Por Denis Lukyanov
El 9 de abril de 1945 terminó la batalla de Konigsberg. La ciudad fue el corazón de Prusia Oriental, uno de los núcleos históricos del Tercer Reich. Después de cuatro días de combates esta fortaleza impenetrable sucumbió ante los golpes del Ejército Rojo. Sputnik recuerda la proeza de los soldados soviéticos.
La ciudad de Konigsberg tenía una importancia enorme para la maquinaria bélica de la Alemania nazi. Antes de 1945 esta urbe fue la capital de Prusia Oriental. La región había sido el origen de ordenes de caballería que acabaron siendo el orgullo de los alemanes. De allí también surgió el espíritu militarista de los nazis. Precisamente estos dos factores explican por qué la ciudad no solo tuvo una importancia estratégica, sino también simbólica.
La caída de Konigsberg significó la caída del centro espiritual del Reich. Adolf Hitler era una persona que creía en el misticismo. Por lo tanto, la noticia de la pérdida de la ciudad fortaleza la percibió como un golpe muy fuerte. Si los soldados del Ejército Rojo no hubieran podido tomar el control sobre Konigsberg, probablemente habría sido imposible seguir con la ofensiva contra la Alemania nazi, porque la ciudad fue un elemento clave en la defensa del territorio del Reich.
Los preparativos
Los soldados que participaron en la toma de Konigsberg fueron condecorados con una medalla especial. Fue una excepción, porque normalmente los soldados recibían medallas solo por la participación en la toma de una ciudad que fuese capital de un país extranjero —las ciudades rusas no se toman en cuenta en este caso—. Los soviéticos hicieron una excepción por una sólida razón: la ofensiva en Prusia Oriental fue una hazaña para los soldados del Ejército Rojo.
Los soldados soviéticos cruzaron la frontera de Prusia Oriental a finales del verano de 1944, pero su avance fue demasiado lento. Dos cuestiones explican esa lentitud. Primero, las unidades militares soviéticas sufrían numerosas bajas en batallas sangrientas. Segundo, los nazis se habían preparado muy bien para la futura batalla e impidieron el avance de la ofensiva. Para principios de 1945 la profundidad de la defensa nazi era de 200 kilómetros y constaba de siete líneas de defensa.
La propia Konigsberg contaba con 12 grandes y cinco pequeñas fortalezas a una distancia de 3 o 4 kilómetros entre sí. Cada una de ellas fue defendida por agrupaciones que se cifraban en entre 300 y 500 soldados y oficiales nazis. Se pueden encontrar las ruinas de algunas de esas fortalezas en la actual ciudad rusa de Kaliningrado —que pasó a denominarse así cuando Konigsberg pasó a formar parte de la URSS—.
Sin embargo, para acercarse a la urbe las tropas soviéticas tuvieron que pasar por tres líneas de defensa fortificadas, incluida la llamada línea Deime, localizada a 40 kilómetros de la ciudad y que contaba con equipamiento de última generación. Justo en los límites de la ciudad las unidades soviéticas se tropezaron con otras dos líneas de defensa nazis y dos líneas de defensa intermediarias llenas de minas antitanque y antipersonal.
Las calles de Konigsberg fueron bloqueadas con fosos antitanque, barricadas y trincheras. Ante las fortificaciones de la ciudad se ubicaban fosos de hasta siete metros de profundidad llenos de agua. Los blindajes hechos de hormigón armado fueron capaces de resistir los golpes de la artillería y las bombas pesadas. Las fortificaciones fueron autónomas y disponían de sus propias estaciones eléctricas y grandes reservas de municiones y alimentos.
La guarnición de la ciudad se cifraba en alrededor de 130.000 soldados. La urbe estaba preparada para una resistencia larga. Entretanto, el Ejército Rojo se estaban preparando para el asalto a la ciudad. Durante los preparativos la gestión militar tomó en consideración la experiencia del combate urbano en grandes ciudades, en particular, la de la batalla de Stalingrado. Para entrenarse los comandantes usaron el modelo detallado de Konigsberg basado en fotos aéreas.
Los agentes soviéticos realizaban el reconocimiento dentro de la ciudad y este proveía la gestión militar con la información sobre las ubicaciones de la guarnición alemana. Además, se prestó mucha atención al entrenamiento de las agrupaciones militares que jugarían el papel principal en la toma de Konigsberg, las unidades de asalto. Aprendieron a luchar contra el enemigo cooperando con la artillería, tanques, zapadores y lanzallamas.
La batalla decisiva
Uno de los factores que facilitó la rápida toma de la ciudad tuvo que ver con el uso de la aviación de reconocimiento y los bombarderos. Además, hubo una estrecha cooperación entre la aviación y las tropas terrestres. Cada unidad de asalto contaba con un controlador aéreo avanzado que desde el terreno daba las coordenadas de los blancos a los pilotos. Los representantes de la Fuerza Aérea también estaban presentes en los puntos de observación de los comandantes de divisiones de fusileros.
No obstante, el papel más importante lo jugó la artillería soviética, que realizó golpes fortísimos contra las posiciones alemanas en Konigsberg. Para el inicio de la batalla el Tercer Frente Bielorruso, que fue la principal agrupación militar que se ocupó de la toma de la urbe, tenía a su disposición alrededor de 5.000 piezas de artillería. Cuatro días antes del inicio de los combates por la ciudad la artillería empezó a realizar ataque contra ella.
El día que la batalla comenzó, las unidades de artillería soviética lanzaron contra las posiciones enemigas 1.308 vagones de proyectiles y mina tan solo en una hora. Luego, el Ejército Rojo tomó desprevenidos a los nazis porque empezó a avanzar antes de que terminara la preparación de artillería. Esto ayudó reducir la potencia de fuego del enemigo, pero lamentablemente esa táctica resultó en fuego amigo, lo que provocó víctimas adicionales en las filas del Ejército Rojo.
El avance de las unidades del Ejército Rojo fue incesable. Los soldados avanzaron dejando atrás algunas fortificaciones que no lograban tomar por la fuerza inmediatamente. De ellas se ocupaban los zapadores y lanzallamas. En algunas ocasiones dentro de las fortificaciones los soldados lucharon cuerpo a cuerpo contra el enemigo. Durante el primer día las tropas no contaban con el apoyo aéreo a causa de las malas condiciones meteorológicas.
En el segundo día de combates empezaron a operar las unidades de la Fuerza Aérea soviética. En algunos lugares el Ejército Rojo logró romper las líneas de defensa de los nazis y el enemigo empezó a entregarse como prisionero. El 8 de abril la gestión militar de la guarnición nazi trató de salir del cerco, pero las fuerzas soviéticas acabaron con un convoy que constaba de tanques, transportes blindados y cañones de asalto.
El comandante del Tercer Frente Bielorruso, el mariscal Alexandr Vasilevski, ofreció al enemigo rendirse. Sin embargo, los nazis volvieron a intentar romper el cerco, pero pronto fracasaron. Para la madrugada del 9 de abril las tropas del Reich en Konigsberg ya no tenían una defensa unida y la gestión militar nazi local lo sabía. Así que el comandante de la defensa de la ciudad, el general Otto Lasch, consideró que la batalla se había perdido.
Los representantes de las Schutzstaffel y la Policía decidieron cumplir con la orden de Hitler y lucharon hasta el último soldado, mientras el general Lasch quedó suspendido de la gestión de la defensa de la urbe. Pero Lasch decidió actuar a su propio riesgo y para la noche del 9 de abril envió sus parlamentarios para negociar el alto al fuego y la rendición.
Como consecuencia de la batalla de Konigsberg las unidades del Tercer Frente Bielorruso derrotaron a la mayor parte de la agrupación militar alemana en Prusia Oriental y tomaron como prisioneros a más de 93.000 soldados y oficiales nazis. Cerca de 42.000 alemanes fueron eliminados en la batalla. Según las fuentes soviéticas, el Ejército Rojo perdió a 3.700 soldados y oficiales.
De acuerdo a las decisiones tomadas en la Conferencia de Potsdam celebrada entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945 y en la que participaron los líderes de la URSS, EEUU y Reino Unido, una parte de Prusia Oriental y la ciudad de Konigsberg en particular pasaron a formar parte de la Rusia socialista. Un año después la ciudad sería renombrada y pasaría a ser conocida como Kaliningrado.