La particular posición de Brasil sobre la guerra en Ucrania

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Es una evidencia que Lula da Silva y Joe Biden encaran una situación doméstica similar, enfrentando ambos el reto de poderosos populismos de derechas que, a su vez, son aliados entre sí (Trump y Bolsonaro). Algo que les exige tener un nivel de colaboración especial, como se ha puesto de manifiesto en la visita de Lula a Washington el pasado febrero. Sin embargo, en el ámbito de la política exterior las cosas son diferentes. Lula tiene una estrategia propia en materia de seguridad, así como unos aliados económicos, los países BRICS, que además de Brasil, India y Sudáfrica, integra a China y Rusia.

Desde luego, esta circunstancia no es nueva, Brasil y Estados Unidos hace mucho tiempo que practican el doble juego de ser aliados y competidores en la escena internacional. Pero la guerra en Ucrania ha elevado poderosamente sus frecuentes divergencias. Aunque votó en la Asamblea de la ONU a favor de condenar la invasión rusa de Ucrania, Brasil ha dado sobradas muestras de tener una perspectiva distinta de la que plantean Washington y sus aliados europeos sobre la evolución de la guerra.

La muestra más sonada tuvo lugar con ocasión de la Cumbre de la Democracia organizada por Biden a fines de marzo, cuando Brasil se negó a firmar la declaración final, que contenía un párrafo donde se condenaba a Rusia por cometer crímenes contra la humanidad. Lula emitió una carta donde explicaba que ese no era lugar para hacer ese tipo de declaraciones, que debían tratarse en Naciones Unidas. Los esfuerzos del Departamento de Estado no consiguieron cambiar la posición de Brasil, pese a que el resto de los países del Mercosur, Argentina, Uruguay y Paraguay sí aceptaron firmar de la declaración.

Otra muestra de la particular posición diplomática de Brasilia se manifestó en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde Brasil ocupa una silla transitoria, cuando se debatió la propuesta de Rusia de conformar una comisión especial para investigar el sabotaje del gaseoducto Nord Stream, ya que las pesquisas que realizan Suecia, Dinamarca y Alemania no son del todo confiables. Brasil, junto a China, votaron a favor de la propuesta rusa de crear una comisión internacional independiente.

En el próximo viaje de Lula a Pekín, previsto para mediados de este mes de abril, el presidente brasilero va a tratar con su homólogo chino asuntos económicos referidos al grupo de los BRICS, pero también estudiará con Xi Linping la posible asociación de los planes de paz adelantados por ambos países, que ambas partes consideran considerablemente convergentes. Por otra parte, las relaciones económicas se estrechan al interior del grupo. Luego de la renovación del Banco de Desarrollo de los BRICS, la expresidenta Dilma Rousseff fue elegida por unanimidad presidenta del nuevo banco.

Mientras, desde la presidencia de Lula se impulsa una diplomacia directa para conocer las posibilidades que tiene un detenimiento de la guerra. El asesor de Lula para asuntos internacionales, Celso Amorín, ha visitado Moscú y Paris para reconocer el terreno. A su regreso al Palacio de Planalto, sus comentarios no reflejaban mucho optimismo. De todas formas, tendrá la oportunidad de regresar sobre el tema en la visita prevista del ministro ruso de asuntos exteriores, Sergei Lavrov, quien llegará a Brasilia el 17 de este mes.

Todo indica que, además de Brasil, los países BRICS, a excepción de Rusia, tiene intereses convergentes, políticos y económicos, para detener cuanto antes la guerra en Ucrania. Algo que choca con la decisión de Moscú y Washington de continuar la guerra hasta conseguir algún tipo de victoria estratégica. Pero la prolongación de la guerra tiene ahora un patrón de medida más perfilado. Las estimaciones hechas por los centros de investigación en materia de seguridad al cumplir el primer año de guerra, señalan un coste en vidas humanas inasumible para la comunidad internacional. Los cálculos conservadores hablan de 30 mil civiles fallecidos y en torno a 250 mil combatientes muertos. El incremento de las hostilidades en torno a la ciudad de Bajmut, eleva los cálculos del coste en vidas humanas en más de 60 mil combatientes en dos meses, la inmensa mayoría jóvenes menores de 30 años. Esta atrocidad exige moralmente una respuesta de todos los actores de la comunidad internacional. La conclusión salta a la vista: si desde el interior del grupo BRICS surgiera una iniciativa, formulada por algún país o por varios asociados, que pudiera detener esta masacre, no solo habría conseguido para el grupo un logro respecto de sus intereses, sino que habría hecho una contribución invaluable al conjunto de la humanidad. Todo parece indicar que el grupo asesor de Lula conoce ambas caras del asunto.

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