Sergio Rodríguez Gelfenstein
A mi hermano y amigo nicaragüense Paulino Castellón en su 75° aniversario
I
En días pasados prometí reflexionar sobre el tema del inicio de una nueva guerra fría. Cada vez mayor cantidad de analistas comentan acerca de su renacimiento esta vez entre Estados Unidos y China. Las mayores divergencias están asociadas a si dicha fase de las relaciones internacionales ya comenzó o está en proceso de gestación.
Tomando en consideración que el anterior conflicto de estas características desarrollado en prácticamente toda la segunda mitad del siglo pasado forjó una estructura bipolar de las relaciones internacionales, que a su vez signó el comportamiento de los actores en el escenario global, cabe analizar si estamos o no en una etapa similar, también, vale preguntarse si es esta una nueva versión de guerra fría o copiará las características de la anterior.
Al definir el momento en términos estratégicos es de perogrullo afirmar que vivimos una etapa de declive de Estados Unidos y ascenso de China en su calidad de potencias mundiales. Este proceso que se venía desarrollando -al menos- desde comienzos de este siglo, sufrió una aceleración a causa de la pandemia de Covid19.
Estados Unidos salió exitoso de la guerra fría del siglo XX, para lo cual se alió con China en contra de la Unión Soviética. Ahora, pretende repetir el proceso en dirección contraria, es decir aliarse con Rusia contra China. En este sentido, de las veladas insinuaciones pasó abiertamente a las propuestas que han sido rechazadas frontalmente por la dirigencia rusa.
El pasado 3 de agosto en un artículo del portal Sputnik titulado “Por qué Estados Unidos habla ahora de una ´amistad` con Rusia” se afirma que: “El […] 23 de julio, el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, admitió la posibilidad de que Moscú se involucre en una confrontación contra Pekín. El diario Financial Times informó que ciertos círculos en EEUU promueven la idea de unirse con Rusia para hacer frente a China y esperan encontrar grietas en las relaciones entre los dos países”.
La respuesta rusa vino en voz de la vocera de su Ministerio de Relaciones Exteriores María Zajárova quien afirmó que “…era ´ingenuo` el intento de EEUU de involucrar a Rusia en la campaña antichina” y agregó que Rusia «tiene la intención de fortalecer aún más la cooperación con China, que consideramos como el factor más importante para estabilizar la situación en el mundo».
Dando continuidad a la perseverante visión de Pompeo en este ámbito, el 21 de julio durante su estancia en Londres de manera desvergonzada exhortó a todos los países del mundo a rechazar al Partido Comunista de China y crear una coalición en su contra. De forma simbólica, tres días más tarde al dar un discurso en California en la biblioteca y museo presidencial Richard Nixon (primer mandatario estadounidense en visitar China en 1972, dando paso a la apertura de relaciones diplomáticas entre los dos países), el ex director de la CIA y ahora canciller estadounidense arremetió con un violento discurso de fuerte carga ideológica en la que llamó a aislar a China, desmintiendo a aquellos que pensaban que el diferendo entre los dos países estaba basado en exclusivas contradicciones de carácter comercial y/o tecnológico.
Esta nueva etapa de la confrontación de Estados Unidos contra China fue inaugurada en su faceta económica, financiera, comercial y tecnológica en marzo de 2018 tras la aplicación por parte del Presidente Trump de sanciones y aumento de aranceles a productos chinos importados. Posteriormente, durante el año 2019 además de elevarse las afectaciones al comercio de uno y otro lado, Estados Unidos dio explícito apoyo y financiamiento a las violentas manifestaciones de grupos radicales en Hong Kong, cuyas demandas fueron escalando desde peticiones de orden reivindicativo hasta declaraciones de rechazo al sistema político de China. Así mismo, la potencia norteamericana incrementó su cooperación militar con Taiwán y acrecentó la presencia de sus fuerzas armadas en los mares adyacentes a China en clara provocación que tensó aún más la situación en el entorno y en los vínculos bilaterales.
La llegada del año 2020 trajo consigo la pandemia del coronavirus y con ella las recriminaciones de parte de Estados Unidos contra China acusándola de haber sido la causante del surgimiento del virus y su expansión global. Trump llegó a llamar al microorganismo como “virus chino” contradiciendo la opinión de los científicos y la OMS que aún no han logrado determinar el origen del mismo. La aspereza y mordacidad de la retórica anti china de las principales autoridades de Estados Unidos y las medidas que se han tomado en todo ámbito, han llevado al escalamiento del conflicto y obligado a China a responder con reciprocidad e inaugurar un discurso agresivo ajeno a las tradiciones y costumbres de su diplomacia.
Durante este año, también se ha visto un involucramiento mayor de Estados Unidos en asuntos internos de China como la situación de las regiones autónomas de Xinjiang y Tíbet, manteniendo la acometividad en relación a Hong Kong y su apoyo a Taiwán, lo que le ha ido dando al conflicto un carácter multifacético que se manifiesta en diferentes talantes.
En el área de la tecnología, la abrumadora distancia que hasta hace solo unos años mantenía Estados Unidos sobre China se ha ido acortando a pasos acelerados. Aunque hay variadas expresiones del avance de China en esta materia, en los dos últimos años se podrían citar cinco hechos que marcan un progreso sustancial de la nación asiática. Ellos son:
- El envío exitoso en enero de 2019 de una nave espacial que se posó en la cara oculta de la luna, hecho ocurrido por primera vez en la historia.
- El lanzamiento con ocho meses de adelanto a Occidente de la tecnología de 5ta. Generación (5G). Vale decir que Estados unidos había obtenido las cuatro anteriores con sobrada distancia respecto de sus competidores.
- La capacidad científica para enfrentar exitosamente la pandemia de Covid19 cuando era desconocida en el mundo y atacaba prácticamente con exclusividad a ese país durante los meses de enero y febrero.
- El lanzamiento de la primera misión espacial a Marte.
- El lanzamiento del tercer satélite para completar la red de 35 aparatos de la tercera generación de su sistema de geolocalización Beidou (BDS), como alternativa al estadounidense GPS.
En el plano militar, la confrontación ha estado signada –como se dijo antes- por la presencia creciente y en actitud provocadora de la Armada de Estados Unidos que ha llegado a reunir dos portaviones junto a sus fuerzas de tarea en los mares adyacentes a China, incentivando sus diferendos limítrofes con países de la región que se están discutiendo en el marco de negociaciones diplomáticas.
De la misma manera, Estados Unidos ha creado una nueva dinámica bélica enlazando sus bases militares en Japón, Corea, las islas Guam y otras posesiones en el Pacífico, Filipinas, incorporando ahora en este dispositivo a Australia que se ha transformado en un firme ariete tras su subordinación absoluta a la lógica imperial estadounidense. En este marco, también han hecho grandes esfuerzos para incorporar las bases militares que tuvieron en Vietnam hasta 1975, para incluirlas en el gran arco naval que están construyendo en torno a China. De la misma manera, Estados Unidos está intentando agregar a India en su mecanismo de pivote asiático creado por el presidente Barack Obama. En esa lógica estimulan los diferendos fronterizos entre las dos potencias asiáticas en el Himalaya.
Pero, tras todo este contexto de pugna y contienda, en realidad se esconde una lógica de confrontación antagónica en términos políticos e ideológicos como lo ha hecho saber el presidente Trump durante sus comparecencias en las asambleas generales de la ONU de 2017, 2018 y 2019 en las que derrochó tiempo y verborrea llamando a combatir el socialismo, un sistema que Estados Unidos había declarado como desaparecido de la faz del planeta. Incluso se llegó a hablar del “fin de la historia” tras la desaparición de la Unión Soviética.
Vale decir que en este último discurso en la máxima asamblea planetaria el 24 de septiembre de 2019, ante representantes de todas las naciones del mundo, Trump se encargó de recordar que: “Tengo el inmenso privilegio de dirigirme a ustedes hoy como el líder elegido de una nación que valora la libertad, la independencia y el autogobierno sobre todas las cosas. Estados Unidos, después de haber gastado más de 2.500 billones de dólares desde mi elección para reconstruir completamente nuestro gran ejército, es también, por mucho, la nación más poderosa del mundo”.
II
Dando continuidad al estudio iniciado la semana pasada en el que tratábamos de dilucidar si se ha iniciado o no una nueva guerra fría, corresponde ahora aportar otros elementos de análisis que ayuden a obtener respuestas.
En este sentido, podríamos preguntarnos qué ha hecho China que explique la furia de Estados Unidos con la consecuente adopción de medidas que son expresión de una franca confrontación. Fundamentalmente se debe a que China ha creado un modelo propio de desarrollo que se podría considerar híbrido, toda vez que, sobre la base de la aceptación de que se vive una etapa de transición hacia el socialismo en el que la economía global sigue teniendo un sustento capitalista, se debe construir una superestructura económica que sea lo suficientemente poderosa para enfrentar con éxito las embestidas imperiales, el desarrollo y el mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos.
Este modelo no copia el capitalista occidental fracasado como se ha hecho evidente en el enfrentamiento de la pandemia. Al contrario, está edificando uno propio que considera sus peculiaridades, su historia, su cultura y su filosofía milenaria. Esto le ha permitido resistir con éxito la confrontación occidental capitalista y nipona y perseverar en su camino al socialismo, lo cual es inaceptable para Estados Unidos.
La interrogante entonces es, si esto conduce irremediablemente a una nueva guerra fría o incluso, es válido preguntarse si ya comenzó. Al respecto, me parece que efectivamente Estados Unidos quiere llevar al mundo hacia una nueva guerra fría, pero es menester afirmar que por una serie de razones no es seguro que esta se desate o al menos, si lo hace, será distinta de la que se vivió el siglo pasado tal como está presente en el recuerdo y las vivencias de los ciudadanos de mayor edad que guardan una imagen de su devenir a lo largo de la historia.
Veamos algunas de sus diferencias:
- La guerra fría del siglo XX se dio en un contexto de polarización que hoy no existe. Es verdad que Trump, tras el éxito obtenido en la elección de 2016 al apostar por polarizar la sociedad, intenta repetir el hecho en el escenario internacional. He aquí una primera diferencia con el pasado: la Unión Soviética aceptó participar de la guerra fría y lo asumió. China hoy, no lo desea.
- La anterior guerra fría se desató contra un país débil económicamente. No es la situación de la China actual.
- La guerra fría del siglo XX tenía una línea fronteriza simbolizada en el Muro de Berlín en el que ambos sistemas (capitalista y socialista) se “tocaban” sin estar presentes directamente pero que mantenía un permanente estado de tensión. Esta línea no existe ahora. Estados Unidos tiene que crearla en un territorio que a diferencia de Europa no le es necesariamente favorable. Por eso genera conflictividad en el Mar Meridional de China. Es la forma de justificar su presencia en la región y “tocarse” con China a fin de sostener el clima de tensión necesario que explique los condicionantes de una guerra fría. Para ello utiliza el diferendo limítrofe marítimo entre China y otros 4 países que se encuentran en la mesa de negociaciones
- A diferencia del pasado, la guerra fría que Estados Unidos pretende desatar, no se hace contra un país que aspira a la hegemonía mundial ni a la expansión ideológica.
- No existe posibilidad de enfrentamientos bipolares como el ocurrido en Cuba en 1962, ni de guerras “delegadas” como la de Corea en 1953, la de Vietnam en los años 60 y 70 del siglo pasado, las que generaban el apoyo a la lucha por la independencia de los países africanos versus el apoyo de Estados Unidos al régimen del apartheid en Sudáfrica. Tampoco hay países divididos por la guerra fría como lo eran Alemania, Vietnam y Yemen, aunque permanece Corea en el que, sin embargo, a diferencia de Estados Unidos, China tiene excelentes relaciones con las dos partes.
- No existe presencia militar de China fuera de su territorio, tampoco bases militares salvo una en Yibuti que aloja un contingente limitado a dar apoyo logístico a fuerzas militares chinas que participan en misiones de paz de Naciones Unidas en África y una muy pequeña base en Sri Lanka cuya misión es “observar” los cargueros y supertanqueros chinos que transportan petróleo desde el Golfo Pérsico.
- China, a diferencia de la Unión Soviética no tiene ni se propone tener un desarrollo militar acorde la intención de “dominar” el mundo, para lo que eventualmente tendría que enfrentar a Estados Unidos. La doctrina militar de China es defensiva y el desarrollo de su tecnología militar está en relación a esa lógica. Su presupuesto militar sigue siendo una sexta parte del de Estados Unidos.
- A diferencia de la Unión Soviética, China no se ha propuesto internacionalizar ni exportar su modelo a ningún otro país.
- Otra diferencia, es que en el siglo pasado, Estados Unidos y la Unión Soviética no tenían casi ningún vínculo de tipo económico ni tampoco un intercambio comercial que hiciera que la confrontación tuviera repercusiones económicas en sus relaciones bilaterales. Hoy China y Estados Unidos tienen economías imbricadas, un amplio intercambio comercial, tecnológico y financiero que haría que una guerra fría tuviera impensables repercusiones para ambos países y para todo el mundo, que vive enlazado por altos niveles de interconexión en los que China y Estados Unidos son imprescindibles.
- Finalmente, en Estados Unidos hay elecciones en noviembre. En enero de 2021 podría haber un nuevo presidente. No es seguro que este quiera hacer cambios profundos en la política exterior (que como sabemos en Estados Unidos no es de gobierno sino de Estado), pero también es probable que otro presidente desee mantener el conflicto en niveles más manejables que los actuales, evitando la guerra fría.
Frente a esta situación, ¿cuál es el plan de China? La propuesta de su gobierno y del Partido Comunista es de seguir creciendo económicamente, expandir su comercio para mejorar las condiciones de vida de la población, eliminar la pobreza y avanzar hacia la construcción de un país “moderno, próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso y hermoso” tal como lo planteó el presidente Xi Jinping en su discurso ante el XIX Congreso del Partido Comunista de China en 2017. Xi además afirmó que “este país y su sociedad serán socialistas”.
Por supuesto, China debe resolver innumerables problemas en materia laboral, ecológica, de desequilibrios entre la ciudad y el campo, de participación de la mujer y otros que no ocultan, los reconocen entendiendo que la construcción del socialismo es un proceso dialéctico de aciertos y errores, de avances y retrocesos, en el que se debe aprender de ellos para subsanar las deficiencias y lo mal hecho y superarlos.
Parten de la idea de que el mundo es interdependiente, está formado por múltiples culturas y civilizaciones que deben aprender a vivir en paz, para lo cual es indispensable construir una comunidad de destino compartido que en lo inmediato obliga a defender el sistema multilateral, a diferencia de Estados Unidos que pretende destruirlo.
En el otro flanco, ¿es posible suponer que Estados Unidos tenga un plan? Claro que lo tiene, pero está basado en su aspiración de imponer su lógica al planeta por cualquier vía -incluso la violenta-. No obstante, en el mediano y largo plazo, ello parece poco probable. Como lo afirmé en un artículo reciente “entre 1980 y 2019 [el crecimiento de la economía de Estados Unidos] fue de 2,7% de promedio anual, con una inflación también promedio de 1,6%, lo cual es técnicamente, expresión de crecimiento, sin embargo para un país que aspira a mantenerse como potencia hegemónica global, con un presupuesto militar creciente año tras año, tales cifras no lo aseguran, incluso lo impedirán”.
Su industria está en crisis, en los hechos es un país desindustrializado desde que pretendiendo aprovechar las facilidades de la globalización localizaron sus empresas a través del mundo en la búsqueda de bajar costos y maximizar ganancias. Hoy, Estados Unidos es importador de productos… estadounidenses, lo cual le genera un abultado déficit de balanza y una gran dependencia del exterior en el interés de mantener sus altos niveles de consumo. Así mismo, la distancia tecnológica con China que hasta hace pocos años mantenía con amplia ventaja, hoy se ha acortado, incluso en algunas áreas ya el gigante asiático lo ha superado con creces.
Además, como dice el investigador gallego Xulio Ríos, hoy Estados Unidos necesita que “la OTAN le pague su factura” para seguir sosteniendo su poder global. Finalmente, el desacoplamiento de la economía de Estados Unidos de la de China -que Trump ha anunciado como posible- no pasa de ser una quimera a causa del tiempo que requeriría implementar tal decisión, pero sobre todo por los altos costos que implica, los cuales, las empresas no están dispuestas a asumir, tampoco el gobierno posee los recursos ineludibles para ejecutarlo.
En resumen:
- El mundo no quiere una nueva guerra fría. No habrá una nueva bipolaridad.
- Hay otros actores: Rusia, Europa aunque bastante debilitada y subordinada a Estados Unidos, Asia Occidental, Asia oriental (los países agrupados en la Asean), Japón, (en decadencia pero todavía con una economía fuerte) e incluso África que pugnan por una presencia en el escenario donde se toman las decisiones globales.
- América Latina no tiene ninguna posibilidad de ser un actor global importante en el corto plazo y no lo será mientras las oligarquías locales retrógradas ciegamente subordinadas a Estados Unidos sigan controlando el poder en la mayoría de los países. América Latina y el Caribe es -políticamente hablando- la región más atrasada del mundo toda vez que reniega de sus propias posibilidades integracionistas en pro de construir trasnochados mini bloques ideológicos cuyo único interés es mostrar su lealtad a Estados Unidos.
- El mundo buscará nuevas formas de organizarse. Ya lo está haciendo.
- China no aspira a ser el nuevo hegemón del planeta. Además, no tiene como serlo.
- Estados Unidos aún controla el poder cultural mediático a través del manejo de las grandes trasnacionales de la información, las redes sociales y Hollywood, además conserva el poder militar. Pero está perdiendo en la economía y la tecnología y comienza a decaer su poder financiero en la medida que varios países se deslastran del dólar como moneda de intercambio.
- El modelo chino no colapsará. Será más temprano que tarde la primera potencia económica mundial. Nunca la militar.
- Lo deseable sería la cooperación entre las dos mayores potencias del planeta, pero eso es inaceptable para el sistema capitalista en crisis que no ve la política mundial como espacio de colaboración sino como competencia.
- Si Biden llegara a ser presidente no cambiará nada en términos estructurales, el carácter agresivo e intervencionista de la política exterior de Estados Unidos se mantendrá inalterable. No olvidemos que el Partido Demócrata es el verdadero partido imperialista de Estados Unidos.
- China se está preparando para lo peor. Lo han manifestado sus voceros gubernamentales y empresariales. No creo que Estados Unidos lo esté haciendo.