Septiembre 17, 2025
James E. Jennings
ATLANTA, Estados Unidos – En una medida largamente esperada, la Asamblea General de la ONU votó por 142 votos a favor y 10 en contra la aprobación de un plan denominado «Declaración de Nueva York», que espera revivir la solución de los dos Estados para la independencia palestina, muerta desde hace mucho tiempo.
Muchos observadores pueden considerarla una iniciativa bienvenida para poner fin al proyecto colonial de Israel en Palestina, que dura ya un siglo. La declaración fue propuesta por Francia, Arabia Saudí, el Reino Unido, Canadá y un grupo de otros países como forma de establecer un Estado palestino en la ribera occidental del río Jordán.
Pero se trata de un cruel engaño.
El año pasado, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) exigió a Israel que pusiera fin a sus llamadas «operaciones de seguridad» en Gaza antes de que finalizara el mes de septiembre de 2025. Israel ha ignorado el plazo y no tiene intención de cumplirlo.
Es poco probable que se produzca algo parecido a la paz en Palestina, independientemente del abrumador voto de la Asamblea General de la ONU. ¿Por qué? Porque crear un Estado virtual en Palestina no es un Estado real y, por lo tanto, no resuelve el problema.
Los astutos líderes de este grupo de países, la mayoría de ellos aparentemente sinceros, han encontrado una forma —a falta de un plan realista para frenar a Israel— de simplemente posponer la paz. Pero eso no significa que vaya a suceder.
Puede que esté diseñado para atenuar el sufrimiento palestino y limitar la negación interminable de los derechos humanos y políticos por parte de Israel, pero no puede tener éxito prolongando el «proceso de paz», que ya lleva décadas y ha fracasado estrepitosamente.
El llamado proceso de Oslo duró 30 años y la paz está ahora más lejos que nunca. (Ese proceso, entre Israel y la Organización de la Liberación Palestina, tuvo su fase principal en los años 90 y logró acuerdos y negociaciones de paz, pactados buena parte en secreto, que dieron pie al establecimiento de un gobierno autónomo palestino. Pero se acabó en el año 2000).
O hay paz, o no la hay. No puede ser un proceso. Aunque las negociaciones de paz después de la guerra a veces son largas y tediosas, si las intenciones son sinceras, solo se tarda unos minutos en definir y esbozar un acuerdo. Cualquier acuerdo significativo, ya sea entre individuos o naciones, requiere una declaración clara de los objetivos y el cumplimiento de los principios de igualdad y justicia.
Sin embargo, a pesar de las frecuentes declaraciones del secretario general de la ONU, António Guterres, de que la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania es ilegal según el derecho internacional y debe cesar, y que bombardear a civiles es ilegal y debe cesar, la coalición de naciones que ahora opera como «La Declaración de Nueva York» no está afrontando honestamente esas normas.
Ninguna de las grandes naciones que participan en esta última iniciativa está pidiendo a Israel que se retire de Gaza y Cisjordania, y mucho menos que detenga inmediatamente el genocidio. ¿Por qué no?
La intención de esta maniobra diplomática liderada por Francia, el Reino Unido, Canadá y otros países es evitar estas demandas apremiantes, no implementarlas.
Más bien, si la votación de la ONU logra que Israel detenga temporalmente el bombardeo de los desventurados civiles de Gaza, el mundo puede esperar un gran alboroto sobre un «proceso de paz» para Palestina que puede durar años, pero que en realidad dejará de lado las demandas de principio de la resolución de la Asamblea General del 12 de septiembre.
De hecho, ese puede ser el objetivo de esta iniciativa, por muy sinceros que sean el presidente francés Emmanuel Macron y los demás.
La amenaza del primer ministro británico Keir Starmer de reconocer un Estado palestino en septiembre es hueca y va en la misma dirección: distraer la atención de las exigencias de la Asamblea General de la ONU firmando un «proceso» que nunca terminará.
Es fácil suponer que, como Lucy en la tira cómica Peanuts, retirará el balón en el último momento, dejando a Palestina como a Charley Brown tirado en el suelo.
Crear un Estado virtual, no real, es hacerle el juego al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Las naciones clave que lideran el acuerdo no han calificado las acciones de Israel en Gaza como genocidio, como deberían, ni han pedido el cese inmediato de los asesinatos y el hambre.
Tampoco los tres principales proveedores militares -Alemania, Reino Unido y Francia- han dejado de enviar armas y componentes de apoyo técnico militar a Israel.
¿Y para qué? No para promover la justicia o incluso la humanidad, y mucho menos los derechos políticos de los palestinos, sino para guiar suavemente a la comunidad internacional hacia el respaldo del genocidio de Israel en Gaza y su control militar de todo Medio Oriente.
Imaginan que los países de Medio Oriente, liderados por el sanguinario príncipe heredero de Arabia Saudí, Muhammad bin Salman, alias MBS, acabarán permitiendo a las potencias occidentales confirmar la hegemonía militar de Israel en Gaza y Cisjordania.
La visión respaldada por estos países líderes no exige a Israel que rinda cuentas por su genocidio en Gaza ni por su toma de control de facto de Cisjordania.
Si se lleva a cabo, el pueblo palestino se convertirá simplemente en «leñadores y aguadores», en palabras bíblicas, bajo el triunfante paraguas militar de Israel sobre la región de Medio Oriente.
Arabia Saudí y los Estados del Golfo tendrán libertad para ganar dinero, y Estados Unidos pagará la reconstrucción de Gaza. El mundo puede esperar un gran alboroto sobre el «proceso de paz» en los próximos meses, que dejará de lado las exigencias de principio de las resoluciones de la Asamblea General.
Lo que sucederá con el pueblo de Gaza queda fuera de los cálculos. Estén alerta. Presten atención. Se trata de un cruel engaño.
James E. Jennings, doctor en Filosofía, es presidente de Conscience International (Conciencia Internacional) , una organización de ayuda en las guerras en Líbano, Siria, Iraq, Palestina, Sudán, Gaza y otros territorios desde 1991. Profesor de historia y otras materias en diversas universidades estadounidenses, también es director del programa US Academics for Peace (Académicos Estadounidenses por la Paz).
T: MF / ED: EG