La Patrulla de Bares: El Moe bueno (La Barra de Moe)

Especial para Cambio Político

SEMPER COMPOTATIUM

Y LLEGO LA PATRULLA DE BARES

Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos

Patrulla de Bares Misión: Bar Moe (cc La barra de Moe)
Dónde: 200 mt este estación de bomberos Tibás, centro comercial Plaza Tibás (ver mapa)

Bar Moe

Aún sin reponernos del todo del choque que significó asistir a un desagradable lugar cartaginés que profanaba el egregio nombre del clásico bar de Springfield y que mereció su inclusión en la (afortunadamente breve) temible lista negra de esta Cofradía, un acucioso patrullero descubrió la apertura de un curioso local con el nombre “La barra de Moe” y luego del acostumbrado riguroso examen preliminar concluyó que cumplía con el requisito para una incursión en pleno de los sacrificados catadores, aunque con algunas reservas que se narrarán ut infra.

No es casualidad que el bar reseñado esté en el paradisíaco cantón de Tibás, que por densidad y calidad es uno de los destinos favoritos de la Patrulla. Para más señas, en la calle que va de San Juan a Moravia, conocida como la calle del comercio, a un par de cuadras al este del cruce con la carretera a Guápiles (ruta 32), al costado norte hay un centro comercial con el nombre de Plaza Tibás, en el segundo piso hay un local más bien minúsculo, para más señas a la par de Krozty Burger. Nada más esperamos que el señor Groening no sea muy celoso con sus derechos de autor.

 
El nombre “La barra de Moe” es más que descriptivo, pues en efecto el breve establecimiento prácticamente sólo tiene espacio para una barra. Detrás no hay un viejillo con delantal, sino un chavalo más parecido a Jeff, el maje que vende los cómics en la serie de televisión. Ya el explorador lo había advertido, aquí no hay menú de bocas, se sirve lo que haya preparado el cocinero para ese día, pero a cambio, los precios están muy bien, sobre todo en una nutrida variedad de cervezas extranjeras, por supuesto que encabezadas por la famosa Duff, las cuales venden casi que a precio de supermercado.

Pero la escasez de variedad culinaria implica una calidad segura. Las boquitas son en porciones pequeñas, con la única ayuda de una cuchara como cubierto, como en las cantinas de antes. Y aunque no vienen incluidas con la bebida como en las cantinas de antes, el precio promedio de unos mil quinientos colones por pieza es más que razonable. La sopa negra está bien concentrada, con el inevitable huevito completo y sin mucho monte encima que le cambie el sabor. La sopa azteca no trae aguacate (todo el mundo se quejó de los mismo), pero evidencia estar hecha con tomates de verdad, nada de caldo de paquete y viene con unas tortillitas tostadas de verdad. Para complacer el gusto patrullero, hay dados de queso, los sirven con una salsa dulzona, bien tostaditos y con sabor fuerte, vienen sólo cuatro porque es legítima boca de cantina. Los garbanzos con pollo los sirven en un tazón pequeñón y fueron colmados de elogios por quienes los probaron. Pero la estrella de la casa es el chicharrón, más técnicamente son un par de gallos de carne de cerdo, no nos vamos a poner en discusiones denominativas, la cosa es que son exquisitos. Además por si alguien ya agotó el menú de bocas, que no son más de tres al momento, puede ir al local hermano de a la par a comer alguna de las comidas basura favoritas de Homero, de hecho un patrullero no se aguantó las ganas de pedirse una hamburguesa la cual estaba muy bien de sabor, grande y gordita para su precio de mil quinientos colones. Para los amantes del picante, no hay que olvidarse de pedir la chilera, está buenísima.

En la visita previa había una ventana que permitía el paso de la comida desde la cocina de a la par, pero algún acucioso funcionario municipal ordenó su cierre “por problemas de patente”. Ahora lo que hace el cantinero es que se viene de a la par con la olla de comida, así que no es que en “La barra de Moe” no se pueda vender comida, el problema es la falta de imaginación de algunos burócratas que se ponen como indios repartiendo chicha.

Veredicto: buena comida, que por su pequeño tamaño permite probar varias cosas y bebidas baratas. Lo más bonito de “La barra de Moe” es cuando llega la cuenta, ninguno de los patrulleros desembolsó más de diez mil colones y eso que se consumieron birritas extranjeras de buen cartel. Y para nuestros efectos, reivindicación de un nombre. A este Cronista se le acabaron las pesadillas de imaginarse al cantinero de “Los Simpson” atendiéndolo mal, allá los pobres cartagos con su Moe malo.

Bar Moe

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