La desilusión se mundializó

Por Yayo Vicente

En estos días he oído y leído a tres distinguidos polítólogos: Ocean Castillo, Claudio Alpízar y Constantino Urcuyo. No soy politólogo y algo he estudiado de epidemiología.

Las explicaciones individuales para una misma sintomatología, no son pertinentes. Eso es para chamanes antes de John Snow (1813 – 1858).

No se presumen las casualidades, y se trata de encontrar las causalidades. Las causas raíz.

Claro está que los disparadores existen, y que estos a primera vista pueden ser confundidos con la causa profunda que los facilita.

Estoy convencido de dos cosas:

1) Ningún gobierno o sistema político, es sostenible sin hacer «tierra» con la gente. Le pasó a la URSS, con un ejército de primer mundo y un pueblo del 4to mundo. Le pasó al Chile de Pinochet (aunque le reventara a Piñera), y le pasará a Cuba, Venezuela, Nicaragua, EE. UU., China y cualquier país donde se gobierne de espaldas al pueblo.

2) El actual modelo económico basado en: a) crecimiento, y b) economía globalizada, tiene como características un consumo exagerado de bienes y servicios (que confunde buena vida con muchos chunches nuevos), que depreda al planeta más allá de sus capacidades, y un incremento de la corrupción (estimulada por el modelo que pone por encima la riqueza a los valores positivos). También concentra la riqueza a niveles nunca antes vistos y la situación se agudiza año tras año. Las grandes transnacionales toman grandes decisiones más allá de las fronteras nacionales, preparándose para la asamblea de accionistas e ignorando el contexto político y los efectos en las gentes y sus hogares, en los distintos países donde hacen negocios.

Al agotarse el modelo económico, se afecta al modelo político (democracia en un estado de derecho), pues si existe algo prioritario que deba de hacer un gobernante, es conseguir un sentimiento colectivo de satisfacción, esperanza y felicidad.

Cuando la sociedad vive sin satisfacción, esperanza y felicidad, baja la sensación del «buen vivir», los descontentos sociales secan la pólvora, el pacto social se desdibuja y se torna inestable y las oportunidades para los palanganas políticos se maximizan. Se entra en un círculo vicioso perverso, pues la «falsa esperanza» rápidamente se convierte en frustración. Comienza así un pendular político (de un lado al otro) que no brinda tiempo para consolidar ningún cambio profundo o estructural.

La excepción tal vez sea la destrucción sin sustitución ulterior. Lo primero en caer son las reglas construidas para convivir tantos sin conocernos. Desde descalificar todo el andamiaje (político, económico, comercial, militar) internacional, hasta el bloque de legalidad, empezando por las constituciones e instituciones de cada país, así como las tradiciones o logros en comportamiento humano: menos racismo, más solidaridad, empatía para con el OTRO, actores económicos formales …

René Descartes nos legó el “Discurso del Método”, que por las circunstancias cuando vivió, no pudo llamar el “TRATADO del Método”. Es en realidad el método científico, con el que hemos podido objetivar la investigación y ponerla en una dinámica evolutiva que rompe dogmas y absolutos.

Pues bien, el “método cartesiano” nos invita a dividir un problema complejo, en partes entendibles, ¡PERO!, después volver a juntar las partes para no perder la integralidad.

Nos llegó la “Aldea Global”, que nos anunció Marshall McLuhan. Las consecuencias socioculturales de la comunicación, inmediata y mundial de todo tipo de información, posibilitan los medios electrónicos, permiten ver y oír permanentemente personas y hechos —como si se estuviera en el momento y lugar donde ocurren —, hoy son cotidianas las cosas que ocurren en sitios distantes en el espacio o incluso el tiempo. La política no es una excepción, y participa activamente en este mundo menos ancho.

Postulo que estamos frente a un hilo conductor: nos es casualidad la sincronía de las primaveras árabes, los indignados en España y Portugal, los Chalecos Amarillos en Francia, puedo seguir sumando con el descontento en tantos países de América.

Son “protestas de celular”, difusas, sin liderazgos claros, sin interlocutores legítimos, sin propuestas concretas.

Ya lo había descifrado Stéphane Hessel en su publicación “INDÍGNATE” (Indignez-vous!): «Nos dicen que el Estado no puede asegurar los costos de las medidas ciudadanas. Pero, ¿cómo puede faltar hoy dinero para mantener y prolongar las conquistas si la producción de riquezas ha aumentado considerablemente? Por el contrario, el poder del dinero, no ha sido nunca tan insolente, tan egoísta, con sus propios servidores. ¡LA RAZÓN DE LA RESISTENCIA, ES LA INDIGNACIÓN!

Ambos ideologías (derecha e izquierda) son descuidadas con las ilusiones de la gente, en un contexto occidental donde disminuye la religiosidad que antes consolaba y sosegaba.

Ya empiezan a brotar algunas insatisfacciones en los EE. UU., con forma y las reacciones consabidas cuando se anuncian cambios.

Manfred Max-Neef, lo dijo claro y fuerte el 26 de noviembre de 2010: «Somos dramáticamente idiotas. Actuamos sistemáticamente en contra de las evidencias que tenemos. Conocemos todo lo que no debemos hacer. No hay nadie que no sepa esto. Especialmente los grandes políticos saben exactamente lo que no se debe hacer. Y aún así lo hacen. Después de lo que pasó en octubre del 2008, tú pensarías que van a cambiar porque se han dado cuenta de que el modelo económico no funciona«.

La candidata demócrata en EE. UU., Elizabeth Warren propone una revolución económica, Warren se ha colocado a la cabeza de las encuestas en los primeros caucus demócratas, los de Iowa y New Hampshire, a lomos de un programa que supone una refundación del capitalismo estadounidense en toda regla. Por ejemplo, sobre sanidad, el plan estrella de la campaña, defiende un sistema público y universal, eliminando la mayor parte de los seguros privados, que se traduciría en un aumento de 20,5 billones de dólares en gasto público en una década que promete pagar sin subir un solo céntimo los impuestos a las clases medias. Warren también quiere condonar gran parte de las deudas estudiantiles, un grave problema en Estados Unidos, y ofrecer matrículas gratis para todos en las universidades públicas. El programa plantea nuevos impuestos a las empresas y a las grandes fortunas. Establece bajas familiares pagadas para los trabajadores, además de una subida del salario mínimo hasta los 15 dólares por hora de trabajo en el plazo de cinco años.

El modelo económico está en sus finales y se está llevando en banda lo delicadamente construido después de 1945, también los sueños y anhelos. Dejando atrás una resistencia originada en la indignación.

Esa es, para este veterinario la CAUSA RAÍZ, y no me complacen las explicaciones aisladas en una pandemia contagiosa que estamos viendo en el plano político, desde Trump hasta Evo Morales.

Muchos mítines y charlas de Elizabeth Warren arrancan con su historia familiar. Cuando tenía 12 años, su padre sufrió un grave ataque al corazón que le retiró del mercado laboral y estuvieron a punto de perder la casa. La madre, que nunca había tenido un empleo, se puso a trabajar a los 50 años como operadora de teléfono, con el sueldo mínimo, pero salieron adelante. “La historia de mi madre”, dice la senadora, “es también una historia de Gobierno, porque cuando yo era niña, un trabajo a tiempo completo con sueldo mínimo pagaba la hipoteca y ponía comida en la mesa. Hoy un trabajo así no es capaz de sacar a una mujer y a un bebé de la pobreza… ¡Eso está mal! ¡Y por eso estoy en esta lucha!”.

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