Especial para Cambio Político
Misión: RFD (Regional Food and Drink) |
En el 810 de la Seventh Street NW (es muy fácil llegar allí, si se pierden buscan a un señor Obama y él les va a explicar que se encuentra de su blanca casa ocho cuadras al oeste y 150 metros al norte, para más señas, frente al restaurante portugués de Nando, para que vean lo chino que es el barrio) se encuentra RFD que quiere decir “Regional Food and Drink”, un nombre nada espectacular hasta que uno lee su lema “El mundo de la cerveza en el corazón de la ciudad”. Y para más señas, su dirección en Internet es www.lovethebeer.com, definitivamente un lugar en el cual un patrullero que se precie se va a sentir a gusto.
El lugar es uno de los tres bares irlandeses que hay en la Chinatown washingtoniana, o sea, casi hay más bares con tréboles y duendes que restaurantes chinos en el área. Para despistar, en la fachada hay un rótulo de neón verde con el nombre del negocio en chino, pero ya adentro, lo que se encuentra es el típico mobiliario de madera de un pub y una gran barra con un número aparentemente ilimitado de dispensadores de cerveza. En efecto, éste es un paraíso, hay unas 30 cervezas de barril para probar, que además dicen que las rotan todas las semanas y como si fuera poco, un menú que se jacta de tener más de 300 variedades más de birrita embotellada. Para este Cronista que disponía únicamente de una noche para disfrutar las delicias del lugar, esto representó una tortura, es como al chiquito que lo dejan suelto en la juguetería.
Sólo que en el momento de entrar al acogedor lugar, inmediatamente vimos una imagen amenazante: una pequeña tarima con un micrófono. A menos de que se presentara un comediante, era la señal de que pronto habría problemas.
Luego de pedir una extraña cerveza alemana de nombre impronunciable, se procedió a hacer la rigurosa evaluación de la oferta culinaria, aclarando que obviamente no se tratan de bocas según el concepto vernáculo costarricense, pero sí se trata de platos ligeros pensados para acompañar la ingesta de bebidas alcohólicas, que es el mismo concepto. Para comenzar pedimos algo bien chino, en vista del vecindario, una irish potato leek soup, lo cual en cristiano significa sopa irlandesa de papas y puerros, no es un plato típico, porque la sopa irlandesa original prácticamente se limita a tener las papas y carne deloquehaya, era el matahambres del siglo XIX, la crema de acá obviamente la sirven toda to you, con buen pollito y adornada con creme fraiche, muy buena. Pausa para pedir una cerveza checa de nombre más raro aún. La degustación de este local de barrio chino prosiguió con otro plato típico, pero también de Irlanda, la traditional irish sausage, la salchicha tradicional irlandesa, como estamos en Estados Unidos, obviamente viene en supersize, una generosa ración de salchicha digna de un glotón, servida en una exquisita salsa de carne con maíz. Se nos vació el vaso y no podía faltar alguna joyita de origen belga, aunque luego nos quedamos con el clavo que esa marca se podía conseguir en Tiquicia. Bueno, obviamente en el menú no había nada que se pareciera a un wantan, así que seguimos con un sheperd’s pie, el pastel del pastor, que lo rellenan con una mezcla de carne, zanahorias y puré de papas, también con una deliciosa salsa de carne. Faltaba probar alguna cervecita irlandesa, así que ordenamos una stout de sabor bien fuerte. Y para cerrar el capítulo culinario probamos las sirloin tidbids, algo así como “puntas de lomo”, servidas en salsa bearnesa y acompañados con pancito de ajo, del gusto de un buen carnívoro.
A esto y mientras seguíamos libando caldos que probablemente nunca volveríamos a probar en nuestras vidas, la amenaza se materializó y arrancó esa maldición universal conocida como karaoke. El Cronista nada más amenazó de muerte al baquiano local por haberlo traído a su archinémesis. No obstante, hay que reconocerlo, en lugar de borrachos desafinados, las cantantes improvisadas hicieron gala de voces educadas y lo más importante, el nivel del volumen se mantuvo en un límite decente que permitió continuar la conversación. Así se evitó un lamentable hecho de sangre en este típico rincón oriental de la capital del Imperio.
Lastimosamente no hubo estómagos para poder seguir degustando el menú, que bueno, estaba más que todo poblado de comida gringa más convencional, nos perdimos de probar, por ejemplo, los pasteles de cangrejo que dicen que son la especialidad de la casa. Ni tampoco pudimos hacer algo más que tomarnos un zarpecito en un negocio vecino con muy buena pinta. Y aunque debemos admitir que la comida no estuvo para perder el sueño, los sueños del Cronista en esa noche giraron alrededor de las 326 cervezas que no pudo probar. No es justo, no es justo…
SEMPER COMPOTATIUM
Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos
LLOREMOS POR SIEMPRE POR LA EXTINTA SAINT FRANCIS
¡LA BIRRA EN VASO SIN HIELO! ¡NI A PICO DE BOTELLA!
Combatiente declarado contra los sports bar
Los aborrecibles Pancho’s, Millenium, Yugo de Oro Cinco Esquinas y el Valle de las Tejas dichosamente de Dios gozan
VALETE ET INEBRIAMINI