Especial para Cambio Político
Misión: Bar Malue |
Llegar a La Malué es fácil, pues está en la calle del comercio de Cartago, frente adonde era el City Garden, en un segundo piso. Los civilizados dirán que queda en la esquina de la avenida 4 con la calle 4, para el tico normal desubicado que viene de San José las señas son: de la parte atrás de las ruinas, subiendo una cuadra a mano izquierda. No se aconseja preguntar señas a los despistados lugareños, so riesgo de terminar en el volcán.
El nombre de La Malué ha sufrido una curiosa evolución, pues anteriormente se llamaba Malued, luego inexplicablemente perdió la “d” y de manera coloquial sus clientes ahora le ponen un artículo delante del nombre. Cosas veredes.
El local se jacta de su antigüedad pues ya lleva 42 años en activo, siendo el primer lugar en vender cerveza cruda en la bucólica antigua capital y además famoso por ser uno de los primeros en satisfacer los estómagos de los cartuchos con los clásicos de la comida basura que son el pollo frito y las hamburguesas. La Patrulla no se podía perdonar el acudir a semejante lugar. Otra de las jactancias de La Malué es la vista desde su mesa esquinera, que abarca un extenso panorama de la urbe cartaginesa y hasta permite ver los atardeceres, aunque en la tormentosa velada en que acudieron los patrulleros, lo único que se vio fueron los tradicionales caños rebalsados y a los pobres cristianos tratando de sortear el agua.. Adentro la apariencia es más de soda a pesar de una extensa barra, que se ve muy poco emocionante y estaba desierta. Y el menú es más propio de un restaurante informal, aunque posee un breve apartado de bocas. Algunos platos más convencionales califican por su precio y tamaño dentro del objeto de estudio patrullero, razón por la cual se incluyeron en la rigurosa degustación.
Se comenzó con la canasta de pollo, el orgullo de la casa. De verdad que amerita su fama, la ración es abundante para su precio y el pollo está bien condimentado y muy jugoso. No corrió igual suerte la orgullosa hamburguesa, a la que bautizaron hamburguesa cartaga; cuando con gran entusiasmo se pidió una descripción, la singracia salonera con total displicencia dijo que la originalidad era que le ponían una tajada de queso, pero es que ni siguiera se preocupó por ponerle emoción al asunto diciendo que era algún queso cartago, así que ante tal desengaño se abandonó la tradicional propensión de algunos patrulleros de probar las hamburguesas como boca. Sí se cayó en la debilidad de pedir un pinito con huevo, que no hay nada más rico para acompañar a una cervecita, se recibió una ración de buen tamaño, excelente presentación y mejor sabor aún. El ceviche es de tiburcio, pero no hay pecado porque estaba muy bien arreglado y además la carne estaba suave y fresca, el tiburón en otros países es muy apreciado como comida, así que mientras no traten de vendérselo a uno como si fuese “curvina”, se vale. El pescado empanizado sí no era carne de escualo, se puede pedir con varias opciones de ensalada, se optó por una ensalada rusa que estaba muy bien y además viene con papas a la francesa de verdad, nada de insípidas importaciones congeladas, bueno, es que estábamos en Cartago. La chalupa de pollo también cosechó altas calificaciones, al pollo lo condimentan con un picantito bien rico y la carne no la sirven tan pulverizada como en algunos otros lugares, también viene acompañada con las papas recién hechas. A la chalupa de carne no le fue nada bien, pues la carne estaba recocida y por lo tanto quemada y muy seca, se salvó por las papas. Aunque ni siquiera aparecía en el menú, se pidió una sopa negra, es pequeña, sabrosa y de caldo de frijoles recalentados, lo cual originó un acalorado debate entre los comensales de cómo era más sabrosa la sopa, si con caldo fresco o recalentado, ganó la primera opción. Las fajitas de carne volvieron a repetir el pecado de venir con la carne muy pasada de fuego, a pesar de eso la carne no se había endurecido y se le pudo apreciar su buen condimento. Los nachos repitieron el pecado de la carne quemada y para peores el queso no vino bien derretido, lo único que llegó bien fueron los frijoles molidos. Hay gordon blue y aparte del sabor a jamón y queso la carne no le agregó mayor méritos al gusto, como en todos los platos hay opción de pedir un acompañamiento de ensalada, se pidió una ensalada verde, que estaba también insípida. El burrito de pollo fue de tamaño generoso y de buen sabor, aunque la tortilla de trigo estaba dura, aquí se pidió la opción de ensalada de caracolitos, la cual estaba muy buena. Y la fructífera sesión se cerró con unas carnitas mixtas, aquí venturosamente la parte de carne de res no llegó quemada, pero hay que reconocer que la ración del pollo le superó en sabor. Aunque el precio de las bocas no es precisamente bajo, ronda los tres mil colones, el tamaño de las raciones lo justifica.
Al rato la hamburguesa cartaga estaba bien buena, aunque de seguro arriesgábamos que la hubiesen traído con la torta quemada. Torta fue la que se jaló la salonera por quitarnos las ganas, como para fajearla. En todo caso, seguiremos monitoreando a La Malué que ofrece convertirse en “uno de los mejores restaurantes gastronómicos” para el año 2016. Sólo tienen que dejar de quemar la carne.
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