Especial para Cambio Político
Misión: Bar Hotel Meena Plaza |
La distante ínsula escogida para el nuevo periplo resultó estar allende las tierras del Moro, quienes entre sus tantas oprobiosas prácticas paganas proscriben el consumo de las deliciosas bebidas con contenido de etilo. Así que en principio, el viaje iba a versar sobre el saciamiento de otros apetitos, dedicando la forzosa abstienecia a alguna noble causa (iba mencionar para guardar la Semana Santa, pero quienes me conocen me desemascararían).
Pero una vez descendido del pájaro de acero y pisado el arenoso suelo del cruel desierto, este Cronista fue informado de la existencia de bares para la atención de los foráneos, por lo que de manera expedita procedió a organizar una improvisada patrulla con voluntarios prestos a sacrificarse.
La primera noche resultó un fracaso total, puesto que la primera fuente de información esencial para la búsqueda del vicio en un país extraño, los taxistas, no funcionó puesto que los mismos eran paquistaníes seguidores del Infiel. Así que el sufrido grupo terminó en un garito que resultó ser la versión local del Hotel del Rey, lo que en principio pareció muy tentador, pero que desembocó en un urgente llamado a retirada total, en vista de la existencia de un ruidoso karaoke, ¡oh plaga universal!
La segunda noche fue igualmente triste y decepcionante, terminando nuestra humanidad en un bailongo de altos vuelos, sin lugar siquiera para sentarse y con los néctares a precio de petrodólar. Pero pasada la ordalía, el Creador pareció apiadarse de su infortunado viajero, quien obtuvo la vital información de que a tres cuadras de su albergue está el acogedor Meena Plaza.
La alicaída patrulla reducida a dos miembros incursiona en el misterioso lugar y comprueba con euforia que el mismo era el bar soñado: nada de pantallas de televisión, ni micrófonos para cantar, y sobre todo nada de turistas. Todos los parroquianos eran auténticos lugareños, lo cual no era difícil de adivinar, dado que todos llevaban algún tipo de trapo amarrado a la cabeza. Eso sí, en las afueras del establecimiento en lugar de camellos, aparcábanse una verdadera exhibición de sedanes alemanes en correspondencia con la frugalidad del país.
El extático Cronista, luego de ordenar su helada botella de líquido fermentado, ve con sorpresa que luego la salonera hindú se acerca a su mesa con dos cuencos. ¿Será posible tanta felicidad? Y le interroga a su interlocutor omaní sobre las costumbres en la materia y éste corrobora: sí, es comida para acompañar las frías. Y mientras la doncella se acercaba la imaginación del Cronista volaba imaginándose las más exóticas viandas árabes. Hasta que la dura realidad se apareción de nuevo, y las tales «bocas» resultaron ser ¡pepinillos y zanahorias crudos!. Dado que es muy desagradable ver a un hombre adulto llorando en un bar, el Cronista tuvo que abstenerse de mostrar sus sentimientos.
Pero el patrullero ad hoc medioriental al final de la velada pidió unas papas a la francesa y se las trajeron. Ya muy tarde para averiguarlo, este Cronista decide perseverar y retorna al día siguiente y pregunta con timidez ¿de casualidad tienen un menucito? Y en efecto, había un menú de «entradas», léase «bocas», sí ¡eureka! Había abierto el sésamo y tenía ante mis ojos innumerables tesoros.
Así que se procedió a iniciar la degustación: la estrella de la cocina local (algo así como el taco de queso de nuestra noble Patrulla) es el shish kebab, que es un pinchito de carne asada a la brasa, con unos condimientos riquísimos, y que puede ser de res, pollo o cordero (de chancho, hubiese pedido algún imprudente). Y como el personal era hindú, también había algunas delicias de aquellas latitudes, con su estrella, el pollito a la tandoori que se hace también a la brasa y tiene un particular color rojizo y el pollo tikka, que es otro pollo asado super jugoso.
Como podrá apreciar el lector, el resto de la estancia estuvo colmada de satisfacciones, y el Meena Plaza, que parecía destinado a encabezar la oprobiosa lista universal de lugares invisitables, más bien se incorpora honrosamente entre nuestro recomendados, nada más se tardan 30 horas para llegar por si alguien quiere.
SEMPER COMPOTATIUM
Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos
LLOREMOS POR SIEMPRE POR LA EXTINTA SAINT FRANCIS
¡LA BIRRA EN VASO SIN HIELO! ¡NI A PICO DE BOTELLA!
Combatiente declarado contra los sports bar
Los aborrecibles Pancho’s, Millenium, Yugo de Oro Cinco Esquinas y el Valle de las Tejas dichosamente de Dios gozan
VALETE ET INEBRIAMINI