región de planificación. [Cuadro en excel]. San José, Costa Rica: Instituto Nacional de Estadística y Censos.

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