La hoguera: el destino del último maestre templario

Fernando Del Corro

La hoguera: el destino del último maestre templario

El 18 de marzo de 1314 fue quemado en una hoguera el borgoñés Jacques Bernard de Molay, el vigésimo tercero y último gran maestre de la poderosa orden religiosa-militar de los templarios que durante más de dos siglos se constituyó en una fuerza decisiva del poder de la Iglesia Católica ya que tuvo una importante participación en las cruzadas a pesar de lo cual fue disuelta y perseguida por el papa Clemente V y el rey francés Felipe IV, “El Hermoso”, temerosos de su creciente influencia.

La orden fue creada por Hugo de Payns y Godofredo de Saint Omer en 1119 con el propósito de proteger a los peregrinos cristianos en la entonces llamada “Tierra Santa”, un territorio que comprendía los actuales de Siria, Israel, Palestina, Irak, Jordania, Egipto, Turquía y parte del sur europeo en los cuales se habían desarrollado los hechos narrados por la tradición bíblica en el Primero y el Segundo Testamento. Por esa razón muchos de los futuros templarios fundadores de la Orden, como sus fundadores, participaron ya en la Primera Cruzada en 1095.

Ya con mucho poder los templarios fijaron su sede en la isla griega de Rodas desde operaba su flota que participaba en las luchas que se desarrollaban en Siria y Egipto. Pero en 1312 el papa Clemente V dio por terminada la existencia de la “Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón”, conocida como “Orden del Temple”. Poco después, a través de la bula “Ad vitam” (A la vida), destinó a la “Orden de los Hospitalarios” todos los bienes templarios con lo cual, en los hechos éstos no desaparecieron más allá del asesinato de su jefe y la pérdida de su existencia formal.

La “Orden de Rodas”, como pasó a ser conocida la de los Hospitalarios, comenzó a desarrollar operaciones non sanctas propias del corso y la piratería. En su afán por el lucro no tuvo límites al punto de que también atacó embarcaciones cristianas todo lo cual le generó un importante enriquecimiento que la llevó a imprimir sus propias monedas en las que los grandes maestres hacían acuñar sus efigies.

Su gloria duró dos siglos. Terminó cuando en 1522 la isla fue sitiada por un ejército de 200.000 hombres comandado por el sultán otomano Süleyman I, “El Magnífico”. Los hospitalarios debieron rendirse y abandonar Rodas. Desde entonces su poder declinó y debió esperar ocho años hasta que, en acuerdo con el papa Clemente VII, el rey español Carlos I, en 1530, entregó territorios a la Orden. Se trató de Trípoli, la actual capital de Libia, y las islas de Malta, Gozo y Comino. El propósito fue que ayudase a frenar la embestida otomana por el Mar Mediterráneo hacia Occidente pero ésta siguió adelante y en 1534 se produjo la ocupación de Túnez.

Desde entonces la Orden, ahora denominada “Soberana Orden Militar de Malta”, que había comprometido su neutralidad en los conflictos entre los estados cristianos, pasó a tener dificultades económicas. Ya no era la exultante de Rodas. La reforma protestante la golpeó con fuerza ya que se le produjeron conversiones que redujeron y hasta hicieron desaparecer buena parte de sus prioratos en el continente europeo, en particular en Alemania, Escandinavia, Gran Bretaña y Países Bajos.

El 18 de mayo de 1565 los otomanos atacaron Malta. Por algunos meses los malteses resistieron, comandados por el gran maestre Jean Parisol de la Valette, epónimo de la actual capital de la isla, La Valeta. Sin embargo los otomanos lograron desembarcar y penetrar en el territorio insular que debió ser salvado a partir del 7 de septiembre cuando el rey español Felipe II envió su ejército desde Sicilia en lo que fue el “Gran Rescate”.

Así los ex templarios, luego hospitalarios y entonces malteses, pudieron conservar su territorio durante 233 años hasta que fueron desalojados por Napoleón Bonaparte en 1798 como parte de la expedición de éste a Egipto. Malta fue luego tomada por los británicos en 1800 quienes en 1802 firmaron el “Tratado de Amiens”, luego no cumplido, por el que se comprometieron a devolver la isla a la Orden. Ésta, desde entonces, dejó de tener un territorio propio.

En su derivar la Orden, conducida por el gran maestre Ferdinand von Hompesch, se refugió en Trieste. Tras el asesinato de ese líder en 1801 el papa Pío VII asumió la protección de la Orden y designó a su frente a Bartolomeo Francesco María Ruspoli quién fijó como nueva sede a Catania, en Sicilia, pero no pudo impedir una fragmentación del poder ya que las autoridades locales en cada país comenzar a manejarse de manera autónoma. Hacia 1845 ya era solamente una entidad virtual.

Actualmente, y bajo la nueva denominación de “Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y Malta”, que resume toda su historia templaria, hospitalaria, rodesiana y maltesa, tiene su residencia en Roma desde 1934, luego de un paso por Ferrara. Dedicada a actividades humanitarias la Orden prestó servicios durante las dos guerras mundiales del Siglo XX siendo gran maestre Ludovico Chigi Albani della Rovere.

La actual estructura jurídica de la orden, que se encuentra en proceso de revisión, data de 1961 cuando fuese aprobada por el papa Juan XXIII. Se trata de un estado religioso pero de características laicas ya que se maneja en forma autónoma y hasta emite pasaportes por cuanto a pesar de carecer de territorio posee reconocimiento internacional.

Pasaron 705 años desde que fuese incinerado Jacques de Molay por una acusación de sacrilegio contra la Santa Cruz, a la que se le hizo reconocer bajo tortura. Reconocimiento que había ya rechazado y volvió a hacerlo ante la hoguera ubicada frente a la Catedral de Notre Dame. En 1298 había llegado a tomar Jerusalén y el poder de la orden era temido por el papa y el rey de Francia.

Antes de ser sacrificado, se afirma que Molay dijo: “Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!… A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año…”.

Una maldición, que de ser cierta, se cumplió. Clemente V falleció el 20 de abril y Felipe “El Hermoso” el 29 de noviembre del mismo 1314, año en que también fue envenenado Guillermo de Nogaret, el inventor de la causa que llevara a la condena del gran maestre templario.

Fernando Del Corro es periodista, historiador, docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.

www.marcelobonelli.com.ar

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Un comentario

  1. Gustavo Elizondo

    Con respecto a este apasionante tema de los Templarios, les recomiendo la novela de Julia Navarro «La hermandad de la sábana santa».

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