María Sosa Mendoza
Rafael López Aliaga ganó la Alcaldía de la capital de Perú con solo 26% de los votos. Ubicado en la extrema derecha del espectro político peruano, el empresario y político, que confesó que se autoflagela para unirse a la pasión de Cristo, buscará ser la cara de la oposición al gobierno de Pedro Castillo, en medio de una profunda fragmentación de la política peruana.
Las elecciones presidenciales peruanas de 2021 no solo dieron a conocer a gran parte del electorado a Pedro Castillo –un sindicalista del magisterio de un pequeño distrito de Cajamarca que presentaba un discurso reivindicatorio de los sectores más humildes de la sociedad y que, poco después, asumió el cargo de presidente de la República–, sino que habilitaron el ingreso en el escenario nacional de figuras como Rafael López Aliaga. El exitoso empresario y ferviente católico del Opus Dei se presentó en aquella contienda como un outsider y como un claro representante de la extrema derecha.
Estos dos personajes, a primera vista antagónicos, fueron recibidos con más o menos aceptación por la sociedad peruana. Debe recordarse que Castillo Terrones, a pesar de ser el candidato más votado, pasó a la segunda vuelta electoral con 18,9% de los votos válidos, un mínimo histórico en las elecciones en Perú. En la misma línea, López Aliaga –que empezó su incursión electoral con un pequeño respaldo que lo ubicó por un buen tiempo dentro de la categoría «otros» en los distintos estudios de opinión sobre intención de voto realizados durante los primeros meses de la campaña pasada– obtuvo 11,7% de los votos, solo unos cuantos puntos porcentuales menos que Keiko Fujimori.
Ahora, López Aliaga acaba de ganar la Alcaldía de Lima, el principal bastión de oposición del gobierno y, desde sus primeras declaraciones, ha dejado en claro que utilizará su espacio para confrontar con este. ¿Perú encuentra así un líder de oposición al gobierno de Pedro Castillo?
El personaje
Pese a que López Aliaga intenta presentarse como un outsider, no es un personaje nuevo en la política peruana. Sus inicios datan de 2007, cuando fue elegido regidor de Lima Metropolitana. Renovación Popular, la agrupación política que ahora preside, fue durante muchos años Solidaridad Nacional, un partido dirigido por Luis Castañeda Lossio, quien ocupó la Alcaldía de Lima en tres ocasiones y tuvo, en sus gestiones, varios escándalos de corrupción. A finales de 2020, un año después de haber tomado las riendas del partido fundado por Castañeda y con miras a las elecciones generales que se desarrollarían solo unos meses después, López Aliaga anunció el cambio de nombre de la organización. «Es una refundación del partido que cambia su estatuto, fundamentos, ideario, su plan de gobierno. El concepto solidario se eleva a un nivel mayor: el nivel mayor es Dios, Cristo», manifestó en el momento en que el partido asumió el nombre de Renovación Popular. Desde que refundó el partido, López Aliaga ha sabido desarrollar una narrativa política basada en dos facetas centrales de su historia personal: la del empresario exitoso y la del ferviente religioso.
El recién electo alcalde de la capital peruana se ha presentado ante la población como un empresario que incursiona en la desprestigiada política nacional para gobernar el país con eficiencia y productividad empresarial. El éxito en los negocios de López Aliaga es completamente real y se inició con las privatizaciones realizadas durante el gobierno de Alberto Fujimori. El cierre de operaciones de la Empresa Nacional de Ferrocarriles del Perú (ENAFER), en 1999, le permitió ingresar a este sector. Además, el mismo año, de la mano de la transnacional Belmond LTD, conformó la compañía Perú Belmond Hotels. En términos estrictos, la reducción del Estado y sus relaciones con grandes corporaciones internacionales han sido lo que le ha permitido construir su fortuna. Como apunta el escritor y ensayista Juan Carlos Ubilluz: no es un tecnócrata que representa al empresariado, es un empresario hijo predilecto del neoliberalismo.
En el plano confesional, López Aliaga ha hecho de conocimiento público que practica la autoflagelación desde hace 40 años para «unirse a la pasión de Cristo» y que se encuentra enamorado de la Virgen María. Trasladando estas características personales a la dimensión política, como bien ha sabido describirlo él mismo, la propuesta de Renovación Popular es «proemprendimiento» y «profamilia».
El empresario
El apoyo a López Aliaga es centralmente urbano. Y si bien es en los sectores de mayores ingresos donde se concentra su aceptación, su faceta de empresario le ha hecho ganar también un apoyo considerable en los sectores de ingresos medios bajos y bajos, lo que puede apreciarse en la importante votación que logró en distritos populares de la capital, como La Victoria y Breña, durante su última competencia electoral.
Este respaldo lo ha logrado explotando su imagen de empresario en dos direcciones. En primer lugar, como ya se adelantó, se presenta como un empresario que quiere y puede salvar al país con sus habilidades gerenciales. En ese sentido, plantea una utopía de desarrollo y modernidad. Esto se puede ver claramente en sus promesas como candidato presidencial y municipal («Seremos potencia mundial»).
En segundo lugar, la imagen empresarial que presenta López Aliaga moviliza el paradigma del emprendedorismo arraigado en la sociedad peruana en las últimas décadas. De esa manera, no encarna la figura del empresario de elite, bastante impopular entre la población peruana, sino que se presenta como un referente en el que sus simpatizantes pueden proyectarse.
El buen cristiano
En línea con las tendencias actuales, López Aliaga ha sabido conquistar a una importante parte de los católicos y evangélicos neopentecostales conservadores unidos en una inédita forma de «ecumenismo político», tan coyuntural y focalizado como abierto y público. Al igual que en otros países de América Latina, la «agenda moral»impulsada por estos grupos, en una suerte de contramovimiento liderado por algunos sectores evangélicos, ha cobrado fuerza en el plano político durante los últimos años.
Si bien la participación política de las iglesias evangélicas data de 1990, cuando el sector más progresista apoyó la candidatura de Alberto Fujimori (contra Mario vargas Llosa), es recién después de 2006, con el abandono de la «politización partidaria» y la asunción de una «politización reactiva» –como respuesta a las iniciativas políticas a favor de las demandas de los movimientos feministas y LGTBI+–, cuando la rama más conservadora del mundo evangélico, expresado por sectores del neopentecostalismo, logró su expresión más exitosa de participación política a través de la movilización social. Esta forma de participación política, que enarbola banderas «provida» y «profamilia», ha sabido sumar a ciudadanos con valores tradicionales no necesariamente religiosos.
Hasta 2020, Fuerza Popular, el partido político liderado por Keiko Fujimori, había fungido como el representante institucional de colectivos conservadores con una gran capacidad de convocatoria, como «Con Mis Hijos No Te Metas». López Aliaga empezó a disputar este rol cuando incorporó en su lista congresal para las elecciones extraordinarias de 2020 –llevadas a cabo después de la disolución del Congreso ordenada por Martín Vizcarra un año antes– a varios líderes evangélicos de corte conservador. Con el paso del tiempo, el espacio de López Aliaga en este sector se ha ido consolidando.
Lo moral y el enemigo
En su narrativa política, articulada a su «agenda moral» y a su imagen de cristiano y gran empresario, López Aliaga ha incorporado como uno de los elementos centrales la «lucha contra Odebrecht y contra la corrupción», en un contexto de desprestigio generalizado en la política tradicional, en la que la mayoría de ex-presidentes y líderes políticos se encuentran investigados por el escándalo de corrupción internacional conocido como Lava Jato.
«No necesito dinero, ni tampoco vivir de la política (…). Ya tomé la decisión de entregar mis próximos años de vida por el bien de mi país», manifestó durante su campaña presidencial pasada, haciendo recordar el discurso del ex-presidente Pedro Pablo Kuczynski años atrás, cuando aún era candidato, en el que sostenía que su dinero era garantía de que no le robaría al país.
Dentro de la lucha contra la corrupción que pretende impulsar, López Aliaga ha prestado especial atención a los «caviares» (la izquierda caviar), sus adversarios centrales. Y es que, según él, «todo caviar es corrupto».
«Caviar» se ha convertido ya en una categoría de clara carga valorativa negativa, que ha cobrado vigencia durante los últimos tiempos en la política peruana. Con esta, tanto los políticos ubicados en la izquierda autodenominada «provinciana» (Perú Libre) como los ubicados en el extremo derecho se refieren a la izquierda reformista que tiene entre sus banderas causas como la equidad de género, la defensa medioambiental y las demandas de los colectivos feministas y LGTBI+. Para la izquierda más extrema, los «caviares» son percibidos como traidores del pueblo que, desde puestos en el Estado y las ONG, desarrollan un discurso en defensa de este y de respeto de las instituciones democráticas, con el único objetivo de beneficiarse económicamente. Por su parte, para los sectores ubicados en la derecha más extrema, en las palabras de López Aliaga, el caviar «es un ser que nace, crece, entra al Estado, gana 15.000 soles sin hacer nada, y luego se reproduce y muere. Y en el medio destroza la actividad privada, destroza a la Iglesia y destroza a las Fuerzas Armadas».
De allí que, si bien Keiko Fujimori es reconocida como «corrupta» por el líder de Renovación Popular, su discurso se centra en Susana Villarán, la ex-alcaldesa –hoy retirada de la política– que gobernó la capital entre 2011 y 2014. Villarán de la Puente, considerada una mujer de izquierda moderada o de «izquierda moderna», terminó involucrada en el caso Lava Jato por presuntamente haber recibido aportes ilícitos de las constructoras brasileñas Odebrecht y OAS, a cambio de beneficios en contratos con la Municipalidad de Lima. Así, López Aliaga no ha perdido oportunidad para arremeter contra la ex-alcaldesa en cada entrevista y evento al que ha asistido, tildándola a ella y a toda las izquierdas no solo de corruptas, sino también de «comunistas» y «terrucas» (terroristas).
Sin embargo, López Aliaga tampoco está libre de acusaciones de corrupción. Pocos días antes de las elecciones, se conoció que se había abierto una investigación contra él que lo involucraba en un caso de lavado de activos. De acuerdo con las pesquisas, el electo alcalde de Lima se habría beneficiado con un esquema de corrupción en la Caja Metropolitana de Lima, precisamente durante la gestión de Villarán.
Lo global y lo local
López Aliaga es, sin duda, un exponente de la emergencia mundial de la derecha radical. Según sostiene el politólogo Cas Mudde en su libro La ultraderecha hoy, la derecha radical tiene tres características principales: es nativista, autoritaria y populista.
Como bien lo ha señalado el internacionalista Farid Kahhat, en América Latina, especialmente en países como Perú –en el que solo 5,9% de la población se identifica como «blanca», en contraste con 60,2% que se autopercibe como «mestiza» y 22,3% que lo hace como «quechua»–, el componente nativista, entendido como un nacionalismo étnico, resulta de difícil aplicación.
En ese sentido, si bien la llegada de Pedro Castillo al escenario político nacional provocó en una parte de la población contraria a su propuesta política expresiones racistas y discriminatorias, ningún político de la oposición ha levantado directamente estas banderas. Asimismo, López Aliaga, a diferencia de otros candidatos durante las campañas electorales, tampoco ha explotado la xenofobia en ninguna de sus propuestas –si bien sí ha hecho uso de esta en ocasiones puntuales–. Más bien se ha servido de la migración venezolana en el país para criticar al gobierno de Nicolás Maduro y el modelo económico que, según él, también sigue Pedro Castillo.
Además de esta distinción crucial, un análisis comparativo entre la derecha radical de Estados Unidos y Europa y la de América Latina permite destacar otras dos diferencias entre una y otra. La primera es que, mientras discursivamente la primera se opone al neoliberalismo, la segunda propone su continuación. Según José Antonio Sanahuja y Camilo López Burian –quienes consideran que el fenómeno latinoamericano, por sus diferencias con lo que se observa en Europa y Estados Unidos, no puede considerarse como parte de la «derecha radical»– la relación que estas derechas latinoamericanas mantienen con el mercado global es ambivalente, pues asumen un enfoque neoliberal junto con un «rechazo, en clave nacionalista, de las instituciones regionales o globales de las que dependen los mercados abiertos».
En el caso peruano, la visión económica de López Aliaga no guarda ninguna diferencia con la de otros actores de derecha tradicionales, entre los que se encuentran el fujimorismo, la tecnocracia, el empresariado, la Iglesia católica y los grandes medios de comunicación. Así, todos ellos tienen como uno de sus principales baluartes la defensa del modelo económico amparado en la Constitución Política de 1993. De igual manera, más que un rechazo a organismos regionales en el plano económico, se percibe una creciente hostilidad a la Organización de Estados Americanos (OEA) por parte de los grupos afines a López Aliaga, debido a un factor coyuntural y otro que podría identificarse como de fondo: el primero se debe a la validez que la organización regional les dio a las elecciones presidenciales de 2021, cuando los sectores de derecha denunciaron un fraude electoral por parte de Perú Libre y Pedro Castillo; la segunda es el rechazo a la «agenda progresista» de la OEA, que hizo que grupos «provida», con el apoyo de legisladores de Renovación Popular, convocaran a una marcha durante el quincuagésimo segundo periodo ordinario de sesiones de su Asamblea General llevado a cabo en Lima.
El segundo contraste entre la derecha radical de Europa y Estados Unidos y la de América Latina lo ha señalado Juan Carlos Ubilluz. Esta es la (supuesta) naturaleza de lucha del enemigo a combatir. Y es que si bien para la derecha radical europea y estadounidense el comunista enemigo persigue una revolución cultural –el llamado «marxismo cultural»–, para la derecha radical latinoamericana los planos económicos y políticos también se ponen en juego debido a que «el comunismo no está tan muerto en América Latina como en Europa y Estados Unidos. No ha habido una marea roja como lo creen los derechistas radicales en el continente, pero sí una marea rosa en la cual Marx y Lenin volvieron a ser referencias habituales de algunos de sus líderes».
En Perú este asunto cobra una especial relevancia. Las elecciones de 2021 dieron a la derecha radical de López Aliaga la posibilidad de ubicar una amenaza clara: la retórica de Pedro Castillo y Perú Libre, que llegaron al escenario político nacional identificándose como una izquierda marxista, leninista y mariateguista que buscaba «ajustes en el campo económico, la mayoría de manera drástica».
El escenario
A más de un año de la llegada al gobierno de Castillo, se sabe que el ideario de Perú Libre se encontraba bastante lejos de sus planes para el país. Sin embargo, fue su aparición la que logró consolidar a la derecha radical peruana.
En la campaña electoral para la primera vuelta, los candidatos de derecha intentaron marcar distancia de López Aliaga, a quien tildaron de extremista. Así pues, el veterano Hernando de Soto declaró que una victoria de López Aliaga sería «lo peor que le puede pasar al país», mientras que Keiko Fujimori lo describió como «rayadazo». Meses después, todos ellos —junto con otros representantes de la derecha tradicional peruana— habían asumido su narrativa anticomunista.
López Aliaga se ha caracterizado por sus exabruptos. Suele disfrazar sus ásperas referencias a sus contrincantes políticos –en muchos casos con graves acusaciones– de opinión personal. Durante la campaña de la segunda vuelta electoral en la que apoyó a Keiko Fujimori, aunque haciendo una campaña aparte, lanzó las arengas «¡Muerte al comunismo! ¡Muerte a [Vladimir] Cerrón [líder de Perú Libre] y a Castillo!».
Volvamos a la pregunta: ¿Perú encuentra, con la llegada de López Aliaga a la Municipalidad de Lima, al líder que hegemonizará la oposición del gobierno de Pedro Castillo? Si bien no podemos dar una respuesta definitiva, se debe tener presente que el nuevo alcalde no es un político innatamente fuerte. Su poder se ha ido consolidando, más bien, a partir de episodios coyunturales. Se trata del alcalde con menos respaldo popular en la historia de la capital peruana. Solo ha cosechado un magro 26% de los votos, muy por debajo de sus predecesores. Y es que, como ya se mencionó, en la política peruana predomina la fragmentación. López Aliaga es uno de los políticos con mayor apoyo en el país, pero este es no obstante bastante bajo y se concentra en zonas urbanas.
Sin duda, el desempeño de su administración será clave para el futuro de López Aliaga en la política. Hay quienes auguran el final de su carrera política debido al desgaste que le ocasionará estar cuatro años al frente de la Municipalidad de Lima en medio de una desafección política generalizada por parte de la población. Por otro lado, están quienes consideran que, para bien o para mal, su gestión no pasará desapercibida. Reforzando esta línea, el nuevo alcalde de la capital ha anunciado que uno de los temas que más le interesa trabajar es nada menos que la educación.
Fuente: nuso.org