La Patrulla de Bares: Refugio de barrio (La Isidreña)

Especial para Cambio Político

SEMPER COMPOTATIUM

Y LLEGO LA PATRULLA DE BARES

Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos

Patrulla de Bares Misión: Bar La Isidreña
Dónde: Zapote, 200 mt oeste colegio Don Bosco (ver mapa)

Bar La Isidreña

Hace algunos años en su incesante andar, la Patrulla había escogido reseñar un pintoresco barcito ubicado al norte del Barrio El Jardín en Zapote, en ese laberinto de calles que la gente toma para huir de las presas que se hacen en las cercanías de la Casa Presidencial. Para efectos de señas a la tica, como las calles de la zona son curvas y guiarse por los puntos cardinales es un poco difícil, el mejor punto de referencia de su ubicación es 200 metros al oeste de la entrada del colegio Salesiano Don Bosco, en la esquina donde justo comienza la calle Tururún (de verdad que así se llama). Pues bien, en aquellos días, cuando la expedición científica ya iba rumbo a su objetivo, recibió una llamada de emergencia del patrullero convocante “el dueño se amarró una juma y están cerrando…”. Ni modo, hubo que cambiar de sede y la reseña se quedó en el tintero durante bastantes años, pero fieles a nuestro lema “Semper compotatium” hoy emitimos la crónica adeudada.

 
Hay otro detalle de “La Isidreña”, en 2002 y 2018 fue víctima de unos cobardes asaltos, el crimen más execrable que puede cometerse, robar un bar, scelere hominun, crimen de lesa humanidad, algo que debería ser castigado con cadena perpetua e inmisericordes torturas como mínimo. Herencia del mal momento, el lugar tiene un sistema de cámaras y portón de entrada eléctrico, para asegurarse de que su noble clientela jamás vuelva a sufrir semejante afrenta. Por lo demás el lugar es más bien pequeño y bastante acogedor, con una decoración abigarrada de alusiones deportivas, saprissistas para ser más exactos y atendido de manera amable por su propietario, el popular Yuba, que no sabemos si era el famoso que se montó en la carreta en nuestra infructuosa visita anterior.

Lo agradable de La Isidreña es su ambiente de barrio, todo el mundo parece conocerse y los forasteros como los patrulleros igualmente son recibidos de manera amigable. El que va saliendo se despide obligatoriamente de todos los parroquianos y el que llega solo no va a tener problema en comenzar alguna tertulia con sus vecinos de barra. También parece que hay dos oleadas de clientes, los que pasan a tomarse una birrita a la salida del trabajo y antes de irse para la casa y luego los noctámbulos que llegan a libar con más detenimiento.

El menú de bocas no es muy extenso y con un sentido muy práctico está pegado en los servilleteros, la variedad no es muy grande pero el perfil comprende parte de lo que se puede esperar en el menú de bocas en un bar vecinal. Si usted pide que recomienden alguna vianda inmediatamente le van a decir “ceviche de la casa”, pero como no había mucho ambiente para mariscos, se degustaron inicialmente unos frijoles tiernos, que dan la opción si los sirven con o sin pellejo, en honor al conteo de triglicéridos obviamente se pidieron con el chanchito y salieron cumplidores. Para seguir con la dieta de nutricionista, se ordenó una costilla de cerdo, que viene bien tostada como debe ser en un bar que se precie, a pesar de eso estaba jugosa, además de que la yuquita que la acompañaba era deliciosa y en una ración generosa. Obviamente hay chifrijo, con el aliciente de que viene sobradamente provisto de chicharrones, aunque se extrañó el aguacatico. Para seguir con las boquitas tradicionales, se pidió un mondongo, nada de esos remedos de sopa, sin verduras, bastante carne y un caldo sabroso. La curiosidad había campeado en la concurrencia y en una de las renovaciones de provisiones se preguntó qué era lo que tenía de especial el ceviche y la respuesta fue un contundente pero enigmático “es el ceviche de Yuba”. Sin ser convencidos, la rigurosa inspección siguió el recorrido por las boquitas tradicionales, se ordenó una carne en salsa, que más bien era una sopa tipo de olla de carne, no era lo que se esperaba, la carne estaba bien de sabor y suave, pero pellejuda. Hablando de sopas-sopas, hay sopa negra, es casi solo caldo y con el defecto que la cargan demasiado de culantro fresco a la hora de servirla, pero igual estaba muy rica. Pero todo se detuvo cuando llegó una empanada de frijoles, aquello resultó un éxtasis, la masa increíblemente deliciosa, tostadita y los frijoles molidos buenísimos, para coronar el placer, de rigor es acompañarla con el chilito de la casa, el cual hay que ponerlo mesuradamente porque estaba bastante bravo. La envidia campeó en la mesa y afortunadamente había dos variedades más de empanadas, de queso y de carne, la de queso con un quesito cremoso y bien derretido y la de carne con carne de res mechada, al fin ganó la de frijoles y mientras tanto todos los comensales terminaron bien ardidos en la boca por no aguantarse el antojo y esperar a que se enfriaran. Pero como en un buen patrullaje resulta mandatorio probar aquello de lo que se vanagloria más la casa, se volvió a preguntar “¿pero qué es lo que tiene de especial el ceviche?” Y la reacción de la salonera fue un silencio sepulcral, algo así como ver al pato Lucas pidiendo aplausos. Al final lo que resultó era que se trataba de un ceviche más grande, por lo demás normalito.

Digna jornada cantinesca, que terminó gloriosamente con las manos bien embarradas con la grasa de las empanadas. Bienaventurados los vecinos de la zona que cuentan con tan acogedora taberna en su comunidad, aunque no exenta de prácticas desagradables, pues periódicamente anuncia la visita de un diabólico karaoke. Afortunadamente tienen página de féisbuc en donde se advierte de la ocurrencia de la barbarie.

Bar La Isidreña

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