Largo y empinado camino para tener un Código de Ética

Luis Fernando Díaz

Luis Fernando Díaz

La preocupación por la ética en el Partido Liberación Nacional ha estado presente desde su fundación; sin embargo, no es sino hasta su más reciente Asamblea Nacional (19-10-15) que el PLN llega a aprobar formalmente un Código de Ética y Disciplina.

Una definición simple de lo que se entiende por ética, nos ayuda a distinguir mejor en qué consiste la aspiración y las condiciones que se le atribuyen. En este contexto se entiende por ética un modelo de conducta partidaria que abarca tanto el comportamiento del adherente como ciudadano común, como sus manifestaciones, decisiones y actos en el ejercicio de cargos dentro del Partido y en el Gobierno.

Utilizar tal definición —o una similar—, facilita no caer en confusiones o discusiones filosóficas, a veces peregrinas, sobre las diferencias entre moral y deontología.

El modelo no es definitivo, pero tampoco se trata de que esta ética sea arbitraria o en el extremo relativista. Lo que sucede es que la práctica política en la democracia es cada vez más exigente. Cada vez más, la sociedad civil espera determinada conducta de sus representantes y sus conductores. Dentro de los fenómenos de cambio propios de un mundo abierto e informado, se conforma y prevalece una sociedad más preocupada y consciente de lo moral.

En los orígenes, la idea de la ética partidaria se identificaba principalmente por su relación con la vida ciudadana y la democracia. Por su nacimiento vinculado con el combate a la corrupción, a la manipulación y el fraude electorales, al tráfico de influencias y a los sistemas de cacicazgo, la vida partidaria se concebía como una prescripción del compromiso, la responsabilidad y la honestidad. José Figueres decía “Nuestra ética demanda solidaridad y altruismo.” (El Hombre Justo, Miami, 1952).

Más adelante, don Pepe reiteraba: “La Democracia es una concepción optimista del ser humano: presupone que el hombre es un ente moral, capaz de educarse, de gobernarse, de vivir en sociedad conservando su dignidad individual, de acatar sus propias leyes y de encauzar su vida hacia lo alto. La Democracia es así una profesión de fe en el hombre común.” (Cartas a un Ciudadano, 1955).

Daniel Oduber justificaba, al mismo tiempo que criticaba fuertemente, las formas de la institucionalidad. Tenía una profunda fe en el Estado de Derecho y en la nueva legislación electoral, en los que distinguía la paternidad así como la responsabilidad del PLN. Y en su discurso defendía, por encima de todo, la urgencia de la educación cívica como materia obligatoria en la educación media y en la universitaria, para que se hiciera responsable de los contenidos asociados con esa amplia idea de la ética ciudadana en democracia. La suya era una ética del compromiso: no hay que rehuir las responsabilidades, hay que fomentar la fe en la institucionalidad; y, dentro de ella, especialmente, debe fortalecerse el sistema de partidos. Todo, incluido el futuro de la democracia política, lo enmarcaba en el respeto a los derechos humanos. (Raíces, passim).

Para Oduber la vida en el partido era esencial. Conocía y criticaba las estructuras electorales, pero entendía mejor que todos, su indispensabilidad. Desaprobaba los cacicazgos, pero sabía que dependía de ellos y aspiraba a mejorarlos mientras los utilizaba. Sobre todo, era claro su menosprecio al oportunismo y a los cálculos personales.

Durante muchos años, el Partido vivió en un medio en que la mejor representación de esa ética, así como la relacionada con la conducta personal de partidarios y dirigentes, se recogía en el Estatuto (hoy está vigente, con numerosas modificaciones, el adoptado en 1994). Muchos compañeros, algunos de ellos hoy ausentes de las filas del Partido, escribieron a lo largo de los años sobre la necesidad de asumir una posición más comprometida, integral, que cubriera los aspectos institucionales y su relación con la vida democrática, tanto como la conducta individual en la cotidianeidad partidaria. Recordamos, entre otros, a Eugenio Rodríguez V., J. M. Corrales, O. Solís, R. Churnside, L. G. Solís.

El punto de inflexión o, por lo menos el hito definitivo en la búsqueda de un manual que perfeccionara el Estatuto, resulta de los acuerdos adoptados en mayo de 2002, en la memorable Asamblea General realizada en el antiguo Salón El Nopal, en Desamparados. Ese fue un momento especial: después de una pérdida inesperada de las elecciones nacionales, las autoridades del Partido se reunieron para realizar un examen de conciencia profundo. Se renovaron los cuadros y, como parte central de la autocrítica, se acordó la redacción de un código de ética a cargo de la Comisión Política Nacional de Restructuración. El nuevo Comité Ejecutivo, encabezado por la Presidenta Ana Gabriela Ross y el Secretario General L.G. Solís, aceptó personalmente el reto. Marielos Sancho asumió en el 2003 la penosa sustitución de Ana Gabriela, incluyendo la publicación del documento.

Pronto se integró una comisión redactora del Código. Ese, que fuera publicado en el 2003 y luego aprobado por el Congreso Nacional Daniel Oduber, en mayo del 2005, ha establecido el “piso” en el que se han cimentado los trabajos ulteriores. En este punto cabe un reconocimiento franco a quienes asumieron las tareas de investigación y preparación del documento que ha venido a cumplir las funciones paradigmáticas en el proceso. Al coordinador y al subcoordinador de la “Subcomisión Redactora”, Alexander Mora Mora y Ángel Edmundo Solano, respectivamente; a todos su miembros, Rodolfo Silva, Rufino Gil Pacheco, Nelson Loaiza S., Jimmy Saturnino Fonseca y, especialmente, a Raquel Rochwerger, quien ha mantenido desde siempre una relación comprometida con el mejoramiento de estos instrumentos así como con el papel y la vigencia del Tribunal de referencia.

En el Congreso Daniel Oduber, la conducción general de los trabajos llevada a cabo por Leonardo Garnier, el compromiso de diversos grupos para la mejora del Estatuto, la presencia de Óscar Nuñez, nuevo Secretario General, hicieron posible la discusión de todas estas temáticas en forma abierta. Nuñez, precisamente, menciona en su discurso las tareas realizadas por Alexander Mora y su equipo, Leonardo y la Secretaría de Planes y Programas y también al grupo La Isla “por su compromiso” y su vocación orientada “a reflexionar sobre la vida partidaria”.

Hoy, la ética en el Partido es una ética de la naturaleza de la participación política, congruente con los derechos electorales, pero políticamente más ambiciosa. De los políticos, de los ciudadanos en el partido propio, de los jerarcas oficiales, designados y electos, de todos, se espera una conducta enmarcada por la buena fe, la búsqueda del bien común y la honradez. Y de los partidos políticos democráticos, una misión ética, un compromiso de conducir a las sociedades al logro de las más altas finalidades dentro de un marco de valores morales que incluye, en primer lugar, la equidad, la igualdad en derechos y deberes, la libertad, la justicia social, la solidaridad y la paz.

Es en ese marco que se ha venido reiterando insistentemente la necesidad de la aprobación definitiva y la puesta en práctica del Código de Ética y Disciplina. Carlos Revilla ha sido el promotor insistente de un discurso con tales intenciones. En ese apostolado ha contado siempre con la simpatía y el apoyo del grupo La Isla. En ocasión de las tareas para la organización del actual Congreso Nacional (en curso en 2015), el Presidente del Partido, don José María Figueres y junto a él, el responsable de las tareas propias del Congreso, Fernando Berrocal, han escuchado a Revilla y al grupo en cuestión y decidieron, hace aproximadamente unos seis meses, darle a La Isla el cometido de revisar y actualizar el proyecto del Código.

Varias personas hicieron aportes puntuales valiosos, como Alex Solís y las autoridades ya mencionadas. Rachel Rochwerger y Carolina Delgado hicieron aportes integrales por escrito. Las observaciones de todos los liberacionistas han sido tomadas en cuenta en el documento que al final resultó aprobado.

Sin embargo, el peso de la revisión profunda de la redacción así como la renovación de la perspectiva, recayó en el Grupo La Isla. Los miembros de este grupo son: José León Desanti, Manuel Carballo, Carlos Revilla, Rosita Argüello, Patricia Picado, Marietta Ureña, Yayo Vicente, Luis Bernal Montes de Oca, José Manuel Peña, Luis Fernando Acuña, Lina Barrantes, Fernando Soley, Julián Solano, Jorge Urbina, Miguel Rodríguez y quien escribe estas líneas. Todos hemos contribuido en diversas formas y proporciones. Ahora solo puedo sentirme orgulloso y agradecido con el grupo que hizo posible este logro y que no solo facilitaron mis tareas de coordinador, sino que reflejaran lo mejor de cada uno de ellos.

(En el grupo La Isla se distribuyen las tareas de coordinación en razón de la naturaleza e interés de los asuntos bajo discusión. Usualmente el coordinador de debates es don Manuel Carballo, ahora Presidente del Tribunal de Ética y Disciplina del Partido.)

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