La Patrulla de Bares: En la viña del señor

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Patrulla de Bares Misión: Bar La Viña
Dónde: Avenida 7, calle 4, San José (ver mapa)

Rigurosos registros históricos narran que a inicios de la década de 1980 la prensa local reportó una ola de escándalo e indignación porque un grupo de estudiantes de arquitectura presentó sus trabajos universitarios en un bar josefino un sábado a las 3 de la mañana. Pues bien, este Cronista puede decir con orgullo que formó parte de aquel grupo privilegiado, bajo la sabia guía del profesor Edgar Brenes, cuyo nombre se cita para que sea recordado por la posteridad.

La acogedora taberna protagonista del suceso es el La Viña, ubicado en la esquina de la avenida 7 con la calle 4. Nada de señas a la tica, el que quiera ir que se instruya. La zona hace un siglo era uno de los barrios popof de San José y todavía se pueden apreciar algunas pocas casas solariegas que evidencian la solvencia de los propietarios. Además La Viña era muy curiosa, pues de un lado de la calle estaba la cantina y del otro un “salón familiar” que era famoso por la calidad de sus bocas y en uno de cuyos amplios salones los entusiastas estudiantes de arquitectura expusieron sus diseños en medio de canasta de chicharrones, gallos de picadillo de papa y abundantes cervezas, por lo que más de un plano salió manchado de achiote. Este Cronista recuerda de aquellas épocas con especial cariño los frijolitos molidos.

La Viña fácilmente es centenaria aunque no hay certeza del año de su fundación, ni siquiera Hubert Mora, su dueño actual, lo sabe, pero una vieja caja registradora y una galería de viejos envases de ron dan fe de su venerable antigüedad. En los años 90 sobrevivió al burdo intento de un gobernador que se creía Elliot Ness y pretendió cerrarla, digamos también este nombre, Jorge Vargas, pero esta vez para su oprobio per saecula saeculorum. También sobrevivió a que en la cómoda casa que albergó al antiguo salón familiar se abriera aquel infausto negocio de nombre “Tierra Dominicana” que terminó siendo demolido para ver si dispersaban a la maleantera que allí se juntaba, que finalmente al parecer terminó siendo ahuyentada por los piedreros pedigüeños.

El localito de La Viña por fuera es sencillo, pero bien presentado, adentro además de la barra de rigor hay unas pocas mesas y en la parte posterior hay un par de aposentos con más mesas, todo bien iluminado y ventilado. Evidentemente no estamos ante un lugar elegante, pero es limpio, tranquilo y acogedor, un verdadero oasis en la atribulada zona urbana que lo rodea. Como buen bar tradicional, hay un discreto orinal en el puro centro, lo que ahorra congojas en algún caso de urgencia. Mientras se evacúa el llamado de la naturaleza, se puede leer el cuadro en la pared que tiene aquel famoso cuento de sabiduría cantinesca “El camello toma cada tres meses, usted no sea camello, tome todos los días”.

Cápsula culinaria de la Patrulla de Bares

La morcilla es un embutido hecho principalmente a base de sangre cocida (generalmente de cerdo) mezclada con otros ingredientes como arroz, cebolla, grasa, especias y a veces hierbas aromáticas. Se embute en tripas naturales o sintéticas y luego se cuece o ahuma, dependiendo de la tradición local. Es un producto típico en muchas cocinas del mundo, y su preparación varía bastante según el país o la región. Se puede comer asada, frita o cocida, y muchas veces se sirve como parte de un plato más grande o como tapa (boca). Aunque su ingrediente principal (sangre) puede parecer chocante para algunas personas, tiene un sabor intenso y es una fuente rica en hierro. En Costa Rica suele hacerse con arroz, culantro, cebolla y sangre de cerdo, y es común en ferias, comidas típicas o como boca en un bar.

El menú es pequeño, aunque la comida viene en porciones generosas, por lo que un ser humano normal no va a poder pasar de más de una boca. Todas vienen acompañadas de un extraño encurtido de brillantes colores y algo picantito, que por lo menos en el caso de este Cronista antivegetariano fue amablemente rechazado. Definitivamente la reina de las bocas en los gustos patrulleros fue la morcilla, no todos los paladares de esta era del celular se animan a probarla, viene acompañada de una porción de arroz, un patacón, y una tortillita frita (de bolsa) con frijles molidos. Otro de los más festejados, lastimosamente también en vías de extinción en la oferta gastronómica cantinesca, fue el hígado encebollado. Bar tico que se precie por supuesto ofrece chifrijo, acá no se andan con temores judiciales y lo llaman por su nombre, aparte de enorme viene con su buena porción de chicharrón. Otro clásico criollo son los cubaces, servidos como se debe con su buen pellejoechancho y acompañados con tortillitas fritas y una porción de aguacate. El gallo de chorizo en realidad son dos gallos y además de buen tamaño con chorizo bien carnudo. La torta de huevo se ve que requirió la producción de varias gallinas, bien grasosita como tiene que ser en una cantina que se precie, acompñada de un orden de tortillas, eso sí de paquete. La costilla de cerdo también es un atentado para las arterias y hasta nos recordó el plato estrella del Garro’s. El ceviche, suave, nada de tiburcio avejentado. Eso sí, nos quedamos con las ganas de probar los tamales, no había.

En cuanto a las bebidas, en La Viña hay casi de todo lo tradicional de una cantina, más algunas especialidades como el Bamboo Daiquieri Fresa que estaba riquísimo, como tomar fresco. Otros patrulleros tomaron la clásica Águila.

El único problema de La Viña es que la zona, a pesar de estar a solo cuatro cuadras de la avenida central es una muestra del deterioro urbano capitalino y al frente deambulan multitud de personajes que parecen salidos de una película del apocalipsis zombie. Por eso el patrullaje se hizo estrictamente al mediodía, por más de que nos sacrifiquemos tampoco tenemos vocación de mártires. Para este Cronista no hubo déjà vu de su épica experiencia estudiantil, pues por primera vez visitó el barcito del otro lado, pero sí fue una especie de viaje en el tiempo, cuando la clientela de las cantinas josefinas escogía su destino por la calidad de las bocas.

¿Porqué ir a La Viña? Además de sus buenas bocas, porque como dice la frase que distingue al bar desde tiempos inmemoriales “Porqué… La Viña es la Viña”.

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