Las causas de la irresponsabilidad cívica en España

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

La reciente carta de los abuelos a sus nietos pidiendo responsabilidad ante el coronavirus, más allá de la ternura que provoca, supone una clara muestra de otra ruptura cada vez más evidente: la ruptura generacional. Sin embargo, este no es sino un trazo más del cuadro general que compone la crisis de la sociedad española. Algo que, por cierto, invita a recordar que para realizar un buen análisis de coyuntura no sólo es necesario observar las gruesas tendencias estructurales, sino que también hay que saber interpretar las señales de la calle.

Los expertos en comunicación repiten estos últimos días que el mensaje sobre la necesidad de una conducta responsable ante el aumento de focos de contagio, simplemente no está llegando a los jóvenes. Y me parece bien el esfuerzo que se está haciendo para modular mejor el mensaje para esos grupos de edades. Pero creo que el problema es más complejo y que las causas de la irresponsabilidad cívica refieren a un contexto más amplio.

En ese sentido, creo que la respuesta sociopolítica que da el exdirector del CIS, Fernando Vallespín, a su pregunta sobre por qué hay tanta irresponsabilidad cívica, nos indica mejor el camino a explorar. Primero ensaya una respuesta tentativa: “Quizá porque las democracias han tendido a fijarse exclusivamente en los derechos de los ciudadanos, no en los deberes cívicos. No hay político que no haga la pelota a la gente, que no le diga lo que quiere oír. Como el Zelig de Woody Allen, se mimetizan con lo que creen que son los deseos de los electores. Y esto es lo que explica el fracaso de los líderes populistas a lo largo de esta crisis”. Pero luego, Vallespín ensaya una respuesta más firme: “Entre las enseñanzas de la covid, hay dos que me parecen cruciales. Una es la importancia del liderazgo, el saber transmitir a los ciudadanos cuál es el interés general y conseguir su complicidad. Y otra, la propia cultura cívica que favorece el establecimiento de esa cooperación que proporciona la adecuada combinación de derechos y obligaciones ciudadanas, donde, por ejemplo, la salvaguarda de la libertad de los unos no se confronta al deber de preservar la seguridad sanitaria de los otros”. (El País, 11/07/20).

Pese a esa respuesta más amplia, creo que Vallespín se queda corto. Porque no conecta esa irresponsabilidad cívica al resto de la cultura política que se manifiesta hoy en España. En esa dirección, resulta útil el último libro de Fernando Jauregui, cuyo título ya es ilustrativo: “La Ruptura”. El veterano periodista capta las dinámicas que se están rompiendo y las subraya: ruptura en la forma de gobernar, ruptura en el seno de la Corona, ruptura en la perspectiva socialdemócrata. Se formó un gobierno que nos aseguraron que nunca sería, con un partido populista; se ha roto la continuidad y la relación entre el Rey saliente y el entrante; y se ha roto la perspectiva de la socialdemocracia en España, con lo que llama “el fusilamiento de Rubalcaba”.

Fernando Jauregui afirma que se nos están rompiendo tantas cosas, que hay que ver si somos capaces de parar este chorro de rupturas. MI juicio es que no pone suficiente énfasis en lo que ata este conjunto de rupturas, que es, a mi juicio, la transformación sociológica de la propia sociedad española; algo que se conecta con el tema de la irresponsabilidad cívica que menciona el otro Fernando (Vallespín).

Hay que darle la importancia que tiene el hecho de que actualmente la mayoría de la población en España no había nacido o era bebé cuando se produjo la transición. Y hay que preguntarse si esta nueva mayoría sociológica mantiene la cultura política que engendró el acceso a la democracia. Y no hace falta ser Weber para saber que la respuesta es enteramente negativa. No, la cultura política de la transición ya no es mayoritaria en la sociedad española. Entre otras razones, porque las generaciones que la vivieron no han sabido transmitirla a las generaciones siguientes. En España hemos creído que la transición calificada de modélica ya había superado los atavismos propios de la cultura política tradicional. Y lo que ha sucedido es una suerte de ensalzamiento del yuppismo (época de Aznar) que sólo ha sido impactado por el revolcón de la crisis económica del 2008, con la subsiguiente transformación del malestar social en la fuga adelante del populismo. Y por esas grietas se ha colado el regreso de los demonios familiares de la política española (cultura de banderías, gregarismo agresivo, tendencia a la crispación, etc.).

Y la llegada de la pandemia ha mostrado la baja calidad de esa cultura cívica y política. En realidad, ha puesto en consonancia los bajos niveles de esos dos elementos que Vallespín menciona como principales: el liderazgo y la cultura cívica. Pero para comprender esta situación hace falta captar una paradoja: las nuevas generaciones (donde la cultura de la transición es minoritaria) son las que han aupado a este gobierno de coalición socialpopulista, al cual ahora (¡sorpresa!) se evidencia que no hacen ni puñetero caso. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no tienen liderazgo alguno respecto de las generaciones que les llevaron al poder. Entonces ¿cómo puede resultar extraño que sea entre estas generaciones donde prolifera la irresponsabilidad cívica, que tanto asusta a muchos y sobre todo a nuestros mayores?

Visto desde el ángulo opuesto: la irresponsabilidad cívica que vemos en las generaciones jóvenes guarda relación con la baja cultura cívica y política que impera en ellas, algo de lo que también somos responsables las generaciones mayores; entre otras razones, porque las que vivimos la transición no supimos darnos cuenta de la necesidad de evitar el desgaste de esa cultura en el tiempo. Y creímos que todo se había resuelto y que ya podíamos hacer lo que nos viniera en gana. Algo que generó corrupción y muchas conductas poco edificantes; lo cual agravó la toma de distancia por parte de las generaciones jóvenes. Quizás el mejor ejemplo de ello sea la destrucción de su enorme legado histórico por el propio Rey emérito. Tampoco es ejemplar la suma de mentiras como forma de gobierno.

La irresponsabilidad cívica refiere a la baja cultura política, pero también a la falta de credibilidad y confianza de unas generaciones jóvenes en las generaciones anteriores que hoy dirigen los destinos del país. Los jóvenes no son los únicos responsables; es el conjunto de la sociedad española y su pobre cultura política quienes también están detrás de esa falta de sentido cívico. A este respecto, Vallespín y Jauregui iluminan la escena, lástima que lo hagan focalizadamente, porque la causa del incivismo reside en las entrañas del conjunto de la sociedad española.

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