Jose Miguel Escribano Páez, Universidad Pablo de Olavide
Indiana Jones ha dado forma a la imagen del historiador-arqueólogo-explorador en la cultura popular. El estreno de su última película, Indiana Jones y el dial del destino, nos sirve de excusa para analizar cómo ha cambiado nuestra percepción sobre los héroes encargados de descubrir el pasado.
Ese es el caso de Hiram Bingham III, el modelo que inspiró el personaje de Jones.
Bingham nació en Honolulu (Hawái) en 1875, donde su padre era misionero. Siguiendo la tradición familiar, estudió en la universidad de Yale. Entre 1911 y 1915 lideró varias expediciones a Perú que le hicieron famoso. En 1917 se unió a las fuerzas aéreas y poco después tuvo una fulgurante pero corta carrera política.
El Machu Picchu
A lo largo de las décadas, han corrido ríos de tinta sobre él. Su hijo escribió una biografía demostrando que había construido su identidad de explorador mítico a pesar de ser un humano con luces y sombras. Y hace unos años, un académico admirador de Indiana Jones publicó un relato de la vida de Bingham que incluía todas sus polémicas.
Bingham se hizo famoso por “descubrir” el Machu Picchu, en Perú. Algunos prefieren verle en cambio como el primer turista en visitar sus ruinas.
Cuando Bingham llegó al lugar se encontró con gente que vivía allí. Además, muchos lo habían conocido y habían escrito sobre la zona anteriormente. Por eso, al principio, tuvo dudas sobre la realidad de su hallazgo.
En su diario anotó que el descubridor de Machu Picchu era el agricultor cuzqueño Agustín Lizárraga, porque encontró su firma en el lugar. Pero en línea con el racismo de la época, no lo consideró digno de tal honor por ser (según él) un mestizo de piel oscura. Este argumento le permitió autodenominarse descubridor del Machu Picchu.
Actualmente Bingham es visto como alguien que en realidad recuperó un objeto científico para la audiencia mundial. Y, por supuesto, no lo hizo sólo. Lo consiguió gracias al trabajo de otros investigadores, campesinos, muleros y cazatesoros.
Afortunadamente, hoy día ya no necesitamos héroes descubridores. Por eso ya no es necesario ocultar a quienes contribuyeron al conocimiento histórico antes que nosotros.
Estados Unidos y Latinoamérica
Aunque a su muerte, en 1956, un obituario describió a Bingham como un impulsor del estudio de Latinoamerica, sus trabajos reflejaban complejas ideas sobre el vínculo entre Estados Unidos y el sur del continente.
Uno de los principales intereses del explorador era la doctrina Monroe. Esta ideología defendía que Estados Unidos podía considerar una agresión cualquier intervención europea en Latinoamérica. En resumen: “América para los americanos”. Pero sus teorías fueron a más: en una de sus obras llegó a proponer invadir México. Aunque su propuesta no se llevó a cabo, estos trabajos generaron debates sobre la relación entre Estados Unidos y Latinoamérica.
Sus expediciones en Perú fueron pacíficas, pero no inofensivas. Además de tesoros, buscaba demostrar la superioridad científica estadounidense. De acuerdo con su labor, si el futuro de Latinoamerica pertenecía a Estados Unidos, su pasado también.
Sus ideas sobre el papel del país como tutor de las naciones latinoamericanas eran parte de la cultura académica de la época. Además, el explorador extrajo enormes cantidades de restos arqueológicos del Perú. Las autoridades se lo permitieron con la condición de devolverlos 18 meses después, algo que no sucedió.
La actividad vaciando yacimientos provocó críticas en Perú que acabaron con sus expediciones. Esto convenció a Bingham de la necesidad de restablecer la hegemonía de Estados Unidos sobre la zona. Y, de hecho, esta fue una de las razones por las que entró en política.
Paralelamente, las autoridades peruanas reclamaron durante años el regreso de las piezas que Bingham se había llevado, mientras la Universidad de Yale defendía su derecho a quedarse con ellas. Que todo esto fuera aceptable nos escandaliza. Después de todo, su forma de trabajar se parecía mucho a un “coge el objeto y corre”.
No es sorprendente que las aventuras de Indiana Jones hayan recibido muchas críticas en Perú, y no solo por el paralelismo entre Bingham y el héroe de ficción. La cuarta entrega, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, daba una imagen pésima del país y las referencias a su historia estaban plagadas de errores tan divertidos como ofensivos –por ejemplo, que Jones había aprendido quechua, idioma andino, con el mexicano Pancho Villa–.
Su estreno coincidió además con la polémica de la restitución de los restos arqueológicos. Afortunadamente, esta se resolvió finalmente en 2011–2012, cuando Yale entregó los objetos a Perú.
Relaciones laborales conflictivas
Uno de los personajes más recordados de la segunda entrega de la saga, Indiana Jones y el templo maldito, era Tapón, un niño huérfano a quien el arqueólogo protegía.
Parece ser que Bingham tenía una relación más compleja con la infancia de la que tenía Jones, ya que se oponía a la abolición del trabajo infantil. Es más, sus expediciones utilizaron el trabajo forzado de niños. Uno de ellos se ahogó en un río mientras llevaba material fotográfico y, aunque la muerte fue un accidente, la noticia no benefició a su imagen.
Estas no eran las únicas prácticas dudosas del explorador. Bingham descubría ruinas incendiando la vegetación que las cubría. Trabajaba con cazatesoros. Y organizó una red de compra de huesos humanos. Lo que más le interesaban eran los cráneos, sobre todo si tenían anomalías o trepanaciones.
Al igual que hacía el arqueólogo en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, Bingham también luchó contra los comunistas durante la Guerra Fría. Pero él lo hizo participando en la caza de brujas del macartismo, una persecución contra personas sospechosas de ser comunistas a base de declaraciones, acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios, procesos irregulares y listas negras.
Si un historiador actual actuase como Bingham hizo en la primera mitad del siglo XX, no gozaría de legitimidad. Sin embargo, su figura sigue siendo alabada en el siglo XXI y todavía se editan libros celebrando sus descubrimientos. Sus interpretaciones estaban equivocadas, pero sus hallazgos alimentaron debates que ensancharon nuestro conocimiento.
Muchos estudiantes de historia se toman con humor que la gente equipare su trabajo al de Indiana Jones. Algunos historiadores se preocupan por la imagen distorsionada de su profesión que ofrecen esas películas.
Pero lo que resultaría más preocupante sería que nuestras formas de rescatar el pasado se parecieran a las del personaje real en el que se inspiró este héroe.
Jose Miguel Escribano Páez, Profesor Contratado Doctor en Historia Moderna, Universidad Pablo de Olavide
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.