Las islas Malvinas, un viaje al paraíso de los pingüinos

Por Benedikt von Imhoff (dpa)

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Pingüinos en la nieve, en Bahía Yorke. Foto: Benedikt von Imhoff/dpa

El guía turístico Tony Smith nos traslada con su jeep hasta la bahía de Yorke, ubicada a solo unos kilómetros de Puerto Argentino/Stanley, la capital de las islas Malvinas, para observar de cerca a los pingüinos en su hábitat natural.

A orillas de las aguas poco profundas retozan centenares de aves marinas blancas y negras. Entre las dunas de arena y nieve su aspecto parece aún más cómico.

De pronto, el guía señala hacia el oleaje. «Un lobo marino. Va a la caza de pingüinos», exclama.

Acto seguido, los pingüinos comienzan a desplazarse rápidamente tratando de evitar al depredador. Pero entonces sucede: el lobo marino atrapa a uno de ellos y desencadena un espectáculo sangriento.

Un paraíso natural

Las islas del fin del mundo -llamadas Falkland por el Reino Unido- se encuentran a varios cientos de kilómetros de la costa argentina en el Atlántico Sur y son un paraíso para los observadores de la fauna y la flora.

«Es impresionante: lo tenemos todo casi en la puerta de casa», señala entusiasmada Anne, que se trasladó desde el Reino Unido por motivos de trabajo y, como todo el mundo aquí, se presenta solo por su nombre de pila.

«El otro día, durante un picnic, vimos pingüinos rey y unos días después vimos orcas», agrega la británica, que cuenta que también hay numerosas especies de aves, como el albatros de ceja negra, cuyas alas se extienden hasta 2,50 metros.

A diferencia de los aproximadamente 3.400 habitantes de las islas Malvinas que en muchos casos solo tienen que viajar unos pocos kilómetros a través de la carretera de grava para estar en medio de los animales, el viaje para los ornitólogos y amantes de la naturaleza es mucho más complejo.

Entretanto, han vuelto a operar los cruceros a las islas tras una pausa de dos años debido a la pandemia de coronavirus. Antes de la pandemia, decenas de miles de personas solían llegar de esta manera cada año al territorio británico de ultramar. Los turistas son trasladados en pequeñas embarcaciones hasta las colonias de pingüinos rey en Volunteer Point, en el extremo noreste del archipiélago.

Tras un paseo por la capital, que puede incluir una pausa en el Waterfront Café o la compra de una camiseta con motivos de pingüinos en la tienda de recuerdos, regresan al buque para seguir viaje.

Las Malvinas, un lugar turísitico caro

Quien sin embargo quiera pasar más tiempo en las islas y adentrarse en la naturaleza, no solo necesita más días, sino también mucho dinero. Las Malvinas son un lugar caro.

En el campamento, como llaman los malvinenses a todo lo que está fuera de Puerto Argentino/Stanley, el alojamiento suele costar menos que en la capital de la isla. Pero llegar hasta allí es aún más difícil, ya que no hay transporte público y la única opción es alquilar un coche o contratar a un conductor. Las distancias son demasiado lejanas para caminar.

«Los turistas siempre se sorprenden y piensan que las islas son mucho más pequeñas», dice Tony riendo.

Un vistazo al mapa es engañoso. De hecho, las Malvinas tienen la mitad del tamaño de Gales, como explica el guía a sus clientes británicos, mientras que a los turistas alemanes les cuenta que tienen más de cuatro veces el tamaño del estado federado de Sarre.

Vuelo desde Chile o desde la base aérea británica

Si se opta por una permanencia más prolongada en las islas, hay que viajar en avión. Desde julio, la aerolínea sudamericana Latam vuela una vez por semana desde la capital chilena, Santiago, con escala en las islas Malvinas.

En tanto, muchos británicos e isleños que visitan a sus familiares en el Reino Unido utilizan una conexión más directa, un vuelo que sale dos veces por semana desde la base aérea británica de Brize Norton, cerca de Oxford (travel@falklands.gov.fk). Tras unas seis horas de viaje, el Airbus A330 se detiene en Cabo Verde, frente a la costa de África occidental, para repostar y cambiar de personal.

Según el horario de vuelo, los viajeros pueden hacer tránsito en el aeropuerto. «Por favor, no consuman alcohol», advierte varias veces la tripulación.

A bordo siempre hay soldados británicos que están de servicio en las islas Malvinas durante varios meses, y al parecer ya se registraron varios incidentes con los efectivos en otros vuelos.

Desde Cabo Verde hay otras diez horas de vuelo sobre el Atlántico hasta las Malvinas. El vuelo, que es operado por la compañía Air Tanker, también está abierto a los civiles.

«Puente aéreo», es como llaman a la conexión en las islas Malvinas. «Antes estábamos muy aislados», señala el vendedor de coches Simon en la capital malvinense. Añade que gracias al «puente aéreo», la población ya no depende de los viajes largos en barco.

Cuando la guerra llegó a las islas

El sol de invierno brilla con fuerza sobre la blanca nieve durante el paseo por un paisaje pintoresco a través de la isla principal de las Malvinas orientales, desde Stanley hasta el pueblo de Goose Green.

El tema aquí no es la naturaleza imponente, sino la historia. En las islas Malvinas, el recuerdo de la guerra contra Argentina hace 40 años es omnipresente.

Las islas fueron ocupadas en 1833 por los británicos y desde entonces permanecen bajo administración de Londres, pese al reclamo de soberanía de la Argentina.

Tras la falta de avances a través de negociaciones, la entonces gobernante dictadura militar argentina lanzó el 2 de abril de 1982 un operativo para recuperar las islas que derivó en un conflicto bélico: las tropas argentinas ocuparon el territorio, los pocos soldados británicos tuvieron que rendirse.

A 12.500 kilómetros de distancia, en Londres, la entonces primera ministra Margaret Thatcher envió fuerzas británicas para recuperar las islas. La guerra terminó poco más de dos meses después con la rendición argentina. El conflicto bélico costó la vida de 255 soldados británicos y 649 argentinos, así como tres civiles.

El conflicto continúa y mantiene a la gente ocupada

La guerra dejó su huella en las islas, cuyos habitantes declararon casi por unanimidad su lealtad al Reino Unido en un referéndum en 2013. Desde entonces, unos mil soldados británicos están permanentemente estacionados allí y se reforzó fuertemente la defensa de esos territorios.

En casi todas las conversaciones sale a relucir el conflicto todavía vigente con Argentina. «No queremos ser argentinos», asevera Michael, que representa a muchos de los isleños. Por su parte, el Gobierno de Buenos Aires no ha renunciado a sus pretensiones y continúa con sus reclamos.

Si quiere entender la guerra de las Malvinas, el poblado de Pradera del Ganso (Goose Green) es un buen lugar para empezar. El asentamiento, situado en medio de amplios campos con ovejas en el istmo de Darwin, en la isla Soledad, solo cuenta con unas pocas decenas de habitantes. Su recaptura fue el primer éxito simbólico para la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF).

En el salón comunitario de Pradera del Ganso, las tropas argentinas mantuvieron cautivos a más de cien malvinenses durante varias semanas. El pequeño museo describe la época con todo detalle. Se puede conseguir la llave en la cafetería cercana. Asimismo se instaló un monumento conmemorativo en el salón comunitario, que aún se usa en la actualidad.

Los días de invierno son cortos en las islas Malvinas. Pero aún así, hay que tomarse el tiempo para hacer un pequeño desvío hacia el cementerio de guerra argentino donde yacen numerosas decenas de soldados muertos. De las cruces junto a las tumbas cuelgan flores de plástico y rosarios cubiertos de escarcha. La vista se extiende a lo largo del campo. Por su parte, Tony destaca que es importante que los argentinos también tengan un lugar de recuerdo aquí.

La mejor época para viajar a las islas Malvinas es entre octubre y marzo (www.falklandislands.com).

dpa

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