India, ¿el fin de la guerra maoísta?

Línea Internacional

Guadi Calvo

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La reciente entrega, de manera voluntaria, de sesenta y un dirigentes del movimiento insurgente naxalita a la policía de la ciudad de Gadchiroli en el centro oeste de India en el estado de Maharashtra, a más de novecientos kilómetros al este de Mumbai, la capital estadual, ha abierto un abanico de especulaciones y preguntas, acerca de la continuidad de la guerrilla maoísta que desde 1967, ha tenido actividad en vastas regiones del país asiático, particularmente en lo que se dio a llamar el “Corredor Rojo de la India”, unos 225 distritos de veinte estados los que se corresponden a los más pobres del país, entre los que se encuentran Chhattisgarh, Jharkhand, Odisha, Bihar, Andhra Pradesh, Madhya Pradesh o Uttar Pradesh.

Fue justamente la presencia de la insurgencia lo que obligó a los gobiernos estaduales y central a realizar obras de mejoras hacia esas posiciones, comenzando por el trazado de rutas y la construcción de torres de telefonía, además de algunas otras mejoras, las que fueron bien recibidas por la población rural, que comenzó así a dar la espalda a los guerrilleros.

La capitulación de los miembros del Buró Político del Comité Central Naxal de la región oriental, que antes debieron entregar el armamento que poseían del Ejército Guerrillero Popular de Liberación (PGLA). Entre ellos el comandante Mallujola Venugopal Rao, conocido como Bhupathi, que se realizó con la presencia del Ministro Principal (gobernador) Devendra Fadnavis, quien declaró que: “Es un acontecimiento trascendental en la historia del país. La rendición de Bhupathi marca el principio del fin del movimiento naxal en Maharashtra”.

Sin duda, la rendición de Bhupathi, quien milita en la guerrilla maoísta desde 1980 y declaró al momento de la rendición estar “harto del movimiento”, traerá remesones en el núcleo de la organización que desde 2010 viene en franco retroceso, más allá de los intentos por revertir la situación a principio de esta década.

En 2015 se había entregado el comandante Gajarala Ashok, que había perdido a uno de sus hermanos en un enfrentamiento armado. Mientras, una de las figuras más importantes de la organización, Narmada Akka, fue arrestada en 2019 en la ciudad de Hyderabad, donde se trataba un cáncer, por lo que murió tres años después. Estas pérdidas dañaron profundamente la estructura del PCI y profundizaron la debacle. Con la reciente entrega de Bhupathi, se señala indefectiblemente el destino final de la guerrilla maoísta india.

Ya en agosto último, el Partido Comunista de la India (Maoísta) en un comunicado ques se conocido un mes después, en el que suspendería su lucha armada. Habría argumentado que su decisión se fundmento por el “cambio del orden mundial y de la situación nacional”, que, sin nombrarlo, refiere a la sustancial mejora de las relaciones entre Nueva Delhi y Beijing, particularmente después de la reunión entre el primer ministro indio, Narendra Modi, y el presidente chino, Xi Jinping, en el marco de la reunión del Consejo de jefes de Estado de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que se realizó en la ciudad china de Tianjin entre el treinta y uno de agosto y el primero de septiembre pasados.

Estas declaraciones se contraponen con las emitidas esta semana por el Comité Central, que refiere que “Nuestro partido solo está interesado en resistir la política de rendición del gobierno, así como su línea reaccionaria y represiva”. Adjudicando la primera versión a una campaña propagandística de la inteligencia india.

Con la entrega de los militantes de Maharashtra, se comenzaría a desandar el camino iniciado en 1967 en la aldea Naxalbari, en Bengala Occidental. Un grupo de campesinos dalits (parias, impuros o intocables) y adivasis (pueblos originarios cuya traducción significa “primeros hombres”) se resistieron a los abusos y exacciones de los zamindars (propietarios de la tierra).

Desde entonces, la guerra insurgente dejó al menos doce mil muertos, alcanzando en los primeros años de este siglo su máximo esplendor, cuando llegó a tener cerca de veinte mil milicianos, lo que, en 2009, el entonces Primer Ministro, Manmohan Singh calificó como “la mayor amenaza para la seguridad interna de la India”.

A partir de 2010, el ejército indio realizó diversas operaciones. La guerra sucia de Narendra Modi, lanzada en 2014 tras su llegada al cargo de Primer Ministro, intensificó estas acciones. Al tiempo que el desarrollo económico del país, por lo que millones de personas han podido salir de la pobreza, le han quitado a la guerrilla parte de sus argumentos, más allá de que todavía millones de indios viven sumergidos entre la pobreza y el sistema de castas.

Donde, a pesar de haber sido abolido hace décadas, el sistema de trabajo forzoso y gratuito conocido como vethi sigue activo en lo profundo de la India, en regiones aisladas y marginadas por las políticas federales. Debiendo por deuda, trabajar para privados en áreas como agrícolas, ganaderas, hornos de ladrillos, carbón o servicio doméstico, ya no solo para el Estado, como fue en un principio.

Aquí no se rinde nadie

Mientras las jefaturas de las distintas policías regionales, siguen incentivando a líderes y cuadros medios de la guerrilla para que se rindan, el Comité Central del partido, y los diferentes órganos partidarios rechazan la rendición del comandante Mallujola.

En un comunicado oficial del principal órgano del partido, informó que continúa respaldando la lucha armada.

Mientras las divisiones internas se profundizan, en pocos días a mediada que algunas seccionales, anuncia su voluntad de entregar las armas y rendirse ante las fuerzas de seguridad, otras regionales expresan por medio de comunicados su repudio ante esa decisión, rechazando cualquier la propuesta de entregar las armas, lo que ha sido contundentemente apoyado tanto por el Comité Central, como por el Politburó.

Prueba de la irrevocable decisión del partido, dos de los hombres más comprometidos con la idea de no rendirse, miembros del Comité Central: Kadari “Kosa” Satyanarayana y Katta “Vikalp” Ramachandra, en los bosques de Abujmad, del estado de Chhattisgarh, en el corazón del “Corredor Rojo”. Con estas dos nuevas bajas suman ya doscientos cuarenta y nueve los combatientes muertos en Chhattisgarh, solo en lo que va del año.

Según fuentes del PCI, el gobierno se encuentra en una campaña de información falsa acerca de lo que realmente está sucediendo en el interior del partido y los diferentes frentes de combate Ejército Guerrillero Popular de Liberación, no solo para desmoralizar a sus hombres, sino para restarles el apoyo de los campesinos, que históricamente los han apuntalado en lucha.

Más allá del cruce de operaciones mediáticas y lo que diga el gobierno indio y la respuesta del PCI, una cosa si es palpable la ciudad de Gadchiroli, en Maharashtra, particularmente en la aldea Charbhatti hasta hace poco epicentro de la actividad maoísta, se encuentra en un sostenido retroceso, prácticamente libre de la influencia maoísta. Desde el 2020, poco más de setenta combatientes naxalistas se han rendido, a cambio de una recompensa total de cerca de tres millones de dólares. La decisión de los milicianos, según lo comunicado de las Fuerzas de Seguridad, estarían relacionados con “la desilusión con la ideología maoísta”.

Muchos aldeanos adjudican la decadencia del movimiento insurgente en este sector a la rendición de un comandante conocido como “Suresh”, líder del grupo de la aldea, tras lo que las actividades naxalitas comenzaron a diluirse, hasta el punto de ser considerada libre de toda actividad insurgente. Este fenómeno se conjugó con un modesto plan de obras de desarrollo para la aldea.

Por lo que se ve, la larga lucha naxalita parece estar aproximándose a su fin, aunque las políticas ultraliberales de Narendra Modi harán que una vez más, en algún remoto lugar de la India, recomience una nueva guerra en procura de justicia.

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